Milei, el presidente que es altamente sensible a los medios de comunicación
Contrariamente a lo que intenta transmitir —el ninguneo— al presidente le preocupan las empresas y los periodistas porque es consciente de su poder. Por eso tiene un plan de acción.
Como sucede con todos los gobiernos que proponen el fin de la intervención estatal en materia de medios de comunicación y modificar los mecanismos de captura económica de la producción de mensajes masivos en medios de comunicación, Javier Milei puso toda la maquinaria estatal disponible para moldear el sistema de medios de comunicación a su gusto desde el primer día de su gobierno. Es un presidente altísimamente sensible e interesado por lo que dicen, hacen, publican o muestran los medios de comunicación (y también las redes sociales).
Desde el día de su asunción, cuando controló y restringió accesos de periodistas a espacios públicos para cubrir actos públicos, Milei tomó las riendas de la relación con los periodistas. Y este último término no es casual. Al presidente le interesan más los periodistas que las empresas de medios de comunicación. O le preocupan más, mejor dicho. Con absoluta consciencia de que su cargo y recursos a disposición (cajas publicitarias, decretos y resoluciones con capacidad de habilitar o cerrar negocios), sabe que buena parte de los empresarios de medios de comunicación están dispuestos a negociar, escuchar o atender.
Pero el periodismo es una profesión liberal, intelectual y precarizada. Los periodistas, con dos y hasta tres trabajos para completar un salario digno, de acuerdo a la última encuesta de Sipreba, le molestan. Porque hacen preguntas, porque en su mayoría no se atan a la información que llega de funcionarios y porque han conseguido, algunos de ellos, dar los primeros golpes a una gestión que parece no arrancar. Por eso, Milei los enfrenta, los expone y propone que su horda de seguidores y fanáticos los hostigue en redes sociales. Los ejemplos son numerosísimos para el corto tiempo de gobierno. Pero siempre sucede contra periodistas, no contra las empresas.
A Milei le importa el periodismo y los medios porque es consciente de su poder. Él es una creación de canales de televisión, entrevistas de radio, performances espectacularizantes y, también, empresarios mediáticos. Por este motivo tomó rápidas decisiones como cerrar, paralizar o disminuir capacidades productivas de medios estatales; realizar conferencias diarias del vocero presidencial donde instalar temas o intentar ridiculizar discusiones cuando no hay respuestas; cerrar la canilla de la publicidad oficial de gobierno (la que debe ser transparente) pero reactivar las canillas de las empresas y organismos públicos no auditados donde el todopoderoso Santiago Caputo designó alfiles; y establecer un constante y fluido contacto con aquellos periodistas afines por medio del off the record.[1]Nota del editor: Expresión inglesa que se emplea en el lenguaje periodístico para referirse al comentario que se hace de modo confidencial o extraoficial y que no puede divulgarse.
Una estructura ¿domesticada?
La mayoría de los movimientos y decisiones del presidente ligadas a medios y periodismo desde que asumió buscan disciplinar a los productores y distribuidores de mensajes y contenidos masivos. El recorte de la publicidad oficial es una muestra de eso. Sin embargo, los sucesivos problemas, cambios y transformaciones del área hacen pensar (y dan a entender) que ahí hay intereses que juegan fuerte. Quizá no en las cajas que dependen directamente del Ejecutivo pero sí en aquellas áreas y empresas donde Caputo se encargó de colocar a su gente (YPF, Banco Nación, Aerolíneas, etc). No parece ser casual que YPF haya aumentado diez veces su inversión publicitaria en el primer trimestre de 2024 en relación al mismo período de 2023. Alguien la está viendo en las oficinas de la petrolera estatal.
Pero Milei también avanzó sobre el sistema de medios estatales. Primero, con el cierre de la agencia Télam; luego, con las parálisis de TV Pública y Radio Nacional. Las oleadas de retiros voluntarios y jubilaciones anticipadas terminaron por reducir estructuras que, más allá de los discursivo, acompañan al presidente en cada uno de sus actos. De hecho, la TV Pública fue el único medio televisivo que transmitió de forma completa el acto que el presidente realizó en el estadio Luna Park para cantar y presentar su libro, el 22 de mayo.
El cierre y achicamiento de medios estatales, junto a la anunciada transformación de Télam en una agencia publicitaria estatal muestran que uno de los principales planes que tenía Milei al llegar a su gobierno era intervenir en el sistema de medios. Por este motivo, también cerró las líneas de financiamiento para medios comunitarios, originarios y cooperativos. Son esas usinas las que tienen capacidad de instalar temas y agendas divergentes con la de los medios tradicionales (mucho más controlables).
Más allá de estas decisiones que actúan sobre el esquema de medios tradicionales (radio y televisión, principalmente), Milei parece haber perdido una batalla (no la guerra) en el escenario de medios digitales emergentes. Allí donde triunfó y creció en la previa a las elecciones presidenciales, YouTube, hoy parecen florecer medios (con los canales de streaming a la cabeza) que se acercan y llegan a los jóvenes con líneas de trabajo que discuten de manera constante los postulados oficialistas. Desde tonos más o menos politizados, estos medios (que son masivos) parecen estar fuera de la órbita o capacidad de acción del gobierno nacional.
