Un estudio advierte que el discurso presidencial erosiona el diálogo democrático
Los referentes en comunicación política Patricia Nigro y Mario Riorda presentaron un adelanto del estudio Discursos de incivilidad: cómo perjudican a las democracias latinoamericanas, que toma como ejemplos a los presidentes Javier Milei, Nayib Bukele de El Salvador y Rodrigo Chaves de Costa Rica. El foco del estudio es el impacto de la «incivilidad discursiva» en la salud democrática. El capítulo argentino de la investigación advierte que el discurso presidencial erosiona el diálogo democrático y refuerza tendencias autoritarias.
Los discursos de incivilidad, observa el estudio, no solo polarizan, sino que erosionan el tejido institucional. Cuando un presidente —de cualquier ideología— presenta su visión como la única verdad y excluye a quienes piensan distinto, debilita los consensos básicos que sostienen la vida democrática.
En relación con estilo comunicativo de Javier Milei, Riorda y Nigro señalan que este se caracteriza por negar o deslegitimar la identidad política de sus opositores, excluyéndolos de la comunidad ciudadana. La idea de construir un relato en el que quien piensa distinto es una especie de enemigo de la patria o directamente un traidor. Este fenómeno, que excede la polarización habitual, se traduce en ataques verbales, estigmatización y hostilidad tanto hacia adversarios políticos como hacia la prensa. En otras palabras, este discurso de incivilidad apunta no tan solo de estigmatizar, sino básicamente a negar la condición identitaria del otro.
En una entrevista radial, Riorda aseveró que según las manifestaciones del presidente, «por ser kuka, marrón, gay, extranjero, empleado público, no tenés derecho a nada, debo excluirte, no solamente negándote tu identidad, sino básicamente quitándote todo beneficio. Sos parte del mal de Argentina». Y remarco que «esta sería la síntesis de la incivilidad».
La característica de los discursos de incivilidad es que excluyen ciudadanía y derechos, niegan la otredad o la humillan y la estigmatizan.»
La investigación, que forma parte de un trabajo comparativo regional, revela que cerca del 40 % de los propios simpatizantes de Milei rechazan su estilo discursivo. Entre sus principales características se destacan:
- Deslegitimación del adversario: convertir al opositor en enemigo de la patria.
- Concentración del poder: minimizar contrapesos institucionales y centralizar decisiones.
- Confusión entre discurso de campaña y comunicación de gobierno: mantener un tono electoral permanente, incluso en funciones.
- Apelación a valores tradicionales y nacionalistas: reforzar una narrativa de «salvador» frente a amenazas internas o externas.
- Componente prescriptivo: imponer un marco ideológico como única verdad posible.
En los discursos más emblemáticos —desde el Foro de Davos hasta la apertura de sesiones en el Congreso—, estos patrones se repiten con una frecuencia que, según los investigadores, consolida un clima de excepcionalidad y justifica la exclusión del disenso.
Uno de los hallazgos más significativos del estudio es que no hay un acostumbramiento social a la agresión política. Tanto opositores como buena parte de los simpatizantes de Milei consideran que el tono hostil daña la convivencia democrática.
- El 45% de sus votantes cree que este estilo refuerza el autoritarismo.
- Más de un 50% considera que afecta la calidad del debate público.
- La totalidad de la oposición rechaza la retórica presidencial.
Estos discursos de exclusión tienen algunas características, como la exageración, la ausencia de verdad, la reproducción oficial de ecosistemas alternativos no oficiales, la violencia implícita, la asimetría mediática desde son ejercidos y la hostilidad digital contra sus oponentes.»
Estos datos reflejan que, aún en un electorado que avala la figura presidencial, hay límites claros para aceptar la violencia verbal como estrategia legítima. Sin embargo, en un país donde la mayoría aún valora la cortesía política y el respeto como normas de convivencia, el uso sistemático de la hostilidad puede derivar en una degradación lenta pero profunda del espacio público, habilitando a otros actores a replicar o escalar la violencia.
Más allá de las preferencias políticas, este estudio nos obliga a preguntarnos: ¿Qué tipo de democracia queremos? Aceptar como normal la incivilidad en la palabra pública significa aceptar también su traducción en actos, en la calle, en las redes y en las instituciones. La democracia necesita un debate plural y respetuoso, incluso entre adversarios. La transformación no es posible cuando el diálogo se reemplaza por la descalificación, y no hay libertad que se sostenga sobre el silencio de quienes piensan distinto.

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Cuidado con esta democracia
Umberto Eco decía que ser políticamente incorrecto es la capacidad de estigmatizar al otro. Eso es, precisamente, la incivilidad, un signo de nuestra época. Muy efectiva para quienes hacen política en el terreno de la creación constante de conflicto, como mostró Javier Milei en el Foro de Davos. Este tipo de discurso presupone la exclusión del otro y crea un clima cultural que vuelve cotidiana la violencia discursiva. La tolerancia —que hace algunas décadas supo garantizar la estabilidad democrática— hoy está cada vez más atenuada. En un contexto de bajo apoyo al sistema, Mario Riorda se pregunta por este nuevo tipo de democracia y advierte los peligros de desearle la muerte política al adversario.
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