No vote a Milei

La Libertad Avanza contribuyó a enriquecer el debate político y a colocar en la agenda, aun con malos diagnósticos y remedios, problemas que precisan ser solucionados, pero no es la mejor opción de gobierno para esta Argentina.

Ilustración: Pablo Temes

Los lectores fieles de Perfil ya conocen el concepto de endorsement en periodismo que citamos en cada proceso electoral y es habitual en los diarios anglosajones donde el medio recomienda por quién votar.

Antes de las elecciones de primera vuelta, cuando todavía  eran cinco los candidatos, el 7 de octubre esta columna se tituló “Endorsement a la democracia”, donde expuse por qué yo creía que no era conveniente votar a La Libertad Avanza, a la que le asignaba rasgos indudablemente antidemocráticos al asumir posiciones negacionistas de la represión ilegal durante la última dictadura y al mismo tiempo criticar el voto universal, secreto y obligatorio a través de sus dos iniciadores, Yrigoyen en 1916 y Alfonsín en 1983. 

Durante toda su campaña la confrontación de LLA no fue contra el populismo (que lo practica), sino contra la democracia como sistema, metonimizada en la palabra casta, horrible metáfora cuando precisamente la democracia es aquello que viene a posibilitar la movilidad de clases y no la cristalización en castas. Pero el uso de cargar de significado opuesto a un término ya fue explicado en 1836 por Schopenhauer en su libro Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en treinta y ocho estratagemas: se llama «retorsio argumenti» y es la estratagema número veintiséis.

Que con tan poco Javier Milei haya hecho tanto, además del alto desarrollo de una parte de su inteligencia, no habla mal de él, sino de lo mal que estamos. Creo que Milei es una persona honrada y bien intencionada, que no miente, que desea que la razón esté de su lado al argumentar, o sea: no es cínico como muchos políticos, pero que no se ha preocupado por cultivar otros saberes más allá de un campo específico y limitado de la economía y tiene una emocionalidad inadecuada para el cargo al que aspira. 

No podría decir lo mismo de su candidata a vicepresidenta, que me resulta aún mucho más peligrosa casualmente por carecer tanto de las virtudes como de los defectos de Milei. Ella sí es una mujer fuerte y estable. 

De la presunta fortaleza de Milei —«el león»—, Freud diría que se trata de una formación reactiva, un mecanismo de defensa para contrarrestar los impulsos negativos (el miedo) a través de la exageración de lo opuesto. 

Y sobre la función fálica de la motosierra se podría escribir un divertido ensayo si no fuera que porque lo que está en juego es la vida de tantas personas. 

Milei es un histriónico que se retroalimenta del aplauso y la atención de los demás; el rating lo hizo. Villarruel, por el contrario, es impávida frente al rechazo y con una agenda de reivindicación en lugar de reparación podría tener más posibilidades que su compañero de fórmula de gobernar por un período de tiempo más prolongado sobre lo que en la columna de ayer ya me explayé (bit.ly/ella-plan-de-macri) y ser aún más destructiva.

A diferencia del endorsement previo a la primera vuelta ahora en un balotaje donde hay solo dos candidatos, siguiendo aquella premisa de qué es lo que significa votar a favor de la democracia, puede haber diferentes formas de no votar a Milei, pero solo una de votar a favor de la democracia: que es hacerlo por Sergio Massa.

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