Brasil se despierta sin X, pero con soberanía

La pelea apenas acaba de empezar y en los próximos días saldrá más información que echará luz sobre este conflicto. Mientras tanto, los brasileños se despertaron hoy sin X, pero sin sentir su soberanía degradada por los intereses de un magnate excéntrico y extremista.

Después de meses de reiteradas agresiones e incumplimientos de decisiones judiciales, el excéntrico magnate surafricano Elon Musk despertó con su plataforma X  no disponible para las decenas de millones de sus usuarios en Brasil.

El cierre de X es el resultado de una determinación del magistrado del Supremo Tribunal Federal de Brasil, Alexandre de Moraes, como consecuencia de que la plataforma incumpliera reiteradamente sus decisiones.

Sin embargo, no se trata de un episodio puntual o de una decisión extemporánea de Moraes. Esa decisión es el corolario de la escalada de insubordinación de Musk contra las decisiones de la justicia brasileña y de sus ataques contra Moraes.

Con la compra y cierre del X, hemos visto como Musk transformó la red social en un aparato político-comunicativo en favor tanto de los pragmáticos intereses comerciales de sus empresas como de sus delirios políticos personales. La empresa cerró su capital, ahuyentó los anunciantes privados por incumplir los estándares mínimos de transparencia del mercado publicitario al tiempo que coleccionó desavenencias con autoridades a lo largo y ancho del planeta.

La UE lo investiga por incumplimiento de la legislación, con riesgo de ser multado con el seis por ciento de sus ingresos globales. En Australia, bajo la injerencia directa de Musk, X  se negó a  borrar de la plataforma un vídeo que se hizo viral en aquél país, en el cual un obispo sufría un intento de asesinato. Esto llevó a Anthony Albanese, primer ministro australiano, a calificarle como «millonario arrogante que se cree por encima de la ley». En el Reino Unido, el magnate incitó las movilizaciones antiinmigración afirmando que «una guerra civil era inevitable», llevando a ser criticado públicamente por el primer ministro británico. La última semana le tocó a las autoridades francesas entrar en la diana de un Musk indignado con la detención del dueño de Telegram, y afirmó que a partir de ahora solo viajará a países cuya «libertad de expresión sea constitucionalmente protegida».

En esta particular cruzada por la «libertad de expresión», el sudafricano eligió, como enemigo número uno, al magistrado Moraes. Son meses de ataques por las redes sociales contra el magistrado y de incumplimientos legales. Moraes, de perfil conservador, se hizo famoso por haber liderado los esfuerzos de la justicia contra los repetidos intentos de Bolsonaro para descreditar el sistema de votación brasileño durante el pleito de 2022, en calidad de presidente de la Corte Electoral. Moraes también concentró las investigaciones contra el «gabinete del odio», como se denominaron las milicias digitales que atentaron, desde el entorno del Palacio do Planalto (el despacho presidencial) contra los marcos democráticos durante todo el gobierno de Bolsonaro. Por fin, es Moraes también quien está al frente de los procesos contra los que intentaron el golpe de estado el 8 de enero del 2023, que lleva más de mil investigados, algunas decenas de condenados a penas de más de quince años y ahora se acerca a los mandantes de la intentona golpista, cuyas pruebas apuntan a Bolsonaro como principal responsable.

Por conducir estas acciones, Moraes es hoy el personaje más odiado por toda la extrema derecha nativa. Para la próxima semana, están convocadas manifestaciones de la derecha, con participación de Bolsonaro, para celebrar el 7 de septiembre, día de la independencia, que durante el gobierno Bolsonaro fue elevada a fecha patria de la extrema derecha «patriótica». En dicha celebración, hace tres años, Bolsonaro ya hizo ofensas públicas a Moraes, diciendo que no respetaría más sus fallos. Algunos días después Bolsonaro reculó, contando con el expresidente Temer, responsable de la propuesta de Moraes al Supremo, como intermediario de sus disculpas al magistrado. Para la próxima semana, uno de los principales lemas de la convocatoria de la extrema derecha es justamente el impeachmen de Moraes, bajo el argumento de que Moraes estaría instalando una «dictadura de la toga» y un «régimen de excepción y censura» y «contra la libertad de expresión» en Brasil.

Musk, que vio sus negocios en Brasil crecer con el gobierno de Bolsonaro, plantó batalla y se hizo héroe de la extrema derecha brasileña, consiguiendo decenas de manifestaciones de diputados y senadores bolsonaristas en las redes agradeciéndole denunciar la falta de libertad de expresión en Brasil y los «arbitrios de Moraes».  La gota que colmó el vaso fueron las recientes negativas de X, bajo explícita orientación de Musk, a bloquear las cuentas de algunos de los involucrados en las investigaciones de las milicias digitales y del intento de golpe de estado, como por ejemplo, las cuentas de la hija del prófugo da justicia brasileña, el influencer digital y sicario de reputaciones, Oswaldo Eustáquio, huido en España. Eustaquio, que ya fue condenado y estuvo en la cárcel, se aprovechó de su régimen de prisión domiciliaria para escapar del país. El delincuente tiene procesos abiertos con la justicia brasileña y tuvo sus cuentas bloqueadas en las redes sociales. Sin embargo, no tuvo reparo en utilizar las cuentas de su hija de dieciséis años para seguir difamando, incitando al odio y promoviendo acciones contra el Estado de derecho en Brasil.

