Gobernar el lenguaje: decir, nombrar, crear
Mientras el mundo celebra la creatividad de las máquinas, el lenguaje humano es asediado. Bajo la retórica de la eficiencia, la accesibilidad y la expansión de posibilidades, se está desplegando una operación silenciosa: gobernar el lenguaje desde afuera de la experiencia vivida.
La inteligencia artificial generativa no solo produce frases, imágenes o melodías. También produce patrones y recompone el habla humana desde un lugar ajeno al cuerpo, al error, a la respiración. Y lo hace con una autoridad prestada por la técnica, legitimada por su utilidad, naturalizada por el hábito. Pero ese acto no es neutro. Es político, ontológico y cultural. Porque cuando se gobierna el lenguaje, se gobierna lo posible.
Decir, nombrar, crear: los tres actos fundacionales del sentido están siendo reconfigurados por estructuras algorítmicas que no comprenden, pero deciden. Lo que alguna vez fue un gesto encarnado —decir con la lengua, nombrar con la memoria, crear con la herida— hoy se transforma en predicción estadística, en vector, en respuesta optimizada. En esta transformación, lo que se pierde es la imprevisibilidad, el desvío, el pulso afectivo y contextual que hacían del lenguaje humano un territorio abierto a la ambigüedad y el descubrimiento. La semiosis humana —que siempre fue ambigua, rizomática impredecible— es traducida a una lógica de correlación sin interpretación. Lo que se valora ya no es el desvío, sino la continuidad; no el desborde, sino la semejanza. Así, la IA no replica nuestro lenguaje: lo reordena, lo delimita, lo domestica.
Esta transformación tiene consecuencias semióticas profundas. El signo — tal como lo entendían Charles Peirce, Roland Barthes o Umberto Eco— era una instancia viva de significación, un proceso abierto entre el mundo, el pensamiento y la comunidad. Ahora, el signo se convierte en un punto en un espacio vectorial, mapeado por su frecuencia, cercanía, probabilidad. No es que desaparezca la semiosis: se encierra. Se parametriza. La iterabilidad derridiana —esa capacidad del signo de desplazarse y mutar de sentido en contextos nuevos— queda contenida dentro de márgenes calculados por una red entrenada en los usos más comunes, más repetidos, más neutros. El signo ya no resiste: se ajusta.
Pero no es solo una cuestión técnica. Es una operación ideológica. Esta domesticación no es atribuible a una IA autónoma y abstracta, sino que sus sistemas y lógicas reflejan intereses y decisiones humanas: corporaciones, validaciones sociales, marcos normativos. La IA generativa no trabaja con el lenguaje como un fenómeno cultural cargado de historia, de exclusiones, de luchas, de silencios. Trabaja con corpus. Y esos corpus están compuestos por textos que reflejan las asimetrías del mundo, sin cuestionarlas. ¿Quién habla? ¿Quién no? ¿Qué nombres fueron pronunciados y cuáles omitidos? ¿Qué saberes circulan y cuáles fueron destruidos? Cuando se entrena un modelo de lenguaje sobre los archivos del poder, se perpetúa el poder. Y cuando ese modelo luego produce lenguaje en nombre de lo humano, está proyectando una visión reducida, parcial y normativizada de lo que lo humano significa.
Es aquí donde la semiótica crítica se vuelve urgente. Porque lo que está en juego no es solo el estilo o la precisión del lenguaje, sino su capacidad de significar políticamente. Cada vez que una IA responde con frases coherentes, pero sin cuerpo, sin afecto, sin asimetría, estamos asistiendo a una depuración peligrosa del sentido. El error, la contradicción, el tartamudeo, el símbolo que escapa al concepto: todos esos elementos eran parte del espesor del lenguaje humano. Hoy son tratados como ruido. La entropía expresiva, que alguna vez fue fertilidad semántica, es ahora un fallo a corregir. Así, la complejidad y la riqueza estética —propia de la creación artística— pasan a ser vistas como obstáculos, no como el núcleo mismo de la potencia simbólica. Y así, poco a poco, se instala una estética uniforme, una gramática de la comodidad, una sintaxis sin conflicto.
Lo más inquietante es que esta captura del lenguaje se presenta como libertad. Más texto, más acceso, más traducción. Pero ¿a qué costo? Si todos los lenguajes son devueltos desde el mismo molde, si toda metáfora es reemplazada por su versión literal, si toda frase busca ser comprensible para todos, ¿qué queda del arte, del duelo, del secreto, del delirio? La IA no censura con violencia: censura con oferta. Cubre con opciones el lugar del vacío. Rellena lo indecible. Sugiere hasta que olvidamos que podíamos elegir el silencio.
