Señales de ajuste
La muerte de la radio, diagnosticada por una de las voces con mayor presencia mediática de los últimos 35 años, Mario Pergolini, repuso el debate sobre la decadencia de medios tradicionales en pleno apogeo de plataformas digitales.

La muerte de la radio, diagnosticada por una de las voces con mayor presencia mediática de los últimos 35 años, Mario Pergolini, repuso el debate sobre la decadencia de medios tradicionales en pleno apogeo de plataformas digitales. Las certezas a futuro son pocas y las apuestas, muy heterogéneas. Pergolini mencionó el tarifazo eléctrico (luego dijo que era una broma, sin aclarar en qué consistía el chiste) y la mudanza de la audiencia hacia las redes sociodigitales como factores que impulsan a Vorterix a abandonar el dial en la frecuencia 92.1 de FM. Seguirá emitiendo por streaming y en uno de los grupos de medios que operan en Buenos Aires, con reducción de costos.
El diagnóstico de Pergolini es provocador y desmedido, pero, más allá de que es prematuro expedir el certificado de defunción a medios como la radio, tiene su fundamento. El ajuste que sufren los medios de comunicación argentinos es triple: sociocultural, tecnológico y económico. La mudanza de las audiencias que, en su dieta informativa y de entretenimientos, migran a las plataformas digitales, les quita público a los medios y a otras industrias culturales.
La Encuesta Nacional de Consumos Culturales, realizada por primera vez en 2013, revela en su tercera edición de 2022 el cambio de patrón de acceso a los contenidos que orientan la conversación pública, de los medios analógicos a los digitales. Sin embargo, hay brechas generacionales, de género y geográficas en esa migración de hábitos socioculturales. La televisión y la radio siguen ocupando un lugar importante en la rutina de los argentinos, aunque con mayor competencia. El smartphone, acompañado por la extensión de las redes 4G de comunicaciones móviles, así como el wifi, son cada vez más ubicuos y masivos.
La radio era escuchada por el 87 % de los encuestados a nivel nacional en 2013; en 2022, el porcentaje había caído al 67 %. La TV pasó del 97% en 2013 al 91 % en 2022. Lejos de morir, son medios masivos, pero la era de su reinado absoluto terminó.
El problema de los medios tradicionales es identitario, puesto que estos siguen produciendo gran parte de los contenidos que circulan en las redes sociodigiales, solo que la capitalización publicitaria de esa circulación es realizada por Google, Meta, TikTok o X (Twitter) y no por las empresas de medios. Asumen los costos, pero quedan relegados en el reparto de los beneficios. Nunca en la historia había sucedido nada parecido, por lo que nadie ofrece respuestas eficaces a la actual coyuntura.
Esa tendencia, que es global, se agrava en la Argentina, al combinarse con la crisis de una economía recesiva que afecta todos los niveles de consumo de la población, incluidos los culturales e informativos. A la hora de recortar gastos en los hogares, la suscripción a medios informativos y los consumos culturales no pueden competir con la compra de alimentos.
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El miedo es el mensaje
POR JORGE FONTEVECCHIA| Las organizaciones que reúnen periodistas o medios debaten si el responder a cada ataque de Javier Milei a la prensa, casi a diario, no terminará rutinizando la herramienta hasta invisibilizarla.
Si la mejor respuesta frente a la clásica ametralladora de falacias del presidente son argumentos racionales basados en evidencias concretas o, por el contrario, como estamos en el paroxismo de La sociedad del espectáculo que anticipó Guy Debord en su libro, donde todo lo que fue real se transforma en representación, se le debería responder en la misma sintonía, por ejemplo y solo a título humorístico, que Adepa titulase su comunicado: «¿Qué te pasa, Milei? ¿Estás nervioso?». O Editorial Perfil le respondiera: «De Tinturelli a Peluca». Seguramente tendrían más engagement en las redes sociales, pero estaríamos concediéndole de antemano a Milei el triunfo cultural de que ya nada nos escandalice cuando el miedo es su mensaje.
Miedo como productor de autocensura frente a las reacciones impredecibles de quien cuenta con el poder del aparato de difusión del Estado para difamar y herir a particulares colocando inmediatamente en agenda pública la falacia que desea y dándoles carácter de medias verdades a mentiras por el solo hecho de gozar de la investidura presidencial.