Hace cincuenta años los Estados Unidos abandonaron Vietnam, pero los medios todavía no han aprendido la lección
El mito de que la cobertura informativa indujo a los estadounidenses a oponerse a la guerra todavía persiste. De hecho, fue cómplice en buena medida de la perpetuación del conflicto.
El último helicóptero que despegó del tejado de la embajada norteamericana en Saigón el 30 de abril de 1975 marcó el final de la guerra de Vietnam. Cincuenta años después, la mitología sobre la cobertura de la guerra por parte de los medios de comunicación norteamericanos se basa en la errónea premisa de que los medios fueron fundamentales para que los norteamericanos se volvieran en contra de la guerra. Algunos afirman que los principales medios de comunicación socavaron un noble esfuerzo bélico, mientras que otros declaran que la cobertura alertó al público sobre las realidades de una guerra injusta. Ambas afirmaciones son erróneas.
Convertir a los medios en chivos expiatorios encaja perfectamente en las teorías de la «puñalada por la espalda» de los norteamericanos que no pueden soportar que su país perdiera una guerra contra indigentes combatientes vietnamitas. Y alabar a los medios de comunicación como catalizadores de la conciencia reavivada del país les otorga un crédito indebido al tiempo que fomenta las ilusiones sobre la cobertura informativa de las guerras de los Estados Unidos.
Hoy en día, el grueso de la población sigue sin tener ni idea de lo que hace el Pentágono en varios continentes. Las noticias fugaces sobre los ataques con misiles norteamericanos en diversos países -incluidos Irak, Siria, Yemen y Somalia desde el año pasado- se basan habitualmente en fuentes oficiales. Además, de acuerdo con el proyecto Costs of War [Costes de la Guerra] de la Universidad Brown, los Estados Unidos tienen «operaciones y programas militares dirigidos desde departamentos civiles con fines militares al menos en 78 países».
Cuando se trata de una acción militar de los Estados Unidos, los informes se convierten habitualmente en servicios taquigráficos para la Casa Blanca y el Pentágono. La pauta de la guerra de Vietnam se estableció a principios de agosto de 1964, cuando los medios de comunicación norteamericanos informaron con credulidad de las afirmaciones del presidente Lyndon Johnson y de su secretario de Defensa, Robert McNamara, de que lanchas cañoneras norvietnamitas habían atacado «sin mediar provocación» a dos destructores de la Marina norteamericana en el Golfo de Tonkín.
El relato oficial, lleno de engaños, llevó al Congreso a aprobar rápidamente (con sólo dos votos en contra) la Resolución del Golfo de Tonkin, que daba luz verde incondicional a la guerra contra Vietnam. Al presentar mentiras absolutas como verdades absolutas, los medios de comunicación más prestigiosos del país allanaron el camino para la escalada de una guerra que se cobró por encima de tres millones de vidas en Vietnam.
Una forma de cobertura típica es la que llegaba de la mano del Washington Post, que publicó este titular el 5 de agosto de 1964, dos días antes de que se aprobara la resolución sobre la guerra, haciéndose eco de la noticia: «Aviones norteamericanos atacan Vietnam del Norte tras el segundo ataque a nuestros destructores; se toman medidas para detener la nueva agresión». Veinticuatro años después, pregunté si el periódico se había retractado alguna vez de su falsa información sobre los sucesos del Golfo de Tonkín. Cuando me puse en contacto con el reportero que había escrito gran parte de la cobertura política de aquellos acontecimientos por parte del Post, Murraey Marder, antiguo corresponsal diplomático jefe, me dijo: «Puedo asegurarle que no hubo nunca ninguna retractación».
Cuando le pregunté por qué no, la voz de Marder se tiñó de tristeza. «Si se hiciera una retractación», dijo, habría que llevar a cabo una retractación prácticamente de toda la cobertura de la guerra de Vietnam». Y añadió: «Si la prensa norteamericana hubiera hecho su trabajo y el Congreso el suyo, nunca nos habríamos visto implicados».
