Sadin: «La primera consecuencia del desarrollo de la inteligencia artificial es lo que he llamado la mercantilización integral de la vida»

El filósofo y ensayista francés es una de las voces más renombradas de la actualidad entre quienes investigan la denominada «subjetividad digital». Ha trazado un diagnóstico de la sociedad contemporánea y de sus prácticas, en función del impacto de la tecnología. Se explaya sobre sus principales conceptos y hace un llamado a comprometernos y defender las facultades fundamentales que nos constituyen como seres humanos.

Foto: Eduardo Cuarterolo

En su libro La humanidad aumentada, marca la invención del smartphone como el fin de la revolución digital y el inicio de la transformación digital del mundo. ¿A qué se refiere con “aumentada”?

—Hoy creo que no utilizaría el término «aumentada». Hablaría, más bien, de una humanidad orientada, que es exactamente lo que sucedió desde el inicio de la década de 2010, con la llegada del iPhone y de las aplicaciones integradas, diseñadas para señalarnos continuamente las acciones correctas que debemos realizar. Por ejemplo, con Waze, tomar tal camino, reunirse con tal persona, ir a tal restaurante, tomar tal suplemento dietario. Eso fue el comienzo de lo que llamé la orientación algorítmica, o el acompañamiento algorítmico de la vida. Y esto es un movimiento que no ha dejado de crecer, favorecido por los avances de la inteligencia artificial. Así, nuestros gestos, nuestras conductas están cada vez más guiados por sistemas, con el fin de liberarnos de una serie de esfuerzos y señalarnos continuamente la vía de la verdad, por decirlo de algún modo: «Haz esto, haz aquello». Esta medida se inició con lo que he llamado el advenimiento de un tecnoliberalismo, que ya no quería mantener una separación entre los individuos y los productos vendidos, sino interpretar continuamente los comportamientos, con miras a sugerir permanentemente bienes y servicios que se supone que son adecuados para cada uno de nosotros. Esa es una de las dimensiones más sobresalientes que permite la inteligencia artificial, la interpretación cada vez más en tiempo real de los comportamientos y, a su vez, la posibilidad de dirigirlos.

—Esta conversión digital del mundo dice usted que “redefine las relaciones históricas con el espacio-tiempo que estructuran la base de nuestra experiencia”. ¿De qué manera altera la transformación digital nuestra percepción de la realidad?