No obstante, la entusiástica preocupación y defensa de Musk de la libertad de expresión en Brasil, Francia, Reino Unido o Australia, choca frontalmente con su silencio sepulcral cuando se trata de cuestionar estándares democráticos en Arabia Saudí o China, donde están las plantas y negocios de Tesla. O su obediencia, tolerancia y comprensión con las leyes en Turquía o India. Sobre este último país, Musk , en reciente  entrevista a la BBC, afirmó «desconocer la exclusión del documental de la BBC» con críticas a Narendra Modi de su plataforma en aquel país, pero remarcó que «las leyes de India eran rígidas y que la Red X necesitaba respetar las normas del país asiático».

El doble rasero de Musk es evidente. Lejos de una defensa de la libertad de expresión, Musk dejó claro que su intención con la adquisición de X fue convertirla en juguete privilegiado para coaccionar a sus adversarios, sean ellos gobiernos progresistas, Estados democráticos o aquellos vistos como competencia para los negocios de su conglomerado global. De forma complementaria, actúa para facilitar los intereses políticos de sus aliados de la extrema derecha global. La red X, no solo se transformó en un vertedero de odio y de todas las modalidades de violencia: misoginia, homofobia, xenofobia o violencia extrema.  La red X se transformó en un poderoso aparato en la definición de la opinión pública y son muchas las evidencias de su interferencia en procesos electorales alrededor del planeta, como denunció el Centro de Monitoreo del Odio Digital de EE. UU.,  que solo este año identificó millones de accesos a contenidos que serían «dañinos para el equilibrio electoral».

En ese sentido, una vez que queda claro que Musk hace de X su vehículo comunicativo privado para imponer los marcos geoeconómicos de sus negocios, alineándose geopolíticamente con líderes autocráticos, surge la pregunta: además del alineamiento con Bolsonaro y la extrema derecha brasileña, ¿cuáles son los reales intereses políticos y comerciales concretos de Musk en ese conflicto con la justicia brasileña que le ha hecho estirar la cuerda hasta el punto de forzar el cierre de X en Brasil?

Desde el punto de vista político general, parece meridianamente claro el riesgo eminente del esfuerzo emprendido por «Xandão» (apodo acuñado por la extrema derecha que se hizo popular para denominar al magistrado Moraes) contra los abusos de la extrema derecha en las redes sociales de inspirar experiencias en otros países, dificultando las operaciones y aumentando los costes de vigilancia y la responsabilidad jurídica de las plataformas por los contenidos por ellas vehiculados. Que las autoridades de otros países sigan el «modelo Xandão» sería un triple problema para Musk: más costes de producción, más riesgos judiciales  y menor capacidad de intoxicación de los intereses de sus aliados políticos autoritarios”.

Algo semejante vemos con los ataques de Musk a las legislaciones que surgieron para combatir los abusos de la extrema derecha en los medios sociales, con el DSA y DMA en la UE en primer lugar. Pero no es coincidencia que Australia y Reino Unido sean otros blancos del sudafricano. Son países que avanzan en sus legislaciones para el universo digital. La pesadilla de Musk es pensar que «Xandãos» y DSA-DMA se multipliquen por el planeta, reduciendo el poder de fuego de su juguete. Por detrás de Musk, tenemos el beneplácito de políticos autoritarios y empresarios de estos medios sociales sin escrúpulos.

Desde el punto de vista estrictamente comercial, detrás del cierre de X en Brasil, se identifican dos puntos centrales: a) por un lado los intereses de Starlink en Brasil, sobre todo en Amazonia. La empresa de antenas de Musk tiene una gran cobertura en la zona, con repercusiones geopolíticas evidentes; b) por otro lado, están los intereses de Tesla. En ese caso se cruzan la producción de litio en el gigante sudamericano, como la alianza promovida por el gobierno de Lula da Silva con la gigante china ByD, competencia inmediata de Tesla. De por medio está la guerra fría comercial entre EE. UU. y China, donde Musk es uno de los mayores interesados.

La pelea apenas acaba de empezar y en los próximos días saldrá más información que echará luz sobre este conflicto. Mientras tanto, los brasileños se despertaron hoy sin X, pero sin sentir su soberanía degradada por los intereses de un magnate excéntrico y extremista.

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