Adriana Amado: «Ibai Llanos no es periodista, es un conversador, pero tiene unas habilidades que el periodismo debe aprender»
«El periodista hoy es un ciudadano más con una competencia profesional para guiarnos en el caos informativo en el que a veces nos encontramos. Ya no es un superhéroe como Superman, se ha convertido más bien en Spider-Man», dice la autora de Las metáforas del periodismo.

Vamos a hablar de periodistas. Esas personas que se creían, nos creíamos, en la cúspide del poder y que en los últimos años han visto derrumbarse casi todas las certezas que sustentaban su trabajo. Y lo haremos con Adriana Amado (Buenos Aires, 1966), investigadora, profesora, ahora también cara muy conocida de la televisión argentina. Adriana lleva años reflexionando sobre nuestro oficio, ese que se dijo que era el más bello del mundo, y acaba de publicar Las metáforas del periodismo (Ediciones Ampersand). Estas metáforas empezaron a tomar forma en el año 2000, pero ha sido ahora, después de enfrentarse a la tarea diaria de ejercer el oficio ante las cámaras, cuando se ha decidido a publicarlas. «Una cosa es estar en la Academia observando el resultado de lo que otros hacen, analizando noticias y otra muy distinta es hacerlo, enfrentarse en una tertulia diaria con las limitaciones, con la presión de tener que decir algo relevante», reflexiona la autora de un texto que disecciona en profundidad los problemas del periodismo. Y, lo mejor, que también apunta soluciones.
—¿Nos ayudará la Academia a entender qué le está pasando al periodismo o llegará tarde como casi siempre?
—Creo que la Academia tiene una deuda con el público y con el oficio, hay que explicar qué fue antes. Es decir, si la revolución tecnológica es lo que generó los cambios o la sociedad venía anticipándolos y se apropió de tecnologías para empujarlos. Facebook no fue inventado para lo que terminó siendo, pero se abrió una ventana y la gente empezó a usarlo y dejó de ser ese lugar que Zuckerberg diseñó para conocer chicas, para convertirse en un espacio donde se intercambian bienes, servicios, recuerdos, emociones. El fetichismo de la tecnología nos impide pensar esto como un cambio social un poco más amplio, que también está sufriendo la política. Porque si hablamos de la arrogancia del periodismo, imagínense el cambio para la política, que todavía se ponía en un escalón superior.
—Y en este nuevo ecosistema, ¿qué papel juega el periodismo, ya no sirve?
—No, al contrario, es más necesario que antes, pero necesita un cambio de rol. El rol de ser el portavoz de las noticias importantes se ve trastocado porque hoy la gente también está en crisis con las noticias, empiezan ver que esas novedades que tenían que ver con la administración pública se les alejan, pero a la vez empiezan a aparecer otras novedades con urgencia. Lo hemos visto en la pandemia. La sociedad sigue necesitando ese puente, pero lo pienso más como un curador, como un guía de dónde está lo importante, dónde se puede discriminar lo que es válido, de lo que no lo es, más que ser el mensajero de los dioses.
—¿Y no siente que a veces pasa lo contrario, que el periodista en vez de ser el filtrador se ve arrastrado por el ruido que emana de las redes sociales?
—Sí, y es que además se quedan con el ruido minoritario. El periodismo tomó el discurso de la política acerca de que las redes sociales eran amenazantes, el discurso del odio y de las fake news, que es un fenómeno que existe pero que es absolutamente minoritario en las redes. Se impone la idea de que ahí están las mentiras, está la desinformación, está la polarización, que es un fenómeno que afecta a la política mayormente. Pero cuando sales de esas burbujas y te vas a las burbujas afectivas, a las burbujas de intercambios de profesionales, a la vida misma de las redes sociales, te das cuenta de que no tienen relación con esa burbuja de odio. Con lo cual creo que también hay un desafío.
—¿Encontrar la manera de salir de esas burbujas dañinas?
—Es parte del proceso. En un movimiento pendular, cuando hay un cambio, generalmente aparece un momento reaccionario. Pero creo que lentamente el ecosistema digital encontrará el camino. Con los pequeños medios, con ciertas cuentas que ofician hoy de difusores de información… La pandemia aceleró muchísimo esos cambios. Científicos que no estaban en el panorama de las voces consultadas tomaron la palabra directamente y brindaban un servicio de divulgación, de aclaración. Estamos justamente en ese momento.
—Los periodistas estábamos acostumbrados a ser las únicas voces y de pronto la red nos ofrece otras que, en muchos casos, hablan con más criterio de asuntos concretos…
—Por eso hablo de la ética de la conversación. Una profesión que estuvo durante dos siglos dedicada a la difusión se ve obligada a esta tecnología de la conversación que es la que proponen las distintas plataformas en los distintos formatos. Es una conversación que en principio puede monitorear la inteligencia artificial y decir bueno, resulta que la consulta del clima es una de las principales motivaciones para vincularse con las noticias. Es parte de la lógica social. Y yo, como soy el curador, entiendo que te preocupas por el clima del día, pero también ahora necesitarás saber otras cosas. Pero ese necesitas saber antes se resolvía desde la soberbia del periodista y ahora la gente no quiere eso. Ahora lo interesante es lo que le interesa a distintas comunidades y empieza a tensionar con lo importante. Fueron dos valores que estaban disociados. Lo importante tenía que ser serio, adusto, canalizado de manera compleja. Y lo interesante era el sensacionalismo. Y hoy, de pronto, la sociedad nos propone: ¿Y si me hacen interesante lo importante?