En el frente interno, los opositores a la guerra tuvieron que librar una ardua batalla contra el establishment mediático. En contrario al mito de que la cobertura informativa avivaba el fuego del sentimiento antibélico, los principales medios de comunicación se quedaron en realidad muy rezagados. En febrero de 1968 —el mismo mes en que el 49 % de los norteamericanos encuestados afirmaba que el envío de tropas norteamericanas a Vietnam era «un error», mientras que el 41 % declaraba que no lo era— el Boston Globe realizó una encuesta entre 39 de los principales periódicos norteamericanos. Ni uno solo había editorializado a favor de la retirada de las tropas norteamericanas de Vietnam.
Mientras tanto, las informaciones sobre la guerra tenían cualidades adormecedoras, con una cobertura apenas capaz de transmitir realidades humanas. Tras informar desde Vietnam a finales de la década de 1960, Michael Herr, corresponsal de la revista Esquire, escribió en su libro Dispatches que los medios de comunicación norteamericanos «nunca habían encontrado la manera de informar de manera significativa sobre la muerte, que era, por supuesto, de lo que se trataba en realidad». Las más repulsivas y transparentes tentativas de santidad en medio de la matanza recibían un tratamiento serio en los periódicos y en las ondas». Los reporteros que recibían lo último de los portavoces militares podían llegar a hastiarse fácilmente, ya que «la jerga de los avances [en la guerra] se te metía en la cabeza como si fueran balas», y después de vadear el diluvio de de noticias relacionadas con la guerra, «el sufrimiento resultaba en cierto modo algo poco impresionante».
Ningún aspecto de la mitología sobre la cobertura de Vietnam ha sido más tenaz que la creencia firmemente arraigada de que la televisión llevó la guerra a la sala de esta doméstica de los Estados Unidos, y en ese proceso suscitó su desaprobación. Aunque arraigada como tópico, la noción de que la televisión sirvió de baza contra la guerra se contradice con abundantes hechos, documentados por investigadores que volvieron a ver minuciosamente los noticiarios de las tres principales cadenas norteamericanas.
En su exhaustivo libro The Uncensored War: The Media and Vietnam (La “guerra sin censura: Los medios de comunicación y Vietnam), Daniel Hallin, estudioso del periodismo, resumió de qué manera las noticias televisadas les resultaban regularmente convenientes a los belicistas de Washington: «La cobertura televisiva de Vietnam deshumanizó al enemigo, lo despojó de todas sus emociones y motivos reconocibles y lo desterró no sólo de la esfera política, sino de la propia sociedad humana. Los norvietnamitas y el Vietcong eran «fanáticos», «suicidas», «salvajes», «medio locos». Estaban por debajo de los simples criminales… eran alimañas».
Los informativos de televisión desempeñaron un papel mucho más importante en la promoción de la guerra de Vietnam que en su cuestionamiento. Esto resultó especialmente cierto a lo largo de los diversos años de escalada que elevaron el número de tropas estadounidenses en el país a quinientois mil efectivos a finales de 1967. A mediados de año, cuando Newsweek encargó una encuesta Harris para averiguar cómo afectaba la televisión a la opinión pública, la revista informaba: «La televisión ha animado a una mayoría decisiva de espectadores a apoyar la guerra». La encuesta reveló que el 64 % afirmaba que la cobertura televisiva había aumentado realmente su apoyo a la guerra, mientras que sólo el 26 % decía que había impulsado su oposición.
Pero, ¿qué hay de los memorables reportajes televisivos que mostraban las acciones militares norteamericanas de forma claramente desfavorable? Pues bien, son memorables porque fueron muy raros.
CBS Evening News (el telediario de la noche) causó revuelo en agosto de 1965 cuando el corresponsal Morley Safer hizo un reportaje en el frente junto con marines norteamericanos que recurrían a sus mecheros para quemar chozas en el pueblo de Cam Ne. «El hecho de que este particular esfuerzo periodístico se celebre hoy prácticamente por parte de todos los que escriben sobre el tema no significa, sin embargo, que ejemplificara la cobertura de la guerra durante este periodo», es lo que escribió el periodista Edward Jay Epstein en una serie de investigación que TV Guide publicó ocho años después. «Por el contrario, al analizar los noticiarios y guiones de las cadenas entre 1962 y 1968, pude encontrar pocos casos más comparables de destrucción o brutalidad indiscriminada por parte norteamericana «a pesar de que cientos de aldeas survietnamitas fueron destruidas y evacuadas en programas de reubicación durante este periodo».
