A 30 años de la Declaración de Windhoek

«El establecimiento, mantenimiento y fortalecimiento de una prensa independiente, pluralista, y libre son indispensables para el desarrollo y mantenimiento de la democracia en un país, así como para el desarrollo económico», expresa la Declaración.

Participantes al seminario de Windhoek organizado por la Naciones Unidas en 1991. Foto: The Namibian

Durante abril, la Unesco dio impulso a las directrices para regular las plataformas digitales, herramienta mediante la cual intenta que gobiernos, reguladores y empresas digitales, puedan afirmar un «ambiente» democrático en línea, que proteja libertades. Sobre todo, la de expresión.

Interesante que la Unesco, 46 años después de un hecho significativo en su historia, retorne a cierta mirada con respeto a la vigencia de libertades y derechos.

¿Por qué? Pues algo ocurrió en 1977 que vale la pena recordar.

¿Qué mundo entornaba la cultura social y la cotidianeidad más usual allá por los años 1960/1980? Un mundo bipolar (como bien dijeron Pedro y Pablo en su magnífica Marcha de la Bronca, «repodrido y dividido en dosÐ) pero también un mundo donde desde el fin de la Segunda Guerra Mundial alumbraba batallas, algunas perdidosas y otras triunfantes en torno a indocilidades justas y reivindicaciones con cierta dificultad para conseguir, pero todo eso modelado en la búsqueda de espacios más libres y democráticos en casi todos los países.

La Primavera de Praga de 1968, el Mayo francés el mismo año, el Cordobazo argentino de 1969, los hippies en EE. UU, los levantamientos campesinos en Perú, los Panteras Negras norteamericanos, el surgimiento de la OLP, la vigencia aún romántica, más que efectiva, del guevarismo como dato político, los Baader Meinhof alemanes, los nuevos emergentes en la Indonesia de Sukarno, el Vietnam del heroísmo continuado. Estos son solo algunas menciones al espíritu que destaca esos años. Y, que, para abundar en efervescencia rebeldes, aparecía como continuidad temporal de otras magnitudes significativas como habían sido algunos años antes las etapas descolonizadoras en África, la revolución cubana, las revueltas árabes en Marruecos, Egipto, Túnez y Libia, la guerra de liberación en Argelia, el proceso de democracia revolucionaria del MNR en Bolivia, las experiencias guatemaltecas de Arévalo y Arbenz, la década peronista (1946/55) en Argentina.

Y acompañando en rebeldías de otro tipo, el arte pop, la beatlemanía y diversas nuevas olas musicales, cinematográficas y literarias, ponían también su dosis de juvenil presencia.

Ese mundo que venía tocando ritmos de cambio y donde la política, el arte, la cultura, la antropología, la ciencia, la tecnología, la interpretación étnica, la categorización de clases sociales mostraban vaivenes que las alejaban del pasado, requería sin duda, una mirada novedosa sobre un tema que rodeaba todo lo mencionado antes y que, ignorado en parte como agente de cambio, iba a convertirse en leitmotiv de luchas y epopeyas. De esa forma, la comunicación, y su necesario cambio y democratización, entraba en el olimpo de lo buscado y de lo deseado.

En ese mundo, donde ya a finales de los años setenta se calmaban algunos borbotones de entusiasmos generacionales y donde la imaginación ya no encontraba con facilidad el camino del poder, aparece el Nuevo Orden Mundial de la Información y las Comunicaciones (Nomic), cuando en 1977, por encargo de la Unesco se crea la Comisión Internacional de Estudio sobre los Problemas de la Comunicación, presidida por el irlandés Sean MacBride.

Por eso, y si bien hacia al menos cuatro años que el irlandés Sean Mc Bride venía conduciendo la Comisión Internacional y el trabajo había finalizado en diciembre de 1979, fue en ese año de 1980 (febrero) que se dio a conocer ese informe como estudio de la misma comisión y cuyas primeras palabras son «Hacia un nuevo orden mundial de información y comunicación, más justo y más eficiente» y no eran tiempos en que al mundo, y a sus poderes, les interesara mucho una comunicación con eficiencia y justicia.

Ya en la presentación del trabajo hay un moderno e interesante escrito de quien era director general de Unesco, el senegalés Amadou Mathar M Bow, que encabeza la nota afirmando que «la comunicación se encuentra en la base de toda interrelación social», dándole de esta manera una categórica ubicación a esta disciplina como eje vincular de los seres humanos y poniéndola distante del mercado que era el lugar donde, en ese 1980, comenzaba a ubicarse.

