Algoritmo mata pizarrón

El celular es una tentación en el aula: revisar esa publicación nueva de un amigo en Instagram, el último short del artista favorito en YouTube, el TikTok del momento. Las notificaciones invaden las pantallas y capturan el tiempo de los adolescentes, el algoritmo personaliza la información y dificulta el acceso a visiones de mundo que confronten las propias. Mientras directivos y docentes discuten qué hacer con los dispositivos, la Ciudad de Buenos Aires decidió restringir su uso. ¿Qué debe hacer la escuela? ¿Puede confrontar con los espejos algorítmicos que no saben de límites horarios ni institucionales y tienden a mimetizarse con la vida?

Los chicos de quinto todavía están dormidos. Ximena, la profe de Redes sociales y narrativas transmedia del bachiller en Comunicación, habla sobre las transformaciones de las redes y las diferencias con los medios tradicionales. Es la primera hora de la mañana y a ellos les cuesta prestar atención. Entonces llega el recreo.

A la vuelta, los estudiantes entran al aula con la mirada puesta en los celulares. Ximena los nota entusiasmados y les pregunta por qué las risas. Se entretienen con Tellonym, explican, una app para realizar desafíos anónimos: 

—Por ejemplo, si Florencia le «daría» a Hernán. Después subimos las respuestas al Instagram del curso. 

Ximena aprovecha el fervor para problematizar la exhibición de la intimidad en redes. Una estudiante, que no suele participar en clase, levanta la mano y grita:

—¿Y qué pasa cuando una compañera publica en X que sos una puta?

El viernes, en la misma escuela, se celebran las fiestas patronales. Los profesores se enfrentan a los estudiantes de quinto en un partido de fútbol. El resto del colegio, que tiene más de veinte cursos, los observa. Los profes van ganando el partido y los pibes corren atrás de la pelota sin demasiado criterio mientras sus compañeros los alientan desde los costados de la cancha. El ruido es ensordecedor, pero un conflicto en las galerías del patio se roba la atención: un estudiante, a los gritos, agrede a un preceptor. El reflejo de los alumnos es inmediato: dejan de mirar el partido, corren y se acercan a la escena con el celular en la mano. A una distancia prudente, filman la pelea.

El debate sobre las tecnologías del siglo XXI y cómo incluir las competencias propias de la «era digital» en el aula despierta fervores entre los especialistas, pero es abstracto para directivos y docentes que enfrentan situaciones problemáticas por el uso que niñeces, adolescencias y familias hacen de los celulares en la escuela. Son estas prácticas las que deben ser interrogadas a la luz de transformaciones históricas que tensionan la autoridad de la institución escolar.

El desafío que se impone a las escuelas excede a los dispositivos. Las notificaciones de las plataformas invaden las pantallas y son solo la punta saliente de una planificación técnico-económica que pretende capturar el tiempo de vida de los usuarios. Las empresas informáticas más importantes del capitalismo contemporáneo comandan este intento de captura y tienen como exponentes a los multimillonarios de moda: Musk, Bezos, Zuckerberg, Larry Page o Galperín por estas tierras.

No puede haber uso crítico y reflexivo de las nuevas tecnologías sin antes comprender los efectos sociales y políticos del funcionamiento algorítmico. La escuela, que aún tiene el privilegio de albergar a los niños y adolescentes durante siete horas de lunes a viernes, puede ser un espacio de disputa de las lógicas individualizantes y mercantiles que se consolidan en la plataformización de la vida. 

***

Hoy es un día especial en la sala de jardín: se permite la visita de familiares en el marco de una muestra de actividades y ahora es el turno de la expresión corporal. Los niños corren y bailan. La docente de nivel inicial toma por unos segundos su celular para ambientar con música la coreografía. En ese instante, una de las madres graba la secuencia y la comparte en redes sociales. 

Pero no es cualquier mamá. Se trata de una bailarina, pareja de un famoso cantante de cumbia, con más de cuatrocientos mil seguidores en Instagram. Los comentarios del video atacan a la maestra por usar el celular en la sala: se la acusa de descuidar a los niños. La escuela se involucra y solicita a la bailarina un descargo en redes que reivindique el trabajo de la docente.

Desde el Instagram de la bailarina se puede acceder a las cuentas de sus dos hijas en esa misma red social. En la parte superior de los perfiles se advierte: «Cuenta supervisada por mi mamá». 

