Opositores sin ideas y atrapados en la denunciología
En América Latina llevamos 532 años en resistencia. Hemos resistido a todo y nos acostumbramos a su lógica. Cuando tuvimos gobiernos progresistas no cambiamos la agenda y nos olvidamos de la construcción. La construcción de nuevo pensamiento crítico, de nuevos cuadros políticos, económicos, administrativos, la construcción de una nueva comunicación popular. Quedamos anclados en el pasado, en la mera resistencia. Y hoy lo estamos pagando.
Cuando en la región retornan el neofascismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia y el racismo de la mano de gobiernos de ultraderecha, las fuerzas populares (¿progresistas, de izquierda?) debaten sobre el pensamiento crítico y el fin de la antinomia izquierda-derecha, apelando a una nostalgia inmovilizadora y acrítica, mostrando la falta de unidad y también de proyectos.
Ya no llama la atención los improperios y dichos de Javier Milei, mezcla rara de rockstar, panelista de televisión y mesías anarcocapitalista. En su presentación en la Universidad de Standford le dijeron que la gente «no llega a fin de mes» y éste respondió que «si no llegaran a fin de mes ya se hubieran muerto (…) Va a llegar un momento donde la gente se va a morir de hambre. De alguna manera va a decidir algo para no morirse. No necesito intervenir. Alguien lo va a resolver».
Las manifestaciones y marchas contra sus políticas muestran un archipiélago de organizaciones, sin liderazgo y sin un jefe (o jefa) que los unifique en la lucha, más allá de la denuncia de las políticas del gobierno y la cada vez más dura represión con gases, palos y disparos. Cualquier disenso sirve para que Milei hable de intento de golpe de Estado y le eche la culpa de la represión a los reprimidos. Inversión de la carga de la culpa, que le dicen.
Milei adoptó, sin tapujos ni disimulo, el rol ofrecido por la derecha alternativa e intentará llevar adelante el plan de los dueños de las tecnológicas hasta las últimas consecuencias, ubicando a la Argentina como un eslabón en la cadena global, fuente de suministro de energías para la inteligencia artificial a través del gas y el petróleo, el litio y las energías para la fuerza de trabajo a través de los alimentos.
The Economist señala que quiere «transformar a la Argentina en la Texas del sur», convertir al país en «el cuarto polo de inteligencia artificial a nivel mundial», lo que significa desarrollo tecnológico y energético sin inclusión social en un proyecto de país para diez millones de habitantes (hoy ya sobran treinta y seis millones).
El sicoanalista argentino Jorge Alemán señala «un gobierno que no gobierna, un grupo de funcionarios inconsistentes y crueles, una agrupación de políticos bizarros que parecen testimoniar de una mutación antropológica en el centro del neoliberalismo provoca en el mundo la pregunta crucial: porqué un experimento con un coste de dolor tan amplio para la sociedad argentina no solo es soportable, sino que parece estar apoyado por una fe inquebrantable».
¡Ay, izquierda!
El problema de la izquierda no tiene relación con la falta de financiamiento, sino con la carencia de ideas. Lo que se necesita es una hoja de ruta para erradicar la filosofía del lloriqueo y la denunciología. Si uno tiene una posición política, lo mínimo que puede hacer es tener propuestas. Pero parece que hay escasez de ideas y propuestas y, al no tenerlas, uno está siempre denunciando y lloriqueando.
Está clara la identificación de Milei con el orden capitalista y su vocación para hacer funcionar a un sistema en evidente crisis, no solo en su territorio, sino en todo el planeta. Eso es lo que sostuvo en el Foro Económico da Davos y en la cumbre conservadora en Estados Unidos.
Su alineamiento de política internacional es con EE. UU. y con Israel, sin fisuras, en una prédica en contra de toda alternativa al capitalismo, sea el socialismo o el populismo, categorias en la que no solo incluye a la izquierda sino también al feminismo, el ambientalismo o cualquier demanda que restrinja la dinámica de la explotación de la fuerza de trabajo y el saqueo sobre los bienes comunes.
