¿En qué momento se jodió el periodismo?
El miércoles de la semana pasada un juez de Madrid admitió abrir una investigación a partir de una denuncia interpuesta por Manos Limpias, una organización ultraderechista, contra la esposa de Pedro Sánchez, presidente de España, basada en titulares y noticias de prensa publicadas por medios digitales también de derecha. La denuncia, finalmente desestimada, afirmaba que Begoña Gómez había abusado de su posición para ayudar a sus amigos a obtener contratos públicos. Ese mismo miércoles por la noche, Sánchez publicó en su cuenta de X una larga nota en la que manifestaba que estaba considerando dimitir luego que el juez ordenara investigar las «pruebas» contra su esposa por presunto tráfico de influencias. El suceso, que conmocionó a España y traspaso las fronteras, llegó a su fin ayer tras cinco días de suspenso cuando Sánchez anunció que decidió continuar como líder del Ejecutivo. También pidió que todas las administraciones cumplan la ley y no financien pseudomedios que contribuyen a la «máquina del fango». El evento motivó esta nota de Juan Tortosa en su columna «Las carga el diablo» en el diario Público.

Durante el suspense que hemos vivido en los últimos días me lo he preguntado bastantes veces: ¿en qué momento se jodió el periodismo? ¿Cómo es posible que nos hayamos empeñado tan a fondo en ir destruyendo la credibilidad de nuestra profesión hasta perderla casi por completo?
Un determinado juez de Madrid decidió el pasado miércoles abrir diligencias contra Begoña Gómez, la mujer de Pedro Sánchez, porque una organización fascista presentó una querella basada en datos, buena parte de ellos falsos, aparecidos en distintas publicaciones digitales, entre las que citan a Voz Pópuli, Libertad Digital, ESdiario o The Objective.
«Verifica, contrasta y redacta la información solo si estás seguro de que, una vez publicada, nadie te la podrá rebatir». Así nos enseñaron a hacer periodismo. A mí y a muchos de quienes ahora forman parte de algunos de los medios que acabo de citar. ¿Qué nos ha pasado? ¿Era necesario caer tan bajo, desprestigiar tanto un trabajo que consiste sencillamente en contar historias para ayudar al lector, al oyente o al espectador a entender mejor las cosas que pasan?
Carta a la ciudadanía. pic.twitter.com/c2nFxTXQTK
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) April 24, 2024
¿En qué momento empezó esta deriva? Hay quien la sitúa en el 11 de marzo de 2004, aquel momento canalla pilotado por Aznar y Pedrojota en el que se atribuyeron a ETA los atentados de Atocha, pero yo creo que fue antes, que la cosa viene de cuando un grupo de santones del oficio periodístico se conjuró el verano de 1993 en Marbella y crearon una asociación que en el mundillo se conocía como «sindicato del crimen». Su objetivo era echar a Felipe González del Gobierno cuanto antes. ¡Felipe González, quién lo diría hoy!
Fue por entonces cuando empezó a prostituirse (más) el concepto de «periodismo de investigación». En muchos medios solía existir siempre alguien que de vez en cuando aparecía por la redacción con «jugosas» exclusivas cuyo único mérito para obtenerlas consistía en comer y beber con miembros de las cloacas que los utilizaban para filtrarles información interesada. Información que solía beneficiar casi siempre a los mismos (los herederos del franquismo sociológico y económico a quienes la Transición había permitido continuar copando parcelas estratégicas de poder) y perjudicaba casi siempre también a los otros mismos (partidos de izquierdas o de presuntas izquierdas cuyas políticas para combatir la desigualdad y la injusticia incomodaban a los primeros).
Este infame microclima, que contribuyó a degradar el ejercicio de la profesión periodística en España a medida que iban pasando los años, aceleró su capacidad para crispar los ánimos cuando en Estados Unidos apareció una cadena televisiva llamada Fox decidida a mentir todo lo que hiciera falta hasta conseguir aupar a otro mentiroso profesional, Donald Trump, a la presidencia de aquel país en 2016. No tardamos aquí en importar aquellas maneras de «trabajar» hasta llegar, degenerando cada día un poquito más, al momento en que nos encontramos ahora.
Aunque ya existían precedentes (el caso en 2011 de Antonio R. Torrijos, teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Sevilla, por ejemplo), el hecho de que la policía elaborara informaciones falsas sobre un político, se las pasara al directivo de un medio, este se apresurara a difundirlas sin contrastarlas antes y eso sirviera a un juez para empurar a quien había sido colocado en el punto de mira es algo que empezó a ser práctica común sobre todo desde la aparición en escena de Podemos, allá por 2014. Fueron diez años de vergüenza hasta que consiguieron destrozar a este partido y arruinar la vida personal a muchos de sus miembros.