Frente a esto, la resistencia no puede limitarse a una nostalgia del lenguaje puro —que nunca existió— ni a una tecnofobia estéril. La tarea es otra: reapropiarse del signo, recuperar su potencia política, devolverle su vínculo con el cuerpo. Escribir con tartamudeos. Hablar desde la fisura. Crear desde la rareza. Proteger el derecho a decir lo ininteligible. Reivindicar la metáfora no como adorno, sino como acto de rebeldía contra el patrón. Resistir el lenguaje limpio con lengua sucia, con lengua viva.
Gobernar el lenguaje no es una fatalidad técnica, es una disputa cultural. Hoy más que nunca necesitamos protocolos no para producir lenguaje, sino para liberarlo. Porque quien gobierna el lenguaje, gobierna la posibilidad misma de imaginar otro mundo.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando ese lenguaje no se impone, sino que interpela? ¿Cuándo no se trata solo de lo que la IA puede decir, sino de lo que dejamos de decir por delegarle la voz…? Y sin embargo, si la IA cubre con opciones el lugar del vacío, entonces ese vacío que la IA rellena está en uno, en cada humano que la ocupa, porque es una ley de la física que un cuerpo no puede usar el espacio de otro. Una máquina, como ChatGpt o Gemini, solo puede rellenar allí donde se le deja. Por ejemplo, mi IA ha propuesto textos con sesgos cuando yo no he estado vacía, sino que los he detectado, enfrentado y redirigiendo semiológicamente hacia una óptica crítica más veraz, desde mi saber. Y para tener crítica propia hay que tener opinión, para tener opinión hay que estar informados, para estar informados hay que tener discernimiento, para tener discernimiento hay que tener conocimientos, para tener conocimientos hay que tener interés, para tener interés hay que tener motivación, y para tener motivación hay que tener una reflexión ética inicial. Y antes que todo, hay que respirar —que es más que tener— con curiosidad constante. Tal vez la neurociencia nos diga en qué momento del desarrollo humano se activa esa aplicación, y cómo puede atrofiarse también. Pero con esa cadena intacta, se forja la soberanía del pensamiento. Luego vienen las batallas. Y ya tienes todo lo que se necesita para lucharlas, incluso con la IA.
Conceptos clave
Algoritmo generativo: Sistema computacional diseñado para producir nuevo contenido (texto, imagen, sonido, etc.) a partir de patrones aprendidos en grandes volúmenes de datos. En el contexto de lenguaje, refiere a modelos como GPT, que predicen la siguiente palabra basándose en estructuras estadísticas.
Semiosis: Proceso mediante el cual un signo produce significado. En la teoría de Peirce, la semiosis es un proceso triádico: un signo representa un objeto a un intérprete a través de un significado (interpretante).
Iterabilidad: Concepto desarrollado por Jacques Derrida, que indica la capacidad del signo de repetirse en distintos contextos, generando nuevos sentidos sin perder su identidad formal.
Signo: Unidad mínima de sentido en la semiótica. No es solo una palabra, sino cualquier forma capaz de transmitir significado: imagen, gesto, sonido, etcétera. El signo remite a otra cosa, no es autárquico.
Corpus: Conjunto estructurado de textos o datos que sirve como base para el entrenamiento de modelos de IA. Refleja los discursos disponibles en la cultura al momento de ser recopilado.
Entropía expresiva: Nivel de variabilidad, imprevisibilidad o desorden dentro de una producción de lenguaje. En semiótica, puede indicar riqueza y complejidad; en IA, a menudo es tratada como un «error» a corregir. En términos estéticos y de creación artística, la entropía expresiva aporta resistencia simbólica y potencia semántica.
Poética algorítmica: Forma de lenguaje generada por máquinas que simula estructuras poéticas sin tener intención estética, emocional o simbólica, producida solo desde patrones. No se trata, por tanto, de poesía en sentido humano.
Rizoma: Metáfora desarrollada por Deleuze y Guattari para describir sistemas de conocimiento no jerárquicos, sin centro fijo, en contraste con estructuras lineales o arbóreas.
Gobernanza del lenguaje: Control explícito o implícito sobre los sistemas que regulan qué se puede decir, cómo, por quién y en qué términos. En el caso de IA, alude al poder que ejercen los desarrolladores, corpus, algoritmos y sus filtros.
Claudia Aranda
Periodista, forma parte del equipo de la Redacción Chile de la agencia Pressenza
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