Un destacado estudioso de la historia de la radiodifusión, Lawrence Lichty, de la Universidad de Wisconsin, llevó a cabo un análisis exhaustivo de los reportajes filmados que se emitieron durante ese mismo lapso de media docena de años y llegó a la conclusión de que esos reportajes de la televisión norteamericana que mostraban acciones crueles de las tropas norteamericanas en Vietnam «se podían contar con los dedos de una mano».
En general, la prensa norteamericana tuvo buen cuidado de mantenerse alejada de reportajes sobre las atrocidades de las tropas. En lugar de representar un periodismo intrépido, la saga mediática de la matanza más famosa de la guerra fue todo lo contrario.
En marzo de 1968, soldados del ejército norteamericano mataron a varios cientos de civiles desarmados de todas las edades en la aldea vietnamita de My Lai. En cuestión de meses, « Ron Ridenhour, veterano de Vietnam y otros periodistas presentaron pruebas de la matanza a los principales medios de comunicación nacionales, pero ni uno solo de los medios quiso tocar la historia», ha señalado Jeff Cohen, mi colega de RootsAction. «No fue hasta noviembre de 1969, más de un año y medio después de la matanza de My Lai, cuando la historia la publicó un pequeño medio alternativo, Dispatch News Service, y un tenaz reportero de investigación, Seymour Hersh».
A medida que la guerra se alargaba, sin que se vislumbrara una victoria norteamericana, las controversias se volvieron feroces, pero ni los halcones ni las supuestas palomas del continente mediático cuestionaron el «derecho de los Estados Unidos a llevar a cabo una agresión contra Vietnam del Sur», según observó Noam Chomsky. «De hecho, ni siquiera admitieron que se estuviera produciendo. Lo llamaron «defensa» de Vietnam del Sur, usando ‘defensa’ por «agresión» a la manera orwelliana normativa».
Con pocas excepciones, los temas enmarcados en los medios de comunicación de masas eran cuestiones de eficacia, más que de moralidad, y mucho menos de derecho internacional. Y este era el caso cuando Walter Cronkite, el presentador de noticias de la CBS —conocido como «el hombre más fiable de Estados Unidos»— ofreció los minutos de comentarios bélicos más legendarios de la historia de la televisión norteamericana.
Después de varios años de vitorer la guerra, Cronkite regresó de un viaje a Vietnam y elaboró un reportaje especial de una hora para la CBS que se emitió el 27 de febrero de 1968 y que terminaba con un comentario que sorprendió a los telespectadores con palabras pesimistas: «Decir que hoy estamos más cerca de la victoria es creer, frente a la evidencia, a los optimistas que se equivocaron en el pasado… Decir que estamos empantanados parece la única conclusión realista, aunque sea insatisfactoria».
Cronkite concluía su solemne valoración declarando: «La única salida racional será entonces negociar, no como vencedores, sino como un pueblo honorable que cumplió su promesa de defender la democracia y lo hizo lo mejor que pudo». Su angustia era evidente, en tanto que su mensaje se centraba mucho más en los fallos militares que en los morales.
El comentario de Cronkite no era el giro antibélico que algunos pretendían. Sus palabras reforzaban, en lugar de cuestionar, las afirmaciones oficiales de virtuosas intenciones que él y tantos otros periodistas norteamericanos habían hecho tanto por propagar, insistiendo en que los líderes que prosiguieron con tan horrible guerra año tras año eran «personas honorables» que trataban de cumplir «su promesa de defender la democracia».
En el mundo del que hablan los medios de comunicación dominantes, los Estados Unidos son defensores de la virtud frente a los actos ilícitos de malignos agentes. Sobre la marcha, los relatos distorsionados sobre la guerra de Vietnam han servido de parábola para las próximas guerras norteamericanas, en consonancia con la sentencia de George Orwell: «Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado».
Con escaso empuje mediático y mucha afirmación positiva, durante los últimos cincuenta años un presidente tras otro le ha dado la vuelta a lo que Estados Unidos hizo en Vietnam. Los telespectadores, conscientes de las mentiras metódicas y las enormes crueldades de la guerra, aprietan los dientes mientras los presidentes tergiversan la historia para presentar al Tío Sam como un gigante benévolo.