De manera similar ha actuado la caverna contra políticos y partidos independentistas. Se trataba entre otras cosas de enviar recados bien claritos a esa pata del bipartidismo llamada PSOE para ver si así los socialistas entendían el mensaje y se abstenían de frecuentar lo que para el fascismo siempre fueron «amistades peligrosas».
Probablemente Sánchez debía de pensar que con la presidencia del Consejo de Ministros y el Boletín Oficial del Estado tenía suficiente. Ya ha comprobado que parece que no. Que haya jueces, fiscales, militares, policías y funcionarios varios manteniendo viva la semilla del franquismo es intolerable, pero puede entenderse, dado que en cuatro décadas ningún político en el poder se ha propuesto con firmeza acabar con el huevo de la serpiente. Pero lo del periodismo me cuesta más trabajo asumirlo.
¿Era necesario convertir a las televisiones en cañones antigubernamentales disparando sin parar? Los predicadores matinales de las radios ¿a qué demonios aspiran? ¿Por qué no podemos ser el país moderno, pacífico y civilizado que nos merecemos? ¿Por qué el periodismo, sin perjuicio de mantener un estricto control del poder como es nuestra obligación, ofrece en general tan pocas informaciones de servicio público, de interés general? ¿Por qué se permite la existencia de medios que dedican generosos presupuestos a hurgar en la vida privada de los políticos menos moldeables, poner en circulación datos falsos sobre ellos o sus familiares y conseguir así quitarles la paz y arruinarles la vida? Son pasquines o panfletos, no medios de comunicación, pero ahí están, bien mimados y mejor subvencionados por la derecha ultra y la ultraderecha.
El tiempo de silencio del presidente ha propiciado que hayamos escuchado, dicho e incluso escrito bastantes tonterías, es verdad, pero estos días de suspense cinematográfico también han contribuido a que según quiénes nos hayamos replanteado ciertas cosas. Puede que en el mundo del periodismo nos encontremos en un momento oportuno para decir de manera contundente —o gritar, ¿por qué no?— que ¡hasta aquí hemos llegado!
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Las preguntas al vocero Adorni
POR ROBERTO SAMAR | Camila Mitre, periodista de TEA y Diario Publicable, preguntó en la conferencia de prensa del vocero presidencial Manuel Adorni, si se tiene en cuenta el cupo travesti trans a la hora de despedir al personal del Estado.
La respuesta de Adorni evadió el tema y terminó fundamentando su argumentación en los méritos personales en la selección de las personas. Además de hacer referencia exclusivamente al cupo femenino como si se tratara de lo mismo.
Hasta ahí, ninguna novedad. Evasión e invisibilización de las brechas de género.
Lo preocupante es que a partir de esa pregunta la periodista sufrió un ataque personal en sus redes: posteos con titulares estigmatizantes, imágenes que modificaban su rostro para hacerla parecer desencajada, descalificaciones sobre su cuerpo y chicanas.
Nuevamente los ataques, nuevamente contra mujeres. Ataques que parecieran buscar atemorizar a quien pregunta o cuestiona, con la finalidad de silenciar sus voces.
La Convención Americana sobre Derechos Humanos, establece que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Asimismo, sostiene que no se puede restringir ese derecho de expresión por medios que se encaminen a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones.
Esta práctica de hostigamiento, que ya parece sistemática, vulnera los derechos constitucionales.
Para Camila Mitre «insultar a los periodistas es un método de amedrentamiento que se presenta como una práctica normal de los seguidores de Milei. Estamos viendo un troll center de ataque contra periodistas con discursos crueles».
El otro problema de fondo es la importancia de la pregunta. Según la publicación Diversidad sexual en el ámbito laboral del INADI, «el 95 % de la población travesti está o estuvo en situación de prostitución, mientras que el 77 % afirma que dejaría de prostituirse si tuviera la posibilidad. Existe una gran exclusión en los empleos formales, tanto en empresas privadas como en instituciones estatales, y los empleos informales se caracterizan en gran medida, por la baja calificación y una menor remuneración económica».
Para Mitre, «el colectivo travesti trans sufre mucha vulnerabilidad. El promedio de vida de estas personas es de cuarenta años. Porque viven en condiciones insalubres, sufren la expulsión de sus hogares a temprana edad, tienen que dedicarse a la prostitución por las dificultades para acceder a un trabajo, la discriminación hace que no puedan acceder a un techo. Todo eso hace que la expectativa de vida sea la mitad del resto de la sociedad”.
Este nuevo ataque hay que leerlo al lado de otros. La represión a periodistas que cubren las manifestaciones, la intervención policial y cierre del Enacom (organismo encargado de regular las telecomunicaciones y los medios audiovisuales), la intervención y cierre de medios públicos, el desfinanciamiento de medios comunitarios y los discursos de odio como política de Estado.
«Cada vez somos menos libres», concluyó la periodista.
