La cultura palestina en Gaza bajo asedio: un patrimonio en ruinas y una identidad amenazada
El PEN América publicó recientemente All that is lost. The cultural destruction of Gaza (Todo lo que está perdido. La destrucción cultural de Gaza), un extenso informe redactado por Liesl Gerntholtz, directora general del Centro PEN/Barbey para la Libertad de Escribir, en el que se sostiene que la devastación cultural en Gaza no es un efecto secundario de la guerra, sino un ataque deliberado y sistemático contra la memoria y la identidad palestinas. Universidades, bibliotecas, sitios religiosos y museos han sido destruidos, en lo que PEN América describe como violaciones del derecho internacional que podrían constituir crímenes de lesa humanidad e incluso evidencia de intención genocida.

La guerra en Gaza no solo arrasa vidas, también está borrando la memoria de un pueblo. Así lo advierte Gerntholtz en el informe del PEN América, que va más allá de las cifras de muertos y desplazados y que documenta la destrucción de universidades, bibliotecas, centros culturales, sitios religiosos y museos. «La supervivencia de la cultura palestina se encuentra hoy amenazada», escribió, al caracterizar un escenario en el que escritores, artistas y trabajadores culturales han sido asesinados o forzados al exilio, mientras que el patrimonio colectivo desaparece bajo los bombardeos.
El panorama es devastador, la Biblioteca Pública de Gaza, con sus diez mil volúmenes en árabe, inglés y francés, fue reducida a escombros; la librería Samir Mansour, de tres plantas, quedó destruida junto con miles de libros; la Gran Mezquita Omari, del siglo VII, perdió su histórica biblioteca del siglo XIII; mosaicos bizantinos de 1500 años se pulverizaron; y el Museo Cultural Al-Qarara desapareció bajo las bombas. A estas pérdidas se suman universidades, colegios, editoriales y hasta imprentas. Según los datos recogidos por PEN América, 226 sitios patrimoniales resultaron dañados.
«El paisaje cultural de Gaza yace en ruinas, prácticamente destruido junto con universidades, escuelas y hospitales», señala el informe. Lo que está en juego no es solo la infraestructura, sino la dignidad de un pueblo que ha resistido décadas de desplazamientos y ocupación. «La desaparición de la vida cultural —expresa Gerntholtz— agrava el costo físico y humano de la guerra, amenazando con despojarlos no solo de su presente, sino también de su continuidad histórica y su futura autodeterminación».
El informe destaca que, incluso bajo asedio, Gaza mantuvo viva su expresión cultural. Pese al bloqueo impuesto desde 2005, que convirtió a la Franja en una «prisión a cielo abierto», escritores y artistas persistieron en crear. Ese hilo de continuidad es hoy blanco de un ataque sistemático. No se trata de daños colaterales, sino de acciones que «parecen haber tenido como objetivo infraestructura civil, incluido el patrimonio cultural, o bien fueron indiscriminadas».


Asimismo, sostiene que estos hechos violan la Convención de La Haya de 1954 sobre protección de bienes culturales en conflictos armados y podrían ser calificados como «crímenes de guerra y de lesa humanidad». Incluso, advierte, los patrones de destrucción cultural pueden servir de evidencia para probar intención genocida ante la Corte Penal Internacional. «Proteger y restaurar el patrimonio cultural palestino es inseparable de la lucha por la justicia y los derechos humanos», escribió Gerntholtz en un llamado a la comunidad internacional.
El informe no omite el contexto más amplio. Desde los ataques del 7 de octubre de 2023, casi 65.000 palestinos han muerto y más de 160.000 resultaron heridos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) denunció que Israel usa el hambre como arma de guerra: medio millón de personas padecen «condiciones de hambre catastróficas». A esto se suman traslados forzosos y propuestas de reubicar a cientos de miles de gazatíes en el sur de la Franja, medidas calificadas como crímenes de derecho internacional.
Gerntholtz también se detiene en la narrativa que subyace a estas acciones: la idea que Gaza carece de cultura o de algo digno de preservarse. Se trata de un «desprecio despiadado por el patrimonio cultural palestino» y de un intento deliberado de borrar la historia. En esa línea, recuerda que la cultura ha sido siempre para los palestinos un medio de resistencia y supervivencia. Su aniquilación equivaldría a despojarlos de la posibilidad de reconstruir su identidad y de transmitirla a las próximas generaciones.
El texto tampoco elude la complejidad de las circunstancias: reconoce que Hamás y otros grupos armados cometieron crímenes de guerra y de lesa humanidad, incluyendo asesinatos, secuestros y violencia sexual. Pero enfatiza que esas violaciones «no eximen a Israel de sus obligaciones en virtud del derecho internacional ni justifican ataques imprudentes, indiscriminados o selectivos contra civiles e infraestructuras culturales y educativas».
Frente a este panorama, el informe del PEN América insta a un plan internacional integral para la reconstrucción cultural de Gaza, con becas, programas de apoyo a escritores y artistas, reposición de colecciones bibliográficas, restauración de sitios históricos y acceso a educación en el extranjero para los estudiantes desplazados. «Solo a través de estos esfuerzos podrá iniciarse un camino hacia una reconstrucción significativa y la justicia», insiste Gerntholtz.
La advertencia final sintetiza el espíritu del informe: la destrucción de archivos, monumentos y bibliotecas no es un daño secundario de la guerra, sino un ataque deliberado contra la memoria y la existencia de un pueblo. Sin memoria, concluye, no puede haber paz ni futuro.
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