Los presidentes norteamericanos nunca se han acercado ni lo más mínimo a una descripción honesta de la guerra de Vietnam. Ninguno podría imaginarse el tipo de franqueza que ofreció sin rodeos Daniel Ellsberg, que filtró los Papeles del Pentágono, cuando afirmó: «No es que estuviéramos en el bando equivocado. Éramos nosotros el bando equivocado».
Dos meses después de asumir el cargo, a principios de 1977, el presidente Jimmy Carter se mostró desdeñoso cuando un periodista le preguntó si sentía «alguna obligación moral de ayudar a reconstruir» Vietnam. «Bueno, la destrucción fue mutua», es lo que respondió. «Fuimos allí para defender la libertad de los sudvietnamitas. Y no creo que debamos disculparnos o castigarnos o asumir la condición de culpables».
Una docena de años más tarde, Ronald Reagan declaró en una reunión en el Monumento a los Veteranos de Vietnam, en Washington, que la guerra había sido una «causa noble», «aunque conducida de manera imperfecta, (era) la causa de la libertad».
Al anunciar relaciones diplomáticas formales con Vietnam en julio de 1995, el presidente Bill Clinton se sintió obligado a inventarse la historia. «Independientemente de lo que podamos pensar sobre las decisiones políticas de la era de Vietnam, los valerosos norteamericanos que allí lucharon y murieron tenían nobles motivos», manifestó. «Lucharon por la libertad y la independencia del pueblo vietnamita».
En el Monumento a los Caídos en la Guerra de Vietnam, en Washington, en mayo de 2012, el presidente Barack Obama habló de «honrar a nuestros veteranos de Vietnam no olvidando nunca las lecciones de esa guerra», entre las que se incluía «que cuando los Estados Unidos envíen nuestros hijos e hijas al peligro, vamos siempre a darles una misión clara; vamos a ofrecerles siempre una estrategia sólida». Pero Obama estaba todavía muy lejos de reproducir la trágica locura de la guerra de Vietnam.
Durante sus primeros años como presidente, Obama triplicó con creces el número de tropas norteamericanas en Afganistán, llegando a un máximo de cien mil efectivos en 2011. La adulación patriotera era irresistible. En la primavera de 2010, Obama declaró ante las tropas congregadas en Afganistán: «Todos vosotros representáis las virtudes y los valores que los Estados Unidos necesitan tan desesperadamente en estos momentos: sacrificio y abnegación, honor y decencia». Obama tenía cinco años cuando Johnson viajó a Vietnam y afirmó ante las tropas reunidas: «En toda nuestra larga historia, ningún ejército norteamericano se ha mostrado tan compasivo».
Desde octubre de 2023, los dos últimos presidentes han enseñado a una nueva generación de norteamericanos lo que Johnson y Richard Nixon enseñaron a los baby boomers durante la guerra de Vietnam. Cuando el Estado belicista calcula beneficios masivos para el complejo militar-industrial y ventajas geopolíticas para el gobierno norteamericano, las súplicas morales no entran en el cálculo político. Joe Biden y Donald Trump han permitido el asesinato masivo diario y sistemático de civiles palestinos en Gaza, posible gracias a los continuos envíos de armas norteamericanos a Israel, lo que convierte a los Estados Unidos en socio de pleno derecho en el genocidio, tal como han documentado Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
La impunidad presidencial corre paralela a la flexibilidad de los medios de comunicación. Aunque han abundado las controversias sobre una amplia gama de esfuerzos bélicos norteamericanos, los argumentos habituales de los medios de comunicación no cuestionan la prerrogativa de Estados Unidos de imponer militarmente su voluntad en el mundo en la medida de lo posible. La guerra de Vietnam no fue una anomalía en su profusión de mendacidad oficial gubernamental ni en la conformidad general de los medios de comunicación de masas del país.
Dos años antes de morir, en junio de 2023, Ellsberg me dijo: «Que hay engaño, que a la opinión pública se la confunde cuando empieza el juego, en el enfoque de la guerra, de una manera que anima a aceptar la guerra y a apoyarla, eso es una realidad».
No es difícil engañar a la opinión pública, añadió: «A menudo lo que les estás diciendo es lo que les gustaría creer: que somos mejores que los demás, que somos superiores en nuestra moralidad y en nuestra percepción del mundo».
Leer la nota original en The Guardian. Esta nota fue traducida por Esfera Comunicacional con la ayuda de una herramienta de intteligencia arttificial.
EN LA RED

