Musk Twitter que nunca

El desembarco del magnate en la compañía vino con despidos masivos, gestión vertical y promesas de arancelamiento. De la innovación al capitalismo sin raíces.

El desembarco de Elon Musk en Twitter no podía ser más estridente. En la última semana echó a la plana mayor gerencial y disolvió la junta directiva, erigiéndose como «único director» o «tuitero jefe», como se autoproclamó mientras ingresaba a la sede corporativa con un lavatorio de manos, anticipando la limpieza de una compañía a la que ve mugrienta. Este viernes Musk sacudió a Twitter con despidos masivos que afectan a 3700 de las 7500 personas que trabajan en la empresa. Es cuestión de días para que 238.000.000 de cuentas de la plataforma comiencen a percibir el nuevo rumbo dispuesto por Musk en sus pantallas.

La posesión de la red sociodigital —que en palabras de Musk es una plaza común digital— por parte del hombre más rico del planeta marca un cambio de era. Esta operación representa un giro en la estructura de propiedad de la más pequeña e influyente de las grandes plataformas digitales. La generación innovadora que fundó y consolidó las big tech le pasan el testigo al capital económico sin raíces en Silicon Valley. Como en el resto de las industrias, billetera mata galán, pero la ley del capital también disciplina los deseos y promesas del nuevo dueño de Twitter.

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El magnate concretó la compra de las acciones de Twitter y quedó como único propietario. Un culebrón tecnológico con final aún abierto.

Musk promete sanear Twitter de cuentas inauténticas y bots, arancelar las cuentas verificadas —tanto se trate de individuos como de organizaciones— con tilde azul, y crear un consejo consultivo de «moderación» de contenidos que entenderá en los casos de cancelaciones pasadas —cuyo emblema es Donald Trump— y futuras. Pese a la ansiedad de Trump para recuperar su usuario en una red que le dio tantas satisfacciones, y de las proyecciones tan vagas como pretensiosas de Musk respecto de que su arribo a Twitter instauraría una suerte de «absolutismo de la libertad de expresión», en los últimos días el «tuitero jefe» aplacó sus bravuconadas libertarias reconociendo que los mensajes racistas, discriminadores y que incitan a la violencia deben respetar normas legales y, por lo tanto, esperará el dictamen del consejo consultivo que dijo que va a crear. En un gesto a contramano de su ideario, el «tuitero jefe» se reunió con organizaciones de la sociedad civil y activistas de derechos humanos, ante quienes aseguró que la plataforma va a «continuar combatiendo el odio y el acoso y cumplirá sus políticas de integridad electoral».

Más del 90 % de los ingresos de la compañía son generados por anuncios publicitarios y la súbita prudencia de Musk obedece sobre todo a la necesidad de complacer a quienes anuncian, grandes marcas que prefieren no quedar (tan) asociadas a los caprichos y provocaciones cada vez más derechistas del multimillonario de 51 años. Su carta a anunciantes es elocuente: allí Musk afirma que Twitter no se convertirá en un«espacio infernal» donde cualquier cosa puede ser dicha sin consecuencias.

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¿Qué vamos a ver en los próximos días o semanas? Obviamente, muchos cambios. Musk no es una persona especialmente lenta en sus procesos de toma de decisiones.

Desde abril último, cuando Musk formalizó la oferta de u$s 44.000.000.000 por la compañía, hasta el 27 de octubre en que completó el proceso de adquisición, la crisis económica internacional golpeó la valorización de los conglomerados tecnológicos. Con un precio tan exagerado como su oferente, los accionistas y directivos de Twitter fueron así objeto de una propuesta imposible de rechazar. Cuando, casi inmediatamente, Musk se arrepintió del ofrecimiento, acusando a accionistas y a la directiva de la plataforma de ocultar datos básicos sobre su funcionamiento, ya era tarde: Twitter denunció judicialmente a Musk por frenar el proceso de compra. Finalmente, el magnate, en una encerrona pues para dar marcha atrás debía indemnizar a la compañía, pero a la vez consciente de que su oferta fue desmesurada, apretó los dientes y concretó el abordaje.

Para alcanzar el monto comprometido, Musk se alió con el príncipe saudí Al Waleed Bin Talal, con el fondo de Qatar y diecisiete inversionistas más, mayormente estadounidenses y árabes. Tal vez el pájaro no es tan libre como proclama Musk.

Ahora Musk debe cubrir deudas y dar ganancias a sus socios, lo que puede ser un anclaje de racionalidad de mercado a la pulsión de Musk por la sobreactuación transgresora de niño rico que en cambio no afectaba tanto sus otros negocios, como Tesla y Space X.

Es dudoso que el plan de Musk arroje los resultados esperados, sobre todo al ralear a Twitter de más de la mitad de su calificada plantilla. El cobro de ocho dólares mensuales (de los veinte dólares originalmente estimados) para las cuentas con tilde azul que buscan ser «verificadas» por la compañía no sólo instaura un régimen Premium con servicios más relevantes y priorización en contenidos de la élite que pueda y quiera pagar en la red fundada en 2006 por Jack Dorsey, sino que, lejos de garantizar el control de spam, de bots y de campañas de desinformación, puede ser una licencia para que organizaciones y personas productoras de fake news y de operaciones de propaganda sucia legitimen su actividad… mediante el simple trámite de pagar por ello. El supuesto de que ricos y famosos no spamean ni trollean es tan falso que basta con citar nuevamente a Trump, quien podría pagar el precio de la marca azul sin despeinarse, para comprender su inutilidad.

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Martín Becerra

Doctor en Ciencias de la Comunicación, investigador y profesor universitario. Es investigador principal en el Conicet y docente en diversas universidades nacionales. Es especialista en medios de comunicación e industrias culturales.

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