Influencia de las plataformas sociales en procesos políticos de nuestra región
Bajo las reglas que ha impuesto el colonialismo 2.0 es muy difícil construir sociedades verdaderamente democráticas en un mundo digital. La izquierda no debería bajo ningún concepto dejar de considerar que hay múltiples posibilidades de usos de las tecnologías bajo otro signo que no sea la desigualdad, la depredación y la alienación de millones de seres humanos.
Vivimos una ilusión «democratizadora» con la revolución digital, que hizo realidad la utopía que imaginara Bertolt Brecht con la radiodifusión —recordemos su sueño de que cada oyente no solo escuchara, sino que hablara—. Pero esa posibilidad convive no solo con un proceso de colonización del espacio, el tiempo y las palabras de los ciudadanos, sino de lo que es más importante, de sus mentes y sus imaginarios. La lógica de las armas (es decir, de la intervención violenta o la amenaza de ella mediante sanciones u otros mecanismos dondequiera que el conflicto favorezca a la dominación y los intereses imperialistas), no opera hoy sin las «armas de la lógica», que movilizan formidables instrumentos y recursos, y que ejercen controles absolutistas sobre la información y la formación de opinión pública, los gustos y los deseos, los anhelos y las esperanzas de la población sometida a una existencia de precariedad material y espiritual.
Esas «armas de la lógica» se aplican para legislar y gobernar las subjetividades, para construir una conciencia colectiva que resulte sensible al sistema de dominación. El determinismo económico más grosero, la eliminación de referentes históricos y la perspectiva de futuro –esto es, de la memoria y del proyecto–, la trivialización y la manipulación del trabajo intelectual, están entre los principios fundamentales de esa guerra cultural, que no se produce de manera arbitraria, sino bajo diseños políticos y estructuras organizativas que llevan años construyéndose, como veremos más adelante.
Cuando se habla de redes sociales en el mundo occidental, se hace referencia a media docena de plataformas digitales por las que circula el 80% del tráfico de contenido que hay en internet, y que pertenecen a empresas multinacionales cuyo modelo de negocio consiste en ofrecer servicios y productos generalmente gratuitos, o muy baratos, a cambio de una serie de privilegios: la vigilancia (como demostró Edward Snowden), la atención (lo que garantiza que haya gente adicta a la pantalla y funcione el modelo de negocio) y nuestros datos (conocidos como el petróleo del siglo XXI).
Con el 63 por ciento de la población mundial conectada a Internet y el 70 por ciento de los habitantes enganchados a los dispositivos móviles, Silicon Valley encontró una aparentemente inagotable mina de oro y la tecnopolítica ha descubierto nuevos territorios y geografías de lo social. Al conectar a bajo costo los intereses de los individuos, estos se han revelado como el santo grial para la acción política, porque pueden ser más relevantes para motivar a la ciudadanía que las condiciones económicas, educativas o sociolaborales. «La explotación ha devenido en autoexplotación», afirma el filósofo coreano Byung-Chul Han, conocido como el profeta del big data.
El panóptico se modernizó en la forma de las redes sociales, ahora «cada uno es panóptico de sí mismo», dice Han. La antigua biopolítica quedó superada por la «psicopolítica», que se basa en la «creación de perfiles psicológicos de la población a partir del cruzamiento de grandes volúmenes de datos e información recopilada en nubes online, administradas por las empresas y ofrecidas como mercadería a los Estados represivos».