El Estado se quedó sin señal: aportes para una nueva política cultural en la era de las pantallas
JUAN MANUEL ARANOVICH | El sector ya no está sólo compuesto por artistas e instituciones, hay que sumarle las empresas de telecomunicación y los celulares.

Ni Uno Menos y el discurso incel para negar femicidios: cómo construyen la violencia los varones que encontraron en Milei un salvavidas
POR FABIANO SOLANO | Son varones que hostigan sistemáticamente con el objetivo de emedrentar y silenciar a quienes levantan la voz contra las políticas del gobierno. Su calle son las redes sociales que, lejos de convertirse en un espacio banal, representa un altísimo potencial destructivo hacia la radicalización de las ideas antifeministas y la ruptura de consensos sociales.

Alconada Mon: «Hay un plan muy bien armado para tratar de avanzar sobre la opinión pública»
POR CENITAL | En 540°, el periodista amplió su investigación sobre la SIDE y su plan de espionaje a periodistas, opositores y movimientos sociales, en conversación con María O’Donnell y Ernesto Tenembaum.

Un diario alejado del periodismo
POR DARÌO ARANDA | Censura, precarización, un empresario-sindicalista, las grandes «figuras» y su obsecuencia con la patronal, los luchadores anónimos y los carneros premiados, el periodismo obediente y los que resisten, de los derechos humanos a sueldos de miseria. Crónica de dos décadas en Página12, reflejo de una época del periodismo.

Curtis Yarvin, el profeta de la nueva reacción
POR NAIEF YEHYA | El bloguero es el referente de un gobierno de ejecutivos y chatbots que anhelan «hacer a Estados Unidos grande otra vez» mientras aplican a los asuntos públicos el tecnodogma de «romper cosas».

Algoritmos del caos: comunicación en estado de guerra
POR FERNANDA RUIZ | «La gente no odia lo suficiente a estos sicarios, supuestos periodistas», dijo el presidente Javier Milei hace apenas unos días. Y el 8 de mayo atacó así: «Los periodistas son históricamente las prostitutas de los políticos». La frase no fue casual, ni mucho menos improvisada: fue una pieza programada de tecnopolítica, parte del dispositivo de gestión emocional del caos que sostiene el modelo libertario argentino. No se trata sólo de una opinión temeraria. Es una declaración de guerra simbólica.
INVESTIGACIÓN

Un estudio confirma que el uso excesivo de las redes sociales aumenta la credibilidad en las «fake news»
POR ESFERA REDACCIÓN | Un experimento de la Universidad Estatal de Michigan revela que el uso excesivo de plataformas digitales hace a los usuarios más propensos a creer y compartir información falsa, una dinámica que contribuye a la proliferación de desinformación.

Posverdad y crisis del juicio en las democracias contemporáneas
POR DANIELA AMAT | Este artículo reflexiona sobre las relaciones entre verdad, juicio y política a partir de la noción de posverdad, neologismo que describe circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública y en los actos que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales. Sin embargo, el trabajo no acepta sin cuestionamientos esta definición, sino que parte de la preocupación que deja entrever, para pensar y abrir sus propias preguntas. ¿Pueden los afectos o las emociones trastocar el espacio público? ¿Debería la política ser guiada por la verdad y liberada de toda parcialidad? ¿Existe algo nuevo en las democracias contemporáneas, atravesadas por las tecnologías digitales, que pueda dar sentido a la inquietud creciente por el modo en que los ciudadanos juzgamos y formamos opiniones?

Desnudarse o fracasar: el algoritmo de Instagram presiona a los usuarios para que muestren su piel
POR NICOLAS KAYSER-BRIL Y OTROS | Una investigación realizada por la organización Algorithm Watch y la Red Europea de Periodismo de Datos revela que Instagram prioriza las fotos de hombres y mujeres con poca ropa, lo que moldea el comportamiento de los creadores de contenido y la visión del mundo de los europeos.