Te tiro un audio
Los audios de WhatsApp nos dividen. Hay quienes los aman y quienes los odian. Hay audios intrigantes, audios que lastiman, audios ignorados, audios-canción. Audios para organizar la casa, la tarea, el trabajo, la lucha. Audios que festejan, remixan o lloran: audios que sellan un pacto de amor. Mora Matassi analiza este tipo de conversación y dice que hay algo que es claro: disfruta más quien envía que quien escucha.

Hay amantes de audios, enemigos de audios, los que solo se comunican por audios, los que no escuchan los audios. Audios intrigantes; audios que lastiman; audios ignorados; audios-canción. Audios para organizar la casa, la tarea, el trabajo, la lucha. Audios que festejan, remixan o lloran; audios que sellan un pacto de amor.
Mezclá teléfonos, fonógrafos, contestadores automáticos y walkie-talkies con un poquito de internet: vas a armar algo parecido a un audio de WhatsApp. Y esto es un mundo en sí mismo. En YouTube, hay más de un canal que recopila “los mejores audios de WhatsApp”.
Casi cinco años después de su surgimiento, el estatuto del audio oscila entre la molestia y la creatividad. Aunque discutido, se ha multiplicado en las formas de interacción móvil –ya en 2014 se enviaban 200 millones de audios por día en el mundo. Entre lo mecánico y lo orgánico, lo espontáneo y lo editado, lo viral y lo trivial, el audio en Argentina (nos) circula sin cesar. Y de formas no necesariamente evidentes. La canción “En el castillo”, de Ignacio del Pórtico y Franco Dolzani, inicia con un diálogo entre dos notas de voz: “Mirá, este audio ponételo con los auriculares, lo escuchás con tu celular y con otro celular, grabá un rap arriba, y después ese audio te lo mandás a vos, y ahí nos los mandás a nosotros, para que no se escuche la música, que se escuche tu voz nada más”.
Ni sí ni no
Los audios de WhatsApp tienen simpatizantes y detractores, según entrevistas realizadas por el Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad en Argentina (MESO). Y, en casi todos los casos, el sí o el no dependen de la posición ocupada en la interacción. Quien más disfruta suele ser quien envía, y quién más soporta, quien escucha.
Se esgrimen razones de conveniencia. Julio, de 21 años, en un apuro, manda una nota de voz «porque es más rápido, «che, blablabla»: listo, se terminó». La misma lógica impera para Fabiana, de 41 años: «es más fácil que escribir porque no tengo tiempo. Aprieto: ¿Llegaste a casa, hija? ¿Todo bien? Contestame», me voy, sigo haciendo lo mío». El sentido predominante es que el audio es la salida más rápida y directa hacia el otro; una forma de sacarse un peso de encima. Resulta «conveniente»: no implica una pausa de las manos para tipear, ni una espera incómoda de la llamada para hablar.
Mandar un audio es también justificado por motivos de contacto: irrumpir la textualidad con voz parecería prometer cierta intimidad. Mateo, de 18 años, entiende a las fotos, los mensajes y los audios de WhatsApp como una forma de acercarse a los que están lejos: «te podés grabar una nota de voz y escuchar a otra persona, creo que te ayuda». Pero Leonela, de 26, odia hablar por teléfono, y «casi que no me gusta que me manden audios». A veces está en el trabajo, y aunque puede mirar un mensaje de reojo, con el audio se hace imposible; accederla requeriría una actitud demasiado evidente en un contexto formal de quietud. La imposibilidad momentánea de oír le produce intriga y molestia: «4capaz que es una situación incómoda y no lo podés escuchar y te quedás pensando: ay, ¿qué me habrá dicho?».
Incluso fuera del trabajo, si Leonela oyera el audio recibido a viva voz correría el riesgo de avasallar el ambiente que la circunda. Para evitarlo, en la casa de Miriam, de 69 años, y su hija, se han impuesto reglas claras: «acá nadie escucha en volumen alto, o sea, el que está escuchando se va. Eso es una ley, o sea, yo no tengo porqué escuchar lo que vos estás escuchando, o sea, tu música, tus audios».
Maru, de 25 años, consume una telenovela por la noche, «y si me mandan un audio y veo que es muy largo, espero que termine para escucharlo». Brindarse a consumir el audio implica una disposición técnica y corporal específica, a la par de un alto grado de atención no dividida: apretar el botón de play, pegar el oído al teléfono, hacer silencio, permanecer.
Como todos los productos digitales, existe la posibilidad de viralización. «Escuchame, Fresco» y «Hola, Brian» son ejemplos de los tantísimos memes nacidos desde su cualidad de notas de voz, retomados en clave lúdica, por ejemplo, en la propuesta del animador Gabriel Lucero y su proyecto Gente Rota. Con el botón de reenviar se abre el camino para editar, imitar, jugar. Y esto no es trivial: hay escándalos políticos que estallan a través de audios de WhatsApp.
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