La publicitación permanente de la vida vuelve difusos los límites escolares. La escuela está en crisis desde hace tiempo. Primero fueron sus «interiores», como sentenció Deleuze para las instituciones de encierro en los ‘90. Ahora, el «exterior» viaja en el bolsillo de cada estudiante, se incrusta en sus rituales y en sus prácticas, y desafía su poder normativo. No se trata solo de las redes sociales sino de una dispersión de prácticas que se entraman con la subjetividad de las niñeces y adolescencias en sus smartphones: apuestas online, criptomonedas, juegos varios, edición de imágenes y textos con inteligencia artificial.

***

Los medios masivos que dominaron el siglo XX —los diarios, la radio, la tevé— seguían el modelo «uno a muchos» del broadcasting: un único emisor para un sinfín de receptores, con contenidos idénticos destinados a cada miembro de la audiencia. Un público masivo se sentaba a la misma hora ante el televisor, a mirar el mismo noticiero. 

Los docentes y los equipos directivos crecieron bajo esta experiencia homogeneizante. Si se les pregunta a los estudiantes de hoy cómo se informan, la respuesta no sorprende: por las redes sociales. La función informativa de los medios fue reemplazada por las pantallas de los smartphones

Aun se supone que los diarios, la radio y la tevé son determinantes en la conformación de la «opinión pública». Pero las pantallas son inquietas y movedizas. Las notificaciones atraen la mirada y los contenidos en plataformas se personalizan. La experiencia común de público masivo, que consume noticias similares, se difumina en las recomendaciones algorítmicas de las redes sociales.  

A la salida de la escuela, un alumno de cuarto año interrumpe el diálogo entre un docente de literatura y otro de historia. Los saluda y hace un chiste que cuestiona la política económica del entonces ministro de Economía, Sergio Massa. Los profesores, en confianza, lo invitan a argumentar. El adolescente saca el celular, extiende el brazo y responde con un reel de un periodista en Instagram. Se hace un silencio.

—¿Y? —pregunta el profesor de literatura.

El estudiante acerca aún más el celular a las caras de los profesores. Insiste, con el gesto, en que la verdad está contenida en ese reel. Videos breves y de planos veloces: en su recepción se consolida una determinada visión del mundo y de la sociedad en la que se vive.

Es necesario preguntarse si hoy existe algo así como la «opinión pública» para un adolescente. La pregunta vale también para los adultos que se informan en redes sociales. Pero los adolescentes de hoy nacen a la vida social como consumidores de plataformas. Su relación con la información viene ya personalizada por la intervención algorítmica. Las plataformas dan forma a una relación individualizada con el acontecer social y político: ¿cómo trabajar en las aulas los valores democráticos de la pluralidad y la diversidad frente a estas modalidades singularizantes?

***

La plataformización de la vida cotidiana es un proceso en curso, en plena expansión, que incluye prácticas que exceden a las redes sociales: las reseñas de Google Maps, las compras en MercadoLibre, el consumo audiovisual y musical en plataformas de streaming, viajar en Uber, solicitar un delivery por Rappi, enviar un mensaje por WhatsApp, realizar tareas en Classroom, invertir en MercadoPago. 

En una mesa redonda de la biblioteca, seis estudiantes de segundo año miran con atención las estadísticas de uso de sus celulares. Se trata de una actividad que interrumpe la rutina escolar: un taller que los de quinto año prepararon para sus pares de segundo, organizado por la materia Seminario de comunicación, tecnología y sociedad.

Un pibe de quinto toma la iniciativa y ayuda a los más pequeños a analizar las estadísticas. El objetivo es trasladar la información a un afiche grupal que muestre la sumatoria del tiempo de uso semanal que dedican a las plataformas más populares. El smartphone de un integrante de la mesa replica lo habitual en todos los grupos: 17 horas con 16 minutos dedicados a Instagram en una semana. Si se suman las 9 horas con 48 minutos de TikTok, tenemos más de un día entero de la semana vivido en redes sociales. 

El taller confirma lo esperado: una porción significativa del tiempo de vida adolescente transcurre en plataformas que crean espejos algorítmicos de cada uno de sus usuarios, sean estudiantes, familiares o trabajadores de la educación. Ese espejo se retroalimenta de las interacciones con los contenidos que se muestran: likear, comentar, compartir, chatear, pero también rechazar, scrollear —pasar a otro contenido— y el tiempo de visionado. Toda acción en plataformas es cuantificada, parametrizada, registrada y se transforma en datos para la construcción de perfiles que se acomodan a los intereses, gustos y opiniones de los usuarios. Las predicciones y recomendaciones algorítmicas se ajustan a esos perfiles para que el usuario permanezca el mayor tiempo en la plataforma. 

