Calma, no regresó la aguja hipodérmica
En toda sociedad existen formaciones culturales previas que funcionan como un vallado que regula qué se recibe y cómo influye en los gustos y decisiones de toda índole, también políticas. «Se sobrestima la influencia de las industrias culturales y medios de comunicación, sobre las sociedades», dice el autor.
«Paramos de comprobar que había monstruos debajo de la cama cuando nos dimos cuenta de que estaban dentro de nosotros.» (El Guasón, filósofo gótico contemporáneo).
Los que denuncian en todo tiempo y espacio la existencia de un vasallaje ejercido por medios de comunicación sobre las sociedades, no dejan de tener cierta razón, pero tambien abonan una construcción falaz que esconde detrás de las reincidentes culpas a los medios, ciertas deficiencias políticas y sociales a la hora de enmarcar o contener expresiones políticas.
Entonces, se cree que la falencia no está en la ausencia de liderazgos sino en los medios que «llenan la cabeza» y «envenenan el discernimiento» como si la relación fuera siempre entre los hábiles y mágicos emisores por un lado y deficientes mentales por el otro.
Voy a decir que todo mensaje mediático y sobre todo el político, se enfrenta con cierta resistencia a la imposición de sus verdades. No se naturaliza tan fácilmente como sentido común desde la expresión mediática y mucho menos transforma actitudes, en forma rápida, a quien recibe la información.
Es cierto que el periodismo como intermediario entre los fenómenos de opinión pública y la sociedad (en su carácter de audiencias) asume con sesgo e intereses propios, devenidos de sus creencias y formaciones, toda información que cuenta. No hay neutralidad posible, pero sí existe mayor o menor responsabilidad en cómo se informa.
Pero en las sociedades, en las poblaciones, en la gente, existen construcciones culturales previas al acceso a cualquier información. Valoraciones culturales sostenidas en prácticas sociales, en memorias colectivas e individuales, en experiencias de infancia relacionadas con ámbitos de participación social como iglesias, clubes, escuelas, fiestas (sobre todo las populares como el carnaval y sus lateralizaciones como formaciones de comparsas, bailes callejeros), lecturas infantiles, cancioneros folclóricos etc. y mucho más cuando estas construcciones culturales se dan en espacios inductivos como partidos políticos o grupos religiosos o de solidaridades barriales.
Las primarias socializaciones, infantiles y adolescentes, forjan basamentos mentales muy sólidos.
Entonces, ante este bagaje resistente la información encuentra un vallado que se convierte en un regulador de lo recibido y la influencia de lo mismo es relativa, lenta cuando no inexistente y puede tomarse o rechazarse.
Esta suerte de traba contrahegemónica amateur funda cierta capacidad natural en interpretar mensajes políticos.
Nadie es tan bobo como para comprar excremento cuando cree estar adquiriendo caramelos. Esa distinción que es una verdadera discriminación negativa, al estilo Noam Chomsky hacia todos quienes no sean él (único que ve la maldad que se ejerce sobre los pueblos, pero los pueblos no pueden verla hasta que él se las muestre), tambien es una falacia que pone a los sectores vulnerados en el lugar de la carencia ideológica, la ineptitud política, los escasez de inteligencia y la necesidad de tutoriales intelectuales.
Pues bien, no es así. Dice Richard Hoggart, líder del pensamiento de Birmingham que se sobrestima la influencia de las industrias culturales y medios de comunicación, sobre las sociedades. Y afirma, que las fortalezas acumuladas desde ese pasado que antes describimos (escuelas, barrios, iglesias etc.) hacen que se neutralice el poder de la información como transformadora de actitudes.
Otro birminghoniano, el sociólogo jamaiquino Stuart Hall, habla del «receptor activo» que es un sujeto con capacidad de modificar la comunicación recibida desde los medios. Y esa posibilidad lo hace resignificar, desde su propio contexto, el mensaje que le llega.
Esta decodificación, real y concreta que habita la mente humana y su composición en base a pasados, recuerdos, aprendizajes y experiencias, forma la verdadera resistencia subjetiva al poder mediático insistente y puede pasar de lo individual a lo colectivo en virtud de la existencia de lazos políticos, comunitarios, culturales entre los receptores.
O sea, que hay fantasmas, sí los hay. Pero como dice El Guasón, «los verdaderos monstruos están en nosotros y no debajo de la cama», y sepamos, que los intentos hegemónicos en los planos de la infocomunicación como parte de un poder ajeno al terreno natural de la disputa agonal en la política como es el de los medios, no siempre tienen éxito.
No son lineales ni invencibles ni mucho menos poseen una regularidad de «entrada en las cabezas» (por burlar un poco a Chomsky, el gran avisador permanente de lo mal que estamos todos, menos él que es quien se las sabe todas) y lograr sus objetivos. No es que se imponen y quedan ahí, en los cerebros para siempre.
Claro que, así como existe esta resistencia, tambien aparece la innovación de los emisores, en caso de tener siempre la pretensión de validar sus mensajes y de jugar roles en alianza con expresiones orgánicas del poder (cuestión ésta que tampoco es tan así) que adaptan modificadas maneras, mutan sus prácticas y buscan la originalidad de nuevas prácticas.
Pero no olvidemos la importancia del lenguaje, del habla, del sistema de signos en general, como sostén de la información y la comunicación. Y este instrumento clave es uno de los constructos de realidades sociales y acá vamos a George Orwell y su frase «el pensamiento construye el lenguaje, pero también el lenguaje modifica el pensamiento», esta dimensión del uso de la palabra aporta un dato más a la resistencia natural al «dominio mediático», pues los trabajadores hablan, los humildes hablan, los estudiantes hablan y en ese constante fluir de palabras, en ese intercambio valioso mediante el lenguaje, van conformando su pensamiento.
Respetar ese pensamiento y asumir que nuestros pueblos son maduros para saber lo que quieren y lo que les conviene, y salir del paternalismo que pretende enseñar sin aprender, es un paso importante para cualquier lucha política en cualquier lugar del mundo.
Y muchísimo más en Argentina donde la clase obrera ha demostrado largamente su inteligencia para actuar y la capacidad de asumir una identidad política concreta.
OSVALDO NEMIROVSCI
Diputado nacional (MC) por Río Negro. Presidente de la Comisión de Comunicaciones e Informática (2003/07). Ex coordinador general del Consejo Argentino de Televisión Digital (2009 / 2015). Director de Propuesta para la Industrialización y Recuperación de la Cultura Audiovisual (Pirca).
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