El periodismo hoy (y ayer)
En este escenario, donde el presidente ataca tanto la estructura del sistema de medios como a los periodistas y pelea mano a mano con sus distintas espadas por imponer su relato (sí, un relato) en medios tradicionales y digitales, el periodismo está vigente. Tiene problemas cada vez más grandes para sostenerse. Pero, como bien cuenta Martín Becerra en distintos artículos, la historia del periodismo argentino tiene un escueto capítulo de rentabilidad asociada a otro tipos de contenidos (antes eran los clasificados, luego las secciones más blandas como los deportes, hoy el clickbait). Pero así y todo, los periodistas sostienen su capacidad de marcar agenda, instalar debates y condicionar la opinión pública. Esto sucede para bien o para mal, elija su propia aventura.
Si vuelven los años noventa, como sucede con muchos aspectos de la política nacional, pareciera que el periodismo está dispuesto a recuperar su lugar de perro guardián. Siempre hay excepciones. Pero la estrategia de Milei de gritar, enfrentarse y exponer de manera bruta y absurda a aquellos con los que no coincide, parece generar algo así como un movimiento corporativo de defensa del oficio y el rol social. Todo esto acelerado por la nueva estructura económica donde el gobierno (como sucedió con el macrismo) hace todo lo posible por desinflar medios (sostenidos artificialmente) y debilitar periodistas. Pero las condiciones tecnológicas actuales hacen que el efecto de desinflar medios no genere directamente un efecto sobre la merma de apariciones de sus periodistas y opiniones que encuentran rápidamente nuevas y divergentes vías.
Los noventa fueron una época dorada para el negocio de los medios pero también para el lugar del periodismo (adicto y opositor). Hoy, el escenario es económicamente distinto. Pero la sociedad está en búsqueda de explicaciones, respuestas y argumentos. Que las redes sociales( y su acelerado proceso de polarización editorial) sean masivas no quiere decir que sean lo único que los argentinos buscamos y consumimos. Como sucedió durante la pandemia, cuando necesitamos entender y explicar procesos y contextos, el periodismo y sus referencias aparecen de manera indiscutible como referencia (a un lado y otro de las lecturas).
Quizás esta nota sea demasiado optimista cuando las condiciones estructurales son caóticas y la profesión periodística se precariza. Pero es necesario resaltar el lugar y el rol que cumplen los periodistas en la actualidad argentina. Y las respuestas, gestos y decisiones de Milei indican que están teniendo un lugar importante en las principales discusiones.
MIRÁ TAMBIÉN
La ultraderecha encara la peor desfederalización de los medios públicos
POR ANDREA DELFINO | Al reducir su producción de contenidos, afecta el derecho a la información de vastos territorios del país que no cuentan con alternativas de información.
Los medios públicos nacionales juegan un rol fundamental en la Argentina, un país extenso y diverso, y más aún en tiempos que la comunicación en manos privadas tiende a la segmentación de la información.
Télam, Radio Nacional y la TV pública tienen una primerísima función que es asegurar la soberanía informativa, el acceso a la información y por ende garantizar el derecho a la información a toda la ciudadanía.
Los tres medios públicos de alcance nacional tienen a su vez diferentes funciones. Como decimos siempre: “No se pisan”.
Además, los tres medios nacionales equilibran el ecosistema de medios en Argentina, donde conviven con los medios privados, que tienen lícitos intereses publicitarios y comerciales, y los medios autogestivos, cooperativos o públicos como los provinciales, zonales o universitarios, que tienen una territorialidad e incidencia sociogeográfica distinta a los otros dos grupos.
Vayas donde vayas en Argentina, podés sintonizar a Radio Nacional, y vayas dónde vayas podés ver la TV Pública, tanto en su versión de aire como en la digital.
Ese alcance nacional, que en el caso de Télam se cristaliza en panorama federal que ofrece a todos los medios de comunicación en su rol mayorista, asegura el acceso a la información.
Mientras que es la calidad de la información, la agenda inclusiva y diversa de los medios públicos y la pluralidad de voces que ofrecen, lo que garantiza que la población pueda ejercer su derecho a la información.
Ya antes de asumir, el actual presidente Javier Milei eligió atacar a los medios públicos nacionales. “Vas a tener que trabajar”, le dijo una diputada a una trabajadora de la TV Pública. “Los voy a privatizar”, avisó Milei horas después de ganar las elecciones.
El presidente siguió una política de estigmatización de los trabajadores de los medios públicos, que incluyó la publicación en las redes sociales de recibos de sueldos falsos y, sin mucha originalidad, la consabida calificación de ñoquis, ensobrados o ideologizados.
Una vez en la Presidencia, Milei intervino los medios públicos y, sin pensar en las condicionantes, anunció el cierre de Télam en la Asamblea Legislativa del primero de marzo.
Cómo la democracia supo generar las condiciones para asegurar la continuidad de los medios públicos, el anunciado cierre de Télam requirió, en realidad, de una ley del Congreso nacional.
Pero a lo dicho, pecho. O vallas. Pues tres días después del anuncio, las sedes de Télam estaban valladas, las y los trabajadores de la agencia dispensados y, lo peor de todo, la agencia silenciada.
En una estrategia de ataque a la libertad de expresión, el gobierno silenció primero a la proveedora de contenidos para otros medios; luego suspendió la producción de contenidos en la TV pública y el servicio de medios digitales, temporalmente. Lo propio dispuso para Radio Nacional, que ya no tiene contenido regional y dónde faltan ahora más de 160 personas para el funcionamiento óptimo de la emisora.
Estas medidas escalonadas representan la mayor desfederalización de la información que se haya visto en la historia argentina.
Notas
↑1 | Nota del editor: Expresión inglesa que se emplea en el lenguaje periodístico para referirse al comentario que se hace de modo confidencial o extraoficial y que no puede divulgarse. |
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