—Estas tecnologías nos ofrecen algo así como una percepción omnisciente de lo real. Porque desde principios de la década de 2010, estamos asistiendo a un cambio de estatuto de las tecnologías digitales. Ese es el gran tema que hay que entender. Me parece que en relación con muchos fenómenos tecnológicos, tendemos a sumirnos en la confusión. Seguimos las cosas, adoptamos los dispositivos, sin entender realmente lo que está en juego. Quizás el papel de una filosofía contemporánea, de una filosofía que quiera analizar los fenómenos de cerca, consistiría en tratar de describir lo que está en juego. Y lo que se está jugando desde hace una década y constituye un fenómeno significativo es que hay un cambio en las tecnologías digitales. La idea es que ya no solo permiten la recopilación, el almacenamiento, la indexación y la fácil manipulación de los datos, a los más diversos fines de información. Lo que está en marcha hoy y desde hace una década —en realidad, son unos quince años—, desde la llegada del iPhone y con el desarrollo de una nueva era de la inteligencia artificial a principios de la década de 2010, es el surgimiento de una nueva rama de las tecnologías digitales. Estamos frente a sistemas que evalúan situaciones en tiempo real. Doy un ejemplo muy simple: la aplicación Waze, que casi todos usamos, adquirida por Google a una startup israelí en 2005. ¿Qué hace esta aplicación? Es como muchos otros sistemas, otras aplicaciones, otros dispositivos tecnológicos, que evalúan el estado del tránsito en tiempo real, a velocidades infinitamente superiores a nuestras capacidades cognitivas, y que revelan hechos que nuestra conciencia ignora por completo. Nadie sabe que hay tal cantidad de vehículos, tal volumen de tránsito. Waze evalúa eso, pero también sugiere tomar tal itinerario en lugar de otro. Esto cambia la relación con la experiencia, cambia la relación con lo real, con los otros, con el espacio, en la medida en que cada vez más los distintos sistemas nos revelan hechos, diagnósticos y evaluaciones en tiempo real del estado de cosas, además de indicar las acciones que deben realizar los individuos: «Compra tal zapato, ve a tal lugar, conoce a tal persona». En síntesis, es este acompañamiento de la vida lo que permite una nueva era del comercio, que casi podría radiografiar nuestras almas, nuestras mentes, para interpretar continuamente lo que se supone que nos conviene y decirnos, casi como por arte de magia: «Esto es lo que necesitas». Por lo tanto, la primera consecuencia del desarrollo de la inteligencia artificial en los últimos quince años es lo que he llamado la mercantilización integral de la vida. O sea, sistemas que nos sugieren continuamente tales acciones y no otras, generalmente con el objeto de efectuar transacciones comerciales. La segunda gran consecuencia es lo que he llamado una hiperracionalización de la sociedad, es decir, que los sistemas encuadran la acción humana. Le doy un ejemplo, en los almacenes logísticos de Amazon hay sensores, sistemas de inteligencia artificial que interpretan la ubicación de los operarios en tiempo real. Mediante señales de audio o tabletas, les van dando órdenes, al tiempo que los reducen a robots de carne y hueso. Los mandan a buscar tal artículo de tal armario para volver a colocarlo a determinado ritmo en tal palé. También esto se ve propulsado por la inteligencia artificial, dotada de ese poder de recomendación. Digamos que cada vez más esto encuadra los gestos y, por ende, impone normas. Normas de producción, de conducta, y una organización cada vez más enmarcada del curso de los asuntos humanos comunes.

—¿Cuáles son los hechos cruciales que marcan la condición antrobológica, este juego de palabras entre antropo, robot y logos, que tendrían como fin último modificar la intelección entre el ser humano, la meta que tenemos de razonar y conocer el mundo?

—Desarrollé la noción de antrobología hace algunos años, con La humanidad aumentada. Esto designaba el hecho de que había cada vez más robots, sistemas, fantasmas, voces. Era el momento en que los sistemas nos señalaban qué acciones hacer en nombre del estudio de una verdad de los hechos, de un diagnóstico objetivo de las cosas. Los sistemas se ponían a hablarnos. En los últimos años, la tecnología, el techno logos, ya no es un mero discurso sobre la técnica, sino que son sistemas dotados de la capacidad del habla, la facultad de hablar. Esto es lo que vemos con el ChatGPT, que es un gran problema. La capacidad que le hemos otorgado al sistema tecnológico para hablarnos. Esto surgió en 2016 con los parlantes inteligentes, que también nos hablan. Se dirigen a nosotros. No como tú, yo o cualquiera, para decir cualquier cosa, sino que siempre tienen una idea en mente: interpretar nuestro comportamiento para poder decirnos continuamente qué hacer. «Estás en la bañadera, escucha tal música». Dado el conocimiento de nuestro comportamiento, nos pueden decir: «Te recomiendo tal producto alimenticio, tal vacación en la montaña». Las tecnologías comienzan a hablarnos con voces agradables, con tono humano, lo cual crea una relación de intimidad, de proximidad, de familiaridad con la técnica, que ya estaba en marcha con los smartphones. La dimensión táctil, la caricia táctil. La relación que tenemos con nuestras tecnologías es cada vez más íntima, y estas forman parte, cada vez más, de nuestro ambiente, haciendo difícil mantener nuestra distancia con los sistemas. Hay algo así como un confort que nos sostiene, hay que reconocerlo. Nos cuesta mantener una relación crítica con los sistemas, con una economía y una industria cada vez más poderosas, hegemónicas hoy, que se proponen mercantilizar todos los campos de la vida y hacer valer únicamente sus modos de racionalidad, fundados en la interpretación de los comportamientos, en la mayor eficiencia posible y en el hecho de no dejarnos respirar un segundo, por decirlo de algún modo. Esto nos acompaña continuamente.

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