Desinformación: quien nada tiene, nada teme

No importa la época o el lugar, la desinformación daña la democracia. Puede llevar a los congresistas a legislar sobre premisas falsas. O a un candidato salir elegido gracias a una campaña con información errónea, manipulada o mentirosa. «¿No les parece catastrófico que decisiones cruciales para un país se puedan basar en desinformación?», se pregunta Valentina de Marval. Ante ese monstruo de varias cabezas, plantea, hay que actuar de manera multidisciplinaria. El periodismo tiene un rol clave, pero no exclusivo, advierte.

En palabras muy simples y lo más cercanas posible, la desinformación es el desorden informativo, el contenido sacado de su contexto original, una manipulación hecha y derecha, o la omisión de información relevante. En inglés se habla de disinformation cuando hay intención de dañar con el mensaje, y misinformation cuando esta se comparte o difunde ingenuamente. Me referiré a desinformación, para ambos casos, esta vez.

Podemos verla u oírla en el discurso de un personaje notorio desde el palacio de gobierno, en una entrevista, en una discusión legislativa o en su Twitter. También podemos encontrarla en una imagen que pasa velozmente en el feed de una red social, en un video creado con inteligencia artificial, en un mensaje viral que no para de ser reenviado, y más.

La desinformación no es solo una mentira, y tampoco es tan simple como una foto evidentemente editada. Es mucho más, tiene miles de formas, intenciones, y alcances. Puede estar en el celular, en la televisión, o en una sobremesa.

Desde el periodismo, la respuesta más popular ha sido el fact checking, o verificación de datos. Consiste en verificar y contrastar lo que otros dicen o comparten, siempre y cuando sea medible con datos -y socialmente relevantes. Las opiniones, proyecciones y promesas quedan fuera. Mediante cierta metodología revisada periódicamente por la Red Internacional de Fact checking (IFCN, por sus siglas en inglés), el medio encargado de la verificación podrá determinar la factualidad y apego a los hechos del contenido revisado -generalmente determinado por un abanico que va desde el «verdadero» al «falso». 

Dicha metodología la he enseñado desde el segundo semestre de 2019. La última clase de cada semestre, hago la misma pregunta a mis estudiantes, mi termómetro favorito: ¿Qué les pareció el curso? ¿Creen que el fact checking es útil? 

Bien tímidos, se miran, hasta que al fin alguien rompe el hielo y toma la primera palabra. Luego se van animando algunos más. Varios semestres he escuchado análisis sencillos y genuinos: el más repetido es que es muy útil y que todos los medios deberían chequear.  Otros han mencionado que les parece importante, pero que no están seguros si alcanza por sí solo.

Estoy de acuerdo con ello, considero que el periodismo no alcanza, no puede hacerlo solo. La desinformación es un monstruo grande, con varias cabezas. Dudo que la intención de los periodistas verificadores que llevan años en este trabajo pretendan solucionar los peligros de la desinformación por sí solos, sobre todo considerando un par de datos desoladores: de acuerdo con el Digital News Report de 2023, un 40% de las personas entrevistadas para el capítulo de Chile evita las noticias a veces o a menudo. Asimismo, un 35% confía en las noticias que consume. Podemos ir haciendo más y mejor periodismo, expandir el fact checking en más medios quizás, pero el público igualmente nos está evitando. 

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