Esta actitud de la Unesco, que motivó que EE. UU. y Gran Bretaña se retiraran de la organización, alumbró finalmente el famoso Informe McBride, y fue una respuesta desde el llamado mundo subdesarrollado al manejo cuasi imperial y dominante que los países centrales ejercían en el campo de la información y las comunicaciones, tanto desde el sentido asignado como el manejo de sus herramientas portadoras como agencias de noticias, medios gráficas y audiovisuales y poder de imposición en las jerarquías de los temas.

Este informe fue la consecuencia de un pedido del Movimiento de Países No Alineados (que gozaban de cierto poder y prestigio en esos años) que en 1973 en su encuentro de Argel habían definido que «la acción del imperialismo no se ha limitado a los dominios político y económico, sino que comprende igualmente los dominios cultural y social, imponiendo así una dominación ideológica extraña a los pueblos en vías de desarrollo». Y definían con breve síntesis que: «No habrá un nuevo orden económico internacional sin un nuevo orden informativo internacional»,

Obviamente, este enunciado se ubica en terminologías y sentidos con fuerte vigencia en esa época, pero, aun si lo traducimos a conceptos actuales y descartamos presencias «imperialistas» y quitamos el sentido diferenciador entre países, ya que la globalización tecnológica modifica en parte esa distinción, el núcleo más válido de la idea expuesta, se mantiene.

Existe hoy, como ayer, una interrelación entre el dominio social y cultural y el poderío que se ejerce desde los instrumentos de la comunicación.

Hoy mucho más claro en las redes, Internet, microbloggings, Inteligencia Artificial y manejo algorítmico, que en medios de comunicación tradicionales.

No tan poderoso como algunos creen, pero sí influyente.

Y, en verdad, no es incorrecto dar el debate por su democratización cierta, que no pasa por intromisiones estatales sobre contenidos ni por violentar ninguna relación con las libertades de expresión y de prensa, pero sí por regular la concentración de medios, legislar y regular las empresas digitales algorítmicas, las audiencias potenciales máximas, el respeto a las diversidades y a los menores, la posibilidad de nuevos protagonistas en el mundo audiovisual.

Algo parecido a lo que MacBride aspiraba al plantear que «la comunicación debe ser un intercambio permanente entre interlocutores iguales o al menos recíprocamente responsables».

Y agregamos que existe una relación concreta entre información, comunicación, relaciones de poder y democracia. Y cuando la comunicación solo se guía por estructuras de poder y carece de multilateralidad, refleja posiciones con cierta dosis de paternalismo y a veces, absolutistas.

Ambas posibilidades insostenibles en el siglo XXI y para una mirada humanista y políticamente de avanzada.


3 de mayo – Día Mundial de la Libertad de Expresión

En 1991, se celebraba en Windhoek, Namibia el Seminario para la promoción de una prensa africana independiente y pluralista. Este seminario fue organizado por las Naciones Unidas y la Unesco. Uno de los frutos del mismo fue la Declaración de Windhoek, donde los participantes del seminario establecieron 19 puntos acerca de la importancia del establecimiento de una prensa libre, pluralista y democrática a nivel mundial, especialmente en África. La firma de esta declaración se hizo el 3 mayo de ese año.

Tomando este hecho como punto de partida y la recomendación de la Unesco, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclama en 1993 cada 3 mayo como el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Este día no solo trata las restricciones que pueden sufrir los medios y quienes ejercen la labor del periodismo. Trata también de recordar a los gobiernos su compromiso de respetar la libertad de prensa. Además de reflexionar entre los profesionales de los medios de comunicación lo fundamental de la ética en su labor.

En tal sentido, desde Esfera Comunicacional sostenemos la importancia de enmarcar esa idea de libertad dentro de un contexto mucho más abarcativo, como es el derecho humano a la comunicación.

Asimismo, nos parece relevante destacar la diferencia existente entre el concepto de «libertad de expresión», asociado a lo individual y a lo subjetivo, a los periodistas y a las empresas donde trabajan; y el derecho humano a la comunicación, relacionado con lo social y colectivo.

Tenemos derecho a dar, recibir información e investigar y difundir todos en igualdad de condiciones. No puede haber una elite que atesore el derecho a la comunicación como un privilegio.


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Osvaldo Nemirovsci

Diputado nacional (MC) PJ-Rio Negro (2003/2007), durante ese período legislativo fue presidente de la Comisión de Comunicación e Informática de la Cámara de Diputados de la Nación. También se desempeño como coordinador de la Televisión Digital Argentina (2009-2015). Director de Pirca, Observatorio de la Industria Audiovisual Argentina. Autor del libro El desafío digital. Comunicación, conflictos y dilemas (Eduntref)

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