Sin interlocutor a la vista

Más allá de la suspensión de la pauta oficial, que es una decisión preocupante por sí misma, mucho más grave parece ser la comunicación del gobierno montada sobre la negación de la existencia de interlocutores. El diálogo es con quienes piensan diferente.

«No entiendo específicamente a qué te referís con que va a impactar en los ingresos», respondió increíblemente a una pregunta el vocero presidencial, Manuel Adorni

El gobierno decidió suspender por un año el gasto en publicidad en los medios, y en este mismo medio se les pidió opinión a colegas del ámbito académico, quienes focalizaron en dos ejes: la tensión sobre el derecho al acceso a la información pública que tiene la ciudadanía; y la debilidad financiera en la que quedan las pequeñas y medianas empresas de medios.
Adhiriendo en un todo a esas opiniones, me gustaría también señalar un aspecto que, más que económico y jurídico, atañe a una cuestión crudamente comunicacional. Mi conjetura (que habrá que ir evaluando con el correr de los meses) es que el tema objeto de la nota es apenas un indicio, casi de superficie, de una cuestión bastante más profunda que engloba a la suspensión de la pauta de publicidad oficial (dicho sea de paso, publicidad no es vender mayonesa sino dar a conocer, hacer público algo).

Concretamente, mi presunción es que, desde el punto de vista comunicacional, este gobierno está instituyendo una figura vacía: aquella que surge de la ausencia de reconocimiento, montada en la negación de la existencia de interlocutores. De hecho, en tan pocos días, dos actores, uno del área de la gestión política y otro de la gremial, han señalado, precisamente, que no hay interlocutores con quien/es dialogar en el gobierno y uno de ellos hasta se pregunta si no será una estrategia deliberada. Aún más: la misma «pauta que conecta», diría Bateson, no solo reaparece con el protocolo antipiquetes anunciado por la ministra de Seguridad, sino también con la inconcebible «confesión» de que «dado el contexto actual de la Argentina, lo natural sería que el Congreso ceda sus facultades». Cero construcción de una interlocución. Cero voluntad de incluir al otro en la conversación social.

En este punto quisiera advertir que no es que no existan interlocutores, porque es evidente que los hay: unos construidos por el propio presidente en su campaña (acaso con una «dinámica fandom», como me señalara Santiago Mazzuchini), y otros preconstruidos como «los propios». El video que grabó un Caputo solo frente a la cámara, para después decir que «la gente recibió estos anuncios muy contenta», se dirigió a un interlocutor esfumado detrás de los cortinados. En verdad no sabemos qué gente está contenta, a quién escuchó decirlo, ni a quién no escuchó ni tiene la voluntad de escuchar. Ambas interlocuciones están dirigidas a «sí mismos». No son interlocutores políticos. Porque la política implica conversar con «el otro», con el diferente, con quien tiene otros intereses y valores. Si no es así, podemos hablar de fandom, de corporativismo o de fuerzas estelares ignotas. Pero no de política en su sentido más pleno.

Entonces, lo que aparenta emerger como inédito en un gobierno democrático es una política comunicacional de no existís. Hasta ahora las autoridades solo parecen hablar el idioma de las cuentas públicas que deja o dejará vacías. O el de la represión. O el del corporativismo. O el de la autocracia. Es un idioma denso y oscuro. Que no registra, no escucha, no comprende otras palabras ni otras inflexiones o sutilezas. «No entiendo específicamente a qué te referís con que va a impactar en los ingresos», respondió increíblemente a una pregunta el vocero presidencial. Sin embargo, y más allá de la sordera que está implícita en estos gestos, una de las cosas más significativas del momento es que quienes nos están comenzando a gobernar no quieren, no pueden, o directamente no se les antoja, hasta ahora, construir una interlocución posible, un «otro» con quien dialogar, excepto cuando algunos seguidores aplauden el ajuste o cuando, simultáneamente a los brutales anuncios económicos, el presidente se florea en una fiesta religiosa. Habrá que estar atentos, de todos modos, a lo que se converse en la reunión prevista para el martes 19 de diciembre (gran fecha gran) entre el Ministro del Interior y los gobernadores, una dinámica «de diálogo» que ya se ha preconstruido, por default, en modo extorsivo.

El diálogo, el verdadero, es con quienes piensan diferente. No se discute con los «sí mismos». Y lo cierto es que apenas se ven intentos, al menos, insisto, por ahora, de construir alguna interlocución con ese otro que piensa distinto y que tiene intereses y valores diferentes. Ni hablar de sostenerla. La comunicación siempre implica un interlocutor. La estrategia comunicacional, en esta primera semana, parece gestarse haciendo caso omiso del interlocutor político (el «otro»). Traducida, esta estrategia emergente es igual a proclamar: ¡vos no existís, vos no importás!
Por supuesto que habrá que esperar para evaluar este aspecto que, de confirmarse, resultaría un fenómeno muy curioso desde el punto de vista de la comunicación, y especialmente de la comunicación política. Un aspecto, insisto, que corre en paralelo con la cuestión de la suspensión de la pauta de publicidad oficial y, más aún, podría decirse que forma parte de lo mismo. Será necesario profundizar en lo que por ahora es una conjetura. Y habrá que estar muy atentos porque es algo digno de análisis el hecho de que en este tipo de comunicación no haya un «otro». Si llega a ser así, sería un fenómeno extraordinario desde el punto de vista político.
Es tremendo.

María Graciela Rodríguez

Doctora en Ciencias Sociales, docente UNSAM-UBA.

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