¿Se hace camino al andar?
Ya no se trata de ser un revolucionario. En el capitalismo contemporáneo basta con sostener una sensibilidad hacia la justicia social para que toda la hostilidad y agresividad de la ultraderecha, sus medios, sus bots y trolls, se pongan en juego con un ataque planificado y con todas las artimañas de las fakes y el lawfare. El algoritmo del capital no incluye la democracia.
Hoy, el primer deber del (llamémosle) progresismo sería hacer un análisis concreto no solo de sus dolorosas realidades sino también de los avances —que no fructificaron en la construcción de alternativa sólidas—, donde se siguen entusiasmando con ser cabezas de ratón (cada cual por su lado) y no estar en la cola del león, lo que permitiría a enfrentar a la derecha hiperorganizada y también financiada por los organismos estadounidenses y la internacional ultraderechista de la Red Atlas.
La oposición progre-izquierdista no tiene una estrategia de construcción de poder popular ni de gobierno. Sin organización popular unificada, sin proyecto propio, sin participación del pueblo continuarán las derrotas. No hay debate de ideas, apenas opiniones y diatribas en X y otras redes sociales. La denunciología no suma, el poder no se alcanza con el Whatsapp ni con Facebook.
Hablamos de progresismo y de izquierda. Sin ahondar demasiado, en Argentina, aunque hay demasiados políticos que quieren resguardarse tras el paraguas del progresismo, hoy se sitúa alrededor del kirchnerismo, tras los episodios traumáticos de los años setenta, con aplastamiento de las experiencias revolucionarias e instauración de cruenta dictadura cívico-militar, que dejó de treinta mil desparecidos y una dramática situación social.
Y también tras los desastres de los años noventa, que dejaron una amplia desocupación, niveles hasta entonces inéditos de pobreza y desmantelamiento del Estado y terminaron con el estallido social de 2001 y la huida del presidente Fernando de La Rúa.
Muchas veces ese «progresismo» se presenta como una suerte de superación entre izquierda y derecha en pos de la mejora de las condiciones sociales de la población. ¿El progresismo es izquierda? Más allá del progresismo «a la argentina», están los grupos trotskistas, muy militantes, con lúcidos representantes en el Congreso y con mucha presencia en las calles y entre los trabajadores.
Hace tiempo que desaparecieron las organizaciones revolucionarias… y el pensamiento revolucionario. Un hombre del peronismo de izquierda, John William Cooke, señalaba certeramente: «Este gobierno es una mezcla de lo peor que tiene cada sistema: del liberalismo aplica el libre cambio y la libre empresa, del fascismo y variantes feudales diversas, el autoritarismo, las jerarquías consideradas como de orden divino; del cristianismo, la moralina ultramontana, el claricalismo, la utilización reaccionaria de los sentimientos religiosos para sostener todo lo que es oren establecido».
Cooke, a quien Juan Domingo Perón designó como apoderado del Movimiento Nacional Justicialista luego del golpe cívico-militar de 1955, fue un internacionalista que combatió en Playa Girón contra la invasión estadounidense a Cuba y murió el 9 de setiembre de 1968. Obviamente, se refería a gobiernos argentinos anteriores, similares en su fondo y cometidos al del «libertario» Javier Milei.
Resistencia y/o construcción
En América Latina llevamos 532 años en resistencia, hemos resistido a todo, nos hemos acostumbrado a su lógica y, cuando tuvimos gobierno progresistas no cambiamos la agenda y nos olvidamos de la construcción. La construcción de nuevo pensamiento crítico, de nuevos cuadros políticos, económicos, administrativos, la construcción de una nueva comunicación popular, Quedamos anclados en el pasado, en la mera resistencia inmovilizadora. Y hoy lo estamos pagando.
Y hemos confundido —desde el llamado campo popular— resistencia con denuncia y lloriqueo. Seguimos tratando de convencer a los convencidos: es mucho más cómodo, están todos de acuerdo con nosotros. Hoy no se hace (casi) nada para hacerle el peso a la hegemonía. Hay un problema básico de la izquierda y el progresismo: no sabe vender esperanza. Siempre pasa cuentas de lo que hizo y de lo mal que hizo el oponente. Algunos hablan de batalla de ideas, pero no puede darse la batalla si no hay ideas.
