Contra la demonización del celular: educar en pensamiento crítico, no en prohibiciones
La obsesión por mantener a los adolescentes alejados de los teléfonos celulares repite viejas lógicas de censura. El verdadero desafío no es prohibir dispositivos, sino enseñar a usarlos con criterio: detectar noticias falsas, proteger la privacidad y comprender cómo operan las dinámicas digitales. Sin esa educación, condenamos a los jóvenes a la ignorancia y a la manipulación en el mundo que ya habitan.

Esta nota es una reacción tras ver este artículo y la página de esta asociación, que me obligaron a volver a uno de mis temas de toda la vida: la obsesión, cada vez más extendida, de intentar mantener a los adolescentes alejados de los teléfonos móviles, como si se tratara de objetos peligrosos que hay que prohibir en lugar de herramientas con las que debemos aprender a convivir.
Una obsesión que se disfraza de preocupación, pero que en realidad responde a la misma lógica con la que generaciones anteriores trataron de censurar libros, películas o música, convencidos de que era la mejor manera de «proteger» a los jóvenes.
Un móvil no es un capricho ni un lujo, es simplemente una parte importante del ecosistema en el que vivimos. La vida de un adolescente transcurre en un entorno en el que la tecnología está siempre presente, y pretender que podemos educarlo sin exponerlo a ella es un verdadero disparate. Lo que necesitamos no es una cruzada contra los dispositivos, sino un cambio de mentalidad que asuma que la única manera de preparar a los jóvenes para el futuro es enseñándoles a utilizarlos de manera crítica e inteligente.
No caigamos en la enseñanza del uso del dispositivo: casi nadie necesita que le expliquen cómo pulsar botones en una pantalla, eso lo saben hacer prácticamente solos. Lo que necesitan es formación en pensamiento crítico, en detección de fake news, en entender cómo las redes manipulan su atención, en proteger su privacidad y en no dejarse arrastrar por dinámicas adictivas. Algo que resulta bastante absurdo intentar enseñar sin tener el dispositivo en las manos.
El verdadero problema, a ver si nos damos cuenta de una maldita vez, no son los móviles, sino los modelos de negocio de muchas compañías que viven de mantenernos enganchados y desinformados. Prohibir los móviles en la escuela no resuelve nada, solo priva a los estudiantes de la posibilidad de aprender a defenderse en un entorno digital que es, nos guste o no, el suyo. Es como educar a alguien para que viva en el desierto y luego soltarlo en mitad de una ciudad: la desconexión entre la enseñanza recibida y la vida real es tan grande que lo único que hacemos es condenarlos a la ignorancia.
Por eso, en lugar de asociaciones absurdamente dedicadas a demonizar los móviles como si fueran aparatos de Satanás, lo que necesitamos son asociaciones y colectivos que presionen a las empresas irresponsables y a los reguladores para que dejen de permitir esas prácticas adictivas y manipuladoras. La educación tecnológica debería ser un derecho básico, impartido desde edades tempranas, porque solo así podremos criar ciudadanos libres, capaces de usar la tecnología para emanciparse en lugar de esclavizarse.
El problema no es el móvil, sino la ausencia de educación y reflexión sobre su uso. En lugar de demonizar y vetar estas herramientas, lo sensato es enseñar a convivir con ellas de forma crítica. Con ello, empoderamos a los adolescentes para que se conviertan en ciudadanos digitales libres, no en víctimas de la tecnología. El futuro pertenece a quienes sepan manejar bien estas herramientas, y si privamos a nuestros hijos de esa oportunidad, lo que conseguiremos será una sociedad más frágil, más manipulable y más ignorante. Criar hijos «a oscuras», como si el problema fuese la existencia de la luz, nunca fue una buena estrategia. Mucho mejor es darles una linterna y enseñarles a usarla.
Enrique Dans
Profesor de Innovación en IE Business School desde 1990. Comparte los contenidos de su blog por medio de una licencia de Bienes Creativos Comunes.
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