La mierdificación de Internet: ¿por qué hay tanta bazofia en la red?
Las máquinas no destruyeron nada, pero lo están llenando de ruido. Cada vez cuesta más encontrar señales humanas. ¿Hacia dónde vamos?
Navegar por Internet se siente cada vez más como un paseo por la carpeta de spam. En Instagram se multiplican videos e imágenes con ese cierto nosequé que nos incomoda, en Twitter compiten humanos y máquinas para ver quién tira la mejor posta, en LinkedIn solo se escribe en formato de listas que debemos atender si verdaderamente queremos triunfar, en Spotify habitan artistas sin cara que interpretan sospechosamente la música perfecta para cada ocasión, en TikTok se intercala repetitividad con videos surrealistas cuya razón de ser se nos escapa. En Facebook, aquella olvidada tierra de nadie, todo lo anterior llega pero un par de semanas más tarde.
Este contenido «que circula únicamente con el propósito de circular» parece haber erosionado cualquier último atisbo de lo que hacía de la web una experiencia social habitada por personas. En su versión más extrema, esto es lo que sugiere la «teoría del Internet muerto», que afirma que en algún momento entre 2016 y 2017 la inteligencia artificial logró tomar control de Internet. La supuesta evidencia está en la proliferación de bots y contenido generado automáticamente que controla a la población y minimiza la actividad humana genuina, mediante un esfuerzo coordinado e intencional que se apoya en la curación algorítmica de las plataformas.
El párrafo anterior está tan plagado de incongruencias que no tiene demasiado sentido detenerse a desmembrarlo. La idea viene dando vueltas al menos desde el 2021, pero parece cada vez calar un poquito más hondo. No hace falta creer en este maléfico plan de control global para reconocer esa sensación creciente y compartida de alienación, de que al transitar la web es más fácil toparse con una figura de cera que con una persona.
Detrás de todas estas porquerías parece no haber genuina intencionalidad humana, un primitivo deseo de conectar, de expresar, de manifestar deseos, temores, opiniones, sino una carrera hacia el fondo del pozo, optimizada según métricas de interacción que nada tienen que ver con la comunicación o la expresión auténtica. La teoría del Internet muerto es obviamente falsa, pero la sensación de que algo en la red ha muerto no lo es.
Cuando esta teoría fue articulada ni siquiera era posible anticipar en toda su magnitud la imparable catarata de porquerías que plagarían nuestras experiencias digitales a partir de la aparición de ChatGPT y demás plataformas de inteligencia artificial generativa, que, con una torpe descripción del texto, imagen o video que quisiéramos obtener, es capaz de ponerse a trabajar en ello y en segundos cumplir nuestros deseos. Esta facilidad, el bajo o nulo costo y la velocidad para producir «contenido» sintético abrió las compuertas a una inundación sin precedentes, una «mierdificación» de Internet, tal como elocuentemente la definió Cory Doctorow. Generar textos basura o imágenes mediocres no es, claro está, la función principal ni la más interesante de estos modelos de lenguaje. Pero sí es cierto que, sin un minucioso esfuerzo por priorizar nuestro criterio —y sentido estético— en el uso que hagamos de estas herramientas, el resultado frecuentemente será bastante pobre, genérico o directamente una cagada.
No existe un término definitivo para llamarle a estas porquerías sintéticas, pero uno de los más útiles es «AI slop», que suele traducirse como «bazofia de IA», y alude a la lenta conversión de Internet en una cloaca.
Como lo supo resumir Jason Koebler, esta bazofia «es un ataque de fuerza bruta a los algoritmos que controlan la realidad». La estrategia de la fuerza bruta es un tipo de ataque informático que se emplea para adivinar una contraseña probando todas las combinaciones posibles. De igual modo, según Koebler, esta bazofia suele estar principalmente destinada a lograr interacciones, sin importar nada más, únicamente a través de miles de intentos automáticos para ver «qué pega», produciendo en masa textos, imágenes y videos sin valor real, buscando simplemente que el contenido pase por el filtro algorítmico y gane viralidad.
Las plataformas a menudo fomentan esta dinámica mediante herramientas automáticas y priorizando contenido hiperpersonalizado y artificial para maximizar la interacción y los beneficios publicitarios. Este fenómeno distorsiona nuestra experiencia de la web, favorece la cantidad sobre la calidad y promueve una cultura de manipulación algorítmica en la que cuesta distinguir entre lo genuino y lo carente de alma.
Estos videos de criaturas extrañas generadas artificialmente, recetas de cocina imposibles (si no directamente tóxicas), figuras históricas pronunciando frases anacrónicas o consejos de vida genéricos atribuidos a personajes inexistentes pintan nuestros paisajes digitales y acumulan cientos de millones de vistas, superando con creces el alcance de producciones humanas elaboradas con esfuerzo, creatividad y conocimiento real. O, al menos, con algún mínimo sentido.
La IA generativa no inventó el contenido basura, que precede a Internet, pero lo hizo irresistiblemente fácil. Y para quien todavía tenga la necia idea de hacer algo verdadero, de compartir algo con el mundo, la cancha está inclinada, casi a noventa grados. En un mundo dominado por máquinas, que beneficia lo que ellas producen mejor, hacer algo humano es tener todas las de perder.
Esta avalancha de caca digital no sólo satura nuestros sentidos y agota nuestra ya disminuida capacidad de atención, sino que también, y de manera más preocupante, degrada la confianza fundamental en lo que vemos y leemos. La línea entre lo real y lo sintético se desdibuja peligrosamente, volviéndose cada vez más porosa e indistinguible para quien no dedique una tarde a analizar una imagen píxel por píxel o a identificar inconsistencias semánticas o históricas en lo que lee.
Este problema no solo se extiende hacia nuestra dificultad para descubrir aquello que es falso, sino también hacia un sobredesarrollado escepticismo que nos hace asumir que incluso algunos textos escritos por humanos fueron hechos con IA o acusar a una empresa aeroespacial china que filmó el lanzamiento de prueba de sus cohetes de haber generado el video de forma sintética, simplemente porque el evento real se veía demasiado cinematográfico.
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