La farsa

Para Dante Alighieri, autor de La divina comedia, «los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral».

Las redes como elemento sociabilizador tienen una enorme capacidad de penetración, no solo en las nuevas generaciones, sino que su influencia se ha colado en el grupo etario que antes se informaba con la radio, medios impresos o la TV. Quizás no influyendo en lo que piensa la gente, pero que sí ejerciendo una poderosa influencia en los temas en los que piensa la gente, o sea la agenda pública.

Hoy la Argentina vive una crisis de la verdad, cuando los valores, los derechos humanos se transforman en meros objetos comerciales, cuando la vida de las personas se resume a la cantidad de ajuste que puede soportar, la sociedad, víctima de esa situación se desintegra. Lo numérico, lo contable pertenece a otra expresión de la vida. La democracia no es compatible con la mentira, no se puede prescindir de la verdad, alterar lo vivido por una inmensa mayoría de argentinos es como tratar de usar la «matemática creativa» para cambiar el resultado de la raíz cuadrada de cuatro.

Cuando la máxima autoridad administrativa del país trata de« ratas» a los legisladores elegidos por el voto popular, cuando dice que un determinado canal de noticias es una inmundicia y siguen los ejemplos de violencia verbal; no solo es relevante cuánta violencia despliega, sino de qué tipo, cómo se presenta, quiénes están implicados, cuándo se emite, qué sentido tiene decir lo que se dice y qué nos quieren decir con ello. O, si se quiere, de qué modo se pretende que el receptor lo asuma como aceptable o rechazable, como legítimo o ilegítimo.

Usando como excusa a los «culpables» de las desgracias del país se legitima el recorte a los medicamentos oncológicos, la pauperización salarial de los jubilados, la destrucción del cine nacional, el cierre de organismos que servían para controlar el correcto funcionamiento del estado, la venta de empresas exitosas comercialmente, la desvalorización de la universidad pública y muchos ejemplos más; estos culpables son receptores de la violencia verbal del poder, esa puesta en escena de culpabilidad es usada como justificativo de los más crueles sustantivos. La estrategia legitimadora consiste en incluir entre los culpables a todos aquellos actores de la sociedad que no están en los números contables de una política económica de exterminio,

La construcción sutil de la legitimación de la violencia, comienza a trascender lo meramente verbal o escrito, para pasar a ser una concreción física. Quién es impulsado, por un «superior», desde la comodidad de un teclado telefónico a actuar de manera violenta, ve validada su accionar, primero por la importancia de quien es el originador del discurso y segundo porque ese mismo discurso hace que la acción violenta tenga un análisis positivo y sin culpabilidad por parte de quien lo ejecuta. El problema central no es el discurso violento, sino en el modo cómo es presentado, en su presentación como aceptable, entendible o justificable. La legitimación indirecta del discurso violento del presidente no es usado como elemento de información y entra en el terreno de la fascinación de quién lo lee, de quien lo escucha. Esto no es solo para la franja de jóvenes libertarios que siguen en la red X las diatribas emitidas por el primer mandatario, también, cuando es orador en cualquier evento; los asistentes festejan o al menos sonríen cuando escuchan, insultos, datos incomprobables o imitaciones verbales de quienes son blanco de los ataques.

Cuando las noticias falsas, son usadas para acumular poder, la democracia está en peligro, si un oportunista usa el lugar de privilegio obtenido mediante el voto con otros fines violando principios constitucionales y favoreciendo a un puñado de especuladores, la consigna democrática de igualdad degenera en una libertad sin escrúpulos, habilitando a hacer cualquier cosa y poniendo en riesgo incluso a la vida misma de quién no piensa igual. Si se blinda la propia opinión detrás de creencias, ligadas a los religioso a lo divino, la pluralidad de opinión desaparece, lo sagrado sostiene la creencia y queda afuera cualquier posibilidad de reflexión o aceptación de una opinión contraria.

 Alejandro Sahuí Maldonado, profesor de la Universidad Autónoma de Campeche, Mexico hace una referencia en su ensayo Verdad y política en Hannah Arendt sobre el poder y la verdad, dice: «Arendt critica que Platón, al describir el vínculo entre gobernantes y ciudadanos, haya usado como símil un tipo de relación fundada en el conocimiento experto —como el timonel de un barco y sus pasajeros; el médico y el paciente; o el amo y el esclavo—. Dado que en todos estos ejemplos el saber está de un solo lado, nadie espera razonablemente que una decisión pueda ser controvertida. Para Arendt esta asimetría entre quien tiene los conocimientos y quién no, pone de manifiesto que la autoridad se basa en un principio jerárquico. Y aunque en apariencia constriñe sin coacción, en realidad indica una forma de dominación que no es admisible en una comunidad de iguales».  Si este principio jerárquico habilita al uso de la violencia de manera física estamos peligro.

Desde el campo de la comunicación se debe vencer la inmovilidad, que salvo en contados casos se proponen líneas de acción o propuestas de reflexión; Hoy la sorpresa se está reflejando en la propagación de textos repetidos, mensajes reenviados sin siquiera leer y reflexionar sobre su contenido, bien dice un compañero, usando esta metáfora: «Es como estar acelerando sin poner un cambio». Sentimos el vértigo del ruido, la sensación de movimiento, el apuro por llegar, pero sin movernos de donde estamos.

Dejo una cita de Byung-Chul Han de su libro Infocracia: «La digitalización del mundo en que vivimos avanza inexorablemente. Somete nuestra percepción, nuestra relación con el mundo y nuestra convivencia a un cambio radical. Nos sentimos aturdidos por el frenesí comunicativo e informativo. El tsunami de información de estas fuerzas destructivas. Entretanto, se ha apoderado también de la esfera política y está provocando distorsiones y trastornos masivos en el proceso democrático. La democracia está degenerando en infocracia».


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