Inteligencia artificial: El injusto sueño de los tecnócratas del derecho y la comunicación

La inteligencia artificial podría agilizar la burocracia en los litigios, pero nunca suplantar el análisis, la experiencia, la voluntad y las decisiones porque dado que es una calculadora de conceptos carece de todas las facultades humanas.

La inteligencia artificial podría agilizar la burocracia en los litigios, pero nunca suplantar el análisis, la experiencia, la voluntad y las decisiones porque dado que es una calculadora de conceptos carece de todas las facultades humanas.

Si debemos evaluar la inteligencia artificial (IA), en líneas generales pareciera que está sobrevalorada. La erudición no reemplaza el criterio. Puede ser una herramienta de mucha ayuda en cuanto a la sistematización de leyes, criterios judiciales y analogías de casos concretos, pero no va a sustituir la pericia y sobre todo la experiencia cotidiana de abogados/as. Es probable que contribuya a reducir la litigiosidad y la dilación en la tramitación de los procesos, lo cual sería una gran ventaja, pero es muy difícil que remplace a los profesionales.

Los conflictos con los que trabajamos se van a continuar generando, ya que forman parte de la convivencia humana. Puede ser, ojalá, que el trabajo se simplifique y se reduzca la burocracia y los tiempos.

No tan inteligente

Las carencias que tiene la IA son todas las facultades humanas que le faltan a una calculadora de conceptos, ya que no es otra cosa que eso. Le falta intuición, afecto, empatía, sentimientos, gestualidad, creatividad, experiencia, timing, es decir, toda una serie de cualidades humanas que, aún contra el paradigma positivista de la ciencia, intervienen en todo tipo de acción humana, incluida la abogacía.

Esta nueva tecnología se basa en recurrir a infinidad de información oficial, mediática, digitalizada, es decir, información homologada por los sistemas digitales de comunicación, y por ende deja de lado muchas experiencias, informaciones y datos subalternizados. Por lo tanto, se pierde la información alternativa y contra hegemónica con tantos datos del establishment.

Además, la IA no puede tener conciencia geopolítica y local, ni voluntad, que es una condición imprescindible para tomar decisiones; los conflictos se procesan y resuelven con decisiones. No tiene juicio de realidad y mucho menos de valor, con lo cual es imposible que pueda resolver problemas donde están implicados sujetos y hechos concretos. Por eso evaluamos que puede ser una herramienta de gran ayuda, pero es improbable que reemplace el trabajo de los agentes del derecho ni evite los conflictos sociales. Un verdadero estudio del caso es mucho más relevante que una opinión superficial.

Lo que se aprecia hasta el momento es que parece ser la respuesta perfecta de los idólatras de esa doctrina jurídica eurocéntrica llamada positivismo en todas sus variantes, las más geométricas estilo H. Kelsen y las más plásticas a lo R. Dworkin, que dicen: «al fin y al cabo, el derecho —en sentido amplio, no sólo la ley, también las decisiones judiciales— no es más que un álgebra de conceptos; a veces cuesta encontrar la respuesta correcta, pero que la hay la hay».

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