—Los medios y los periodistas también éramos los prescriptores de la agenda informativa. Era uno de los atractivos principales de nuestro trabajo y de nuestro negocio. Y ahora esa agenda se hace entre todos. El periodista se convierte en un nodo más, al mismo nivel que el resto.
—Exactamente, al mismo nivel, pero con una competencia profesional que le permite ver aquello que quizás otros no ven. Creo que ahí es donde se revaloriza la profesión. El periodista ya no se define por el nombre de su medio o por su posibilidad de acceso. O por ser el amigo de tal, o recibir los mensajes privados de fulano. Ahora el periodista se hace valer por lo que aporta. No tanto por el servicio que le presta a la fuente o al medio, sino a su comunidad de referencia.
Y eso le obliga a reivindicarse como necesario todo el tiempo…
—Pero en qué profesión hoy no sucede. Esta bien volver a lo de la agenda, porque es una de las pruebas de cómo el atraso de la Academia también significó un atraso en la transformación de los medios. La teoría de la agenda ya estaba en cuestión hacia fines del siglo pasado. Sin embargo, era tan atractiva que fue fácil encontrar un caso en el que la agenda funcionara; aunque no funcionase para la gran mayoría, sobre todo en Latinoamérica, donde tenemos una inmensa cantidad de la población por fuera de las noticias. Nosotros tenemos una élite informada, que es obviamente la que toma las decisiones, pero después tenemos una inmensa cantidad de personas que están por fuera de los medios. Ese fenómeno explica las grandes sorpresas electorales que hemos tenido en la región. Donde la agenda de los informados proponía ciertos candidatos o mostraba los problemas de otros, la sociedad decide votar aquel al que la prensa no recomendaba. En la medida en que no estaban informados, no había forma de hacer ese trasvase de la agenda a la sociedad. Eso ya estaba pasando hace 20 años. Pero la teoría era demasiado atractiva como para que los datos la desmintieran.
—Sobre todo porque a la industria del periodismo, fundamentalmente a la prensa, todos estos cambios le pillaron en un momento en que le iba bien y ganaba dinero. Y parece que no supieron darse cuenta de lo que estaba pasando.
Como pasa en la vida. Resulta que éramos felices, pero no lo sabíamos. Creo que a eso también hay que agregar la industria de las relaciones públicas, sin la cual esa prensa no puede explicarse. Es decir, la industria de la distribución de la información también tenía mucho que ver con la salud, la vitalidad de la prensa.
—¿No era tan puro ese periodismo?
—No lo critico tanto, al contrario, de hecho a la industria le permitía tener el ingreso por los anunciantes, tener esos vínculos necesarios para generar la información. Es decir, ha sido un matrimonio de conveniencia que funcionó durante muchos años. La crisis le llegó a todos.
—Y ese matrimonio apartaba a la prensa de los ciudadanos.
Eso es lo que pasó. Yo he estudiado mucho las oficinas de prensa de los gobiernos en Latinoamérica y de hecho se han convertido en medios paralelos, a tal punto que algunos han fundado medios públicos que en realidad son medios institucionales de un gobierno. Absorbieron la función de la prensa. Fue como si en el divorcio de ese matrimonio de conveniencia uno se quedó con todos los bienes, pero ambos perdieron la credibilidad de la sociedad. Ahora hay una gran oportunidad para recuperar esa confiabilidad, porque la sociedad necesita orientación, todas estas crisis tan rápidas, que nos muestran que cualquier situación es efímera, vuelven a poner de manifiesto la necesidad de la información.
—Al periodista parece que le toca reivindicar su nombre personal por encima de las marcas de los medios.
—También eso pasó, al menos en el caso de Latinoamérica, que conozco más. La mayoría de los periodistas trabajamos para muchísimos medios, algunos que se suponían incompatibles. En el modelo anterior uno era de tal medio que tenía tal propietario, entonces se suponía que estaba cooptado ya por esa perspectiva editorial. Y ahora vemos al periodista freelance como superhéroe, pero no como Superman, que tenía su oficina y su profesión y de incógnito salvaba al mundo; ahora se ha convertido en Spider-man. El superhéroe contemporáneo que es periodista es El Hombre Araña, al que su jefe le pide que haga de todo. Y creo que ahí es donde más que personalismo, lo que hay que recuperar es el sentido comunitario. Quizás el periodista es un ciudadano más con una competencia profesional para guiarnos en el caos informativo en el que a veces nos encontramos.