«No me llames, mándame un mensaje»: la batalla de la comunicación en la era digital
Cada vez más adolescentes evitan responder llamadas. ¿Qué hay detrás de este fenómeno? La voz de una especialista.
Mariana tiene dieciséis años y domina la mensajería con destreza. Puede pasar horas entre chats, mensajes de audio y comentarios en redes sociales, pero cuando su celular suena con una llamada entrante, su corazón se acelera y su garganta se cierra. Prefiere ignorarlo y esperar a que el otro lado reciba un mensaje en su lugar. No es la única: cada vez más adolescentes sienten que hablar por teléfono representa un desafío aterrador.
Este fenómeno, conocido como «telefobia», refleja cómo la virtualidad modifica la forma en que los jóvenes interactúan y perciben la comunicación. A través de la escritura, pueden pensar cada palabra, corregir errores y evitar silencios incómodos.
La psicóloga Miriam Bustamante, miembro del Colegio Estudios Analíticos, con amplia experiencia en la práctica psicoanalítica con niños y adolescentes, explica que esta preferencia va más allá de lo tecnológico y evidencia cómo el mundo digital difumina los límites simbólicos de la interacción social. «La virtualidad ofrece un refugio donde resulta más sencillo evitar lo incierto y lo incómodo», señala.
El vértigo de la llamada
Los adolescentes convierten los mensajes de texto en un espacio donde cada conversación se ajusta con precisión. Si algo no suena bien, se edita. Si no convence, se borra. Sin embargo, atender una llamada impone una realidad distinta: improvisación, pausas, tonos de voz y respuestas sin filtros. Y eso, para muchos, resulta aterrador.
Es que hablar por teléfono implica exponerse sin la posibilidad de corregir. No hay emojis que suavicen el mensaje ni tiempo para repensar lo dicho. «Las llamadas exigen reacción inmediata, y la falta de control sobre la conversación genera ansiedad en muchos jóvenes», agrega Bustamante. La mensajería, en cambio, permite manejar los tiempos, evitar el cara a cara y construir una identidad digital más pulida. Esta aparente seguridad, sin embargo, puede profundizar el aislamiento social. Es decir, en la búsqueda de control, algunos terminan perdiendo habilidades esenciales para la vida fuera de la pantalla.
Esta tendencia se respalda con datos. Un estudio de la consultora Opinium para Uswitch.com en el Reino Unido reveló que casi una cuarta parte (23 %) de los jóvenes de entre dieciocho y 34 años nunca atiende llamadas telefónicas, mientras que más de la mitad (56 %) asume que una llamada inesperada significa malas noticias.
La investigación, basada en una encuesta a dos mil adultos británicos, indica que los jóvenes prefieren comunicarse a través de redes sociales (48 %) o mensajes de voz (37 %), inclinándose hacia formas de comunicación más asincrónicas y controladas.
Sin embargo, aunque evitan las llamadas en su vida cotidiana, el 53 % de los encuestados considera que recibir una llamada resulta esencial para anuncios importantes, como un compromiso o el nacimiento de un bebé. Además, una de las principales razones para ignorar el teléfono radica en la preocupación por las llamadas fraudulentas, una inquietud que afecta al 63 % de los británicos.
Este panorama refuerza la idea de que la llamada telefónica perdió su protagonismo en la interacción diaria, pero sigue conservando un valor simbólico en momentos trascendentales, cuando la voz se convierte en el mejor puente para la conexión emocional.
¿Por qué llamar resulta tan intimidante?
Hace algunos años, el teléfono simbolizaba conexión. Llamar a alguien implicaba cercanía y urgencia. Hoy, en la era de WhatsApp, una llamada inesperada se interpreta casi como una invasión.
Juan Ignacio, de treinta años, recuerda cómo el teléfono solía ser un símbolo de estatus. «Antes, en Argentina, contar con una línea telefónica era un lujo. Hoy, si alguien te llama, lo primero que pensás es: «¿qué querrá?»». Para él, lo que antes representaba una necesidad y se consideraba un bien exclusivo, ahora es solo una herramienta más dentro de un océano de opciones de comunicación. En esa línea, «la inmediatez de la llamada, que en otro tiempo era una ventaja, ahora se siente como una interrupción, sobre todo en un mundo donde todo puede resolverse con un mensaje o un audio que se responde cuando más convenga», asegura.
Para Bustamante no todos los jóvenes enfrentan dificultades con la comunicación oral, pero para aquellos que sí, alcanzar un equilibrio resulta fundamental. «No se trata de rechazar la tecnología, sino de utilizarla de manera saludable», dice. En ese sentido, insiste en que la solución no pasa por eliminar la virtualidad, sino por acompañar a los adolescentes en la construcción de herramientas que les permitan sentirse seguros también en la interacción cara a cara. «El miedo a hablar por teléfono refleja una desconexión mayor con la comunicación espontánea. Es importante ayudar a reconstruir esos espacios de interacción real», afirma la especialista.
Con todo, Mariana sigue evitando las llamadas. Pero tal vez, con el tiempo, logre descubrir que una conversación sin filtros, sin edición y sin guiones puede ser más liberadora de lo que imagina.
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Quieren regular el uso de celulares en escuelas
La iniciativa fue presentada por la senadora García Larraburu, y alcanzaría el nivel inicial y primario durante toda la jornada escolar y lo restringe en secundaria.
El proyecto de ley para limitar el uso de celulares y dispositivos digitales en las escuelas busca mejorar el aprendizaje y la socialización de los estudiantes. «El abuso de la tecnología en el aula afecta la concentración y el rendimiento académico. Necesitamos recuperar el valor del aprendizaje sin distracciones», afirma la senadora de Unión por la Patria por Río Negro.
El proyecto prohíbe el uso de celulares en nivel inicial y primario durante toda la jornada escolar y lo restringe en secundaria, salvo excepciones educativas o de salud. También establece que las escuelas deberán resguardar los dispositivos de los alumnos. «No estamos en contra de la tecnología, sino a favor de una educación de calidad. Queremos que los dispositivos sean aliados del aprendizaje, no una distracción», destacó García Larraburu.
La iniciativa se fundamenta en estudios de la Unesco y en el ejemplo de países como Estados Unidos, Chile, Brasil, Australia, Italia y España, que han demostrado mejoras en el bienestar y sobre el rendimiento escolar tras restringir el uso de celulares. «Diversos estudios muestran que esta medida reduce el bullying y mejora las calificaciones. Es clave garantizar un entorno escolar saludable y seguro», sostuvo.
La senadora convoco a la comunidad educativa y a todo el arco político del Congreso a apoyar la medida: «Regular el uso de celulares en el ámbito escolar permitirá mejorar el aprovechamiento del aprendizaje y fortalecer la interacción entre alumnos y docentes, apostando por un aprendizaje más enfocado, con el lápiz y el papel como herramientas fundamentales».