Cuando hablamos de denunciología nos referimos a la tendencia a centrarse en denunciar problemas o injusticias sin proponer soluciones concretas. La denunciología, por sí sola, no genera cambios significativos ni ofrece alternativas constructivas. En lugar de simplemente señalar lo que está mal, se espera que las personas en posiciones políticas también presenten ideas y propuestas para abordar los problemas.
El lloriqueo se relaciona con quejarse o lamentarse constantemente sin tomar medidas efectivas. En el contexto político, esto significa que la izquierda queda atrapada en un ciclo de quejas y críticas sin avanzar hacia soluciones reales. Tanto la denunciología como el lloriqueo son obstáculos para el progreso político. Se necesita ofrecer propuestas concretas y ser proactivos en lugar de simplemente declamar problemas.
A seis meses de gestión, el tubo de ensayo libertario en Argentina cambió las dosis para que el laboratorio no termine volando por los aires. Una cosa es el discurso de campaña y otra administrar un Estado. No alcanzan las diatribas contra la casta: el discurso antipolítica seduce a la sociedad y le permite retener niveles aceptables de imagen en medio de un ajuste sin precedentes, pero también tiene sus límites. Milei, entre viajes y selfies para la red social X, debiera darse tiempo para gobernar.
El vértigo impuesto por la gestión libertaria impide, por momentos, sacar conclusiones, porque algo nuevo siempre está ocurriendo: conflictos diplomáticos, despidos, falta de gas, alimentos para comedores populares no entregados, más despidos, más hambre, más pobreza. El desempleo crece en todo el país al ritmo de una recesión que tiene en algunos sectores niveles de actividad pandémicos.
El escándalo de los alimentos no distribuidos entre los comedores populares y la corrupción que recorre al llamado ministerio de Capital Humano abrió una crisis dentro de la estructura del poder: se entendió cabalmente que el gobierno incluyó la decisión de no distribuir los alimentos y dejar en la intemperie tanto a los comedores populares como a los damnificados por las catástrofes naturales, dentro de su plan de miseria planificada
Cada mañana, trabajadoras y trabajadores empobrecidos, mujeres con sobrecarga de cuidados, jubilados y jubiladas llegan a los comedores que decenas de organizaciones sociales sostienen en los distintos territorios del país. Para buena parte de la sociedad y los jerarcas del mileinato, ellas y ellos son «vagos».
Peleando guerras que no existen
Es mucho más difícil construir que resistir: hay que juntarse, poner hombro con hombro, levantar paredes ladrillo a ladrillo (a veces se caen y hay que volver a levantarlas). Sí, claro, la construcción se hace desde abajo, porque lo único que se construye desde arriba es un pozo.
Para perplejidad de los presuntos expertos, aún no hay señales de que el grueso de la población haya comenzado a sentirse tentado a rechazar el gobierno libertario, aunque el Fondo Monetario Internacional (FMI) sigue hablando de un posible estallido si no hay corrección en las políticas oficiales.
Y ahí comienza el gran interrogante: ¿qué pasa si cae el gobierno de Milei, por implosión o por estallido social? Hay varios entrenándose a la espera de la caída: la vicepresidenta Victoria Villarroel, con apoyo de sectores castrenses; Martín Menem, presidente de Diputados… y el expresidente neoliberal Mauricio Macri, sentado en la platea.
Hoy, a poco más de seis mes de haber llegado al poder, la verdadera oposición a la gestión libertaria está en las calles, donde estudiantes, maestros, profesores, trabajadores, desocupados, obreros, campesinos, familiares de desaparecidos durante la dictadura cívico-militar, dejan sentado, pese a la dura represión, que «Nunca más» y que «La Argentina no se vende». Por eso, incluso el FMI advierte sobre un estallido social, como en 2001. Y después ¿qué?
ARAM AHARONIAN
Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.
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