La ecuación es simple: más tiempo, más datos con los que el algoritmo perfecciona su análisis automatizado para ofrecer contenidos más eficaces para capturar la mirada. Si la mirada se sostiene, se muestran más publicidades y se profundiza el circuito de producción y análisis de datos. Niños y adolescentes tienen ante sí un espejo que los refleja en su individualidad, repartida en múltiples ámbitos de la vida: consumos, gustos culturales, modas, vínculos afectivos, opiniones políticas. Las plataformas no son un territorio neutral ni mucho menos el espacio en el que se ejerce la «ciudadanía digital». Para que los estudiantes comprendan mejor el mundo en el que viven se requiere, al contrario, desmontar los mecanismos de funcionamiento de «lo digital».

Esta lógica, trasladada al consumo en general, implica un perfeccionamiento de técnicas publicitarias y del marketing que ya tienen un siglo de historia. Pero la personalización algorítmica de la información y de los contenidos políticos dificulta el acceso a visiones de mundo que confronten con las propias inclinaciones. Estas preferencias, además, se constituyen en plataformas que premian contenidos explosivos, de formas virulentas, debido a su potencial para incitar reacciones. Periodistas, dirigentes políticos y empresariales hablan cada vez más con las modalidades de X: la agresión, el insulto y la burla del que no piensa igual. Este lenguaje, que tiene en el trolleo su máxima expresión, se introduce en los vínculos escolares: los stickers de WhatsApp se transforman en una forma rutinaria de ridiculizar a quien se considera distinto.

En el aula, el celular es una tentación: revisar esa publicación nueva de una amistad en Instagram, el último short del artista favorito en YouTube, el trend de X, el TikTok del momento. En el secundario, el docente compite, con su presencia y sus métodos de enseñanza, contra la distracción plataformizada que fluye por el aula. Se encuentra ante los estudiantes durante unas horas a la semana. Los espejos algorítmicos, en cambio, no saben de límites horarios ni institucionales. Tienden a mimetizarse con la vida. 

Leer la nota completa en Anfibia →

MIRÁ TAMBIÉN

¡Viva la libertad de excreción, carajo!

POR DIEGLO IGLESIAS | Las redes sociales se convirtieron en una cloaca. Y algunos de los principales influencers libertarios lo celebran. Muchos usuarios que quieren participar bajo la lógica del debate de ideas empiezan a abandonarlas porque el ambiente es cada vez más tóxico. Muerto Twitter. ¿Sobrevivirá X como un residuo trash? El caso de Brasil, donde están involucrados hombres de Milei y Elon Musk decidió cerrar sus oficinas, es un ejemplo que empieza a cambiar los límites. ¿En nombre de qué derechos se puede restringir la libertad de expresión? ¿Se pueden sanear los espacios de la discusión pública?


Más medios públicos es más democracia

POR JÉSICA TRITTEN | «El Gobierno le llama adoctrinamiento a la exposición de un conjunto de ideas y saberes que no les gustan», opina quien fue la gerenta general de Contenidos Públicos Sociedad del Estado durante el gobierno anterior.


Flavia Costa: «Claramente somos la fuente de recursos de los proyectos de inteligencia artificial»

POR DIEGO GENOUD | La autora de Tecnoceno: Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida y directora de TecnocenoLab habla sobre la soberanía tecnológica y la disposición de Javier Milei a abrir las puertas de Argentina para la instalación de un cuarto polo de inteligencia artificial.


Síntomas del vaciamiento: la TV Pública emitirá por primera vez novelas mexicanas

POR BELAUZA | La señal históricamente tuvo como política producir ficciones propias o asociarse con productoras locales. La iniciativa se inscribe en la postergación y ninguneo permanente que el Gobierno de Javier Milei despliega sobre los trabajadores argentinos de la industria audiovisual.


La inteligencia artificial, ¿podrá pagar la cuenta?

POR ESTEBAN MAGNANI | Las cinco grandes tecnológicas invertirán cuatrocientos mil millones de dólares en desarrollar sus IA generativas en este año. Como aún no está claro cuál es el potencial real de esta tecnología, crece el temor de que no sea posible recuperar la inversión. En el horizonte está el límite energético y ambiental.


Mariano Caputo

Becario doctoral de la UBA, casa de estudios en la que se graduó como licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación. Sus investigaciones intentan estudiar algo así como los procesos de plataformización de la vida social.

También te podría gustar...

Deja un comentario