Comunicadores y comunicadores: Una profesión en permanente construcción que desafía a la formación
Frente a la compulsión del mercado y las nuevas formas productivas que la digitalización impuso, el desafío es reconocer la permanente construcción del desarrollo profesional sin perder de vista los sentidos y principios sobre los que se forjó nuestro campo: el derecho a la comunicación entendido como habilitante de otros derechos, el ejercicio de la escucha y la multiplicación de la palabra.
La comunicación y la vida de comunicadores y comunicadoras es siempre un camino en construcción. Porque la ciencia de la comunicación, a pesar de su constante desarrollo, aún no logra consolidarse de manera suficiente para dar explicaciones satisfactorias a los fenómenos sociopolíticos y culturales que los sistemas comunicativos generan. También porque, entre otros motivos, el desarrollo tecnológico es creciente y vertiginoso y modifica en forma constante los modos de hacer comunicación. De tal manera que eso que llamamos la profesión no solo se redefine en forma permanente sobre sí misma, sino que abre de manera constante nuevas aristas, otras posibilidades y, en consecuencia, traza otros desafíos.
Así, la comunicación y la profesión de comunicadores y comunicadoras se hacen como el camino, al andar. Acompañando también a las prácticas sociales, de las que son parte, y que constituyen la esencia de procesos políticos culturales. A lo largo de la historia quienes hacen comunicación tuvieron incidencia decisiva en la construcción de la historia de las comunidades, pero, a su vez, la misma profesión fue adquiriendo volumen y personalidad a la luz de esos cambios.
Y este derrotero es acompañado —en algunos casos, impulsado— por los procesos de formación que oscilan entre humanismo y tecnicismo, entre las demandas del mercado y los requerimientos de una interpretación compleja de la comunicación en relación con la sociedad y la cultura contemporánea. Estas tensiones son las que también configuran debates entre quienes están a cargo de la formación con las diferencias que surgen por los distintos recorridos profesionales y personales de las y los docentes. Parte de ellos y de ellas solo se desempeñan en el terreno de la enseñanza y, en la investigación. Los menos completan su experiencia sumando a ello el trabajo profesional, para obtener de esta manera una mirada más completa y más compleja sobre el campo profesional, su agenda, sus desafíos y sus demandas.
Por ese motivo es necesario profundizar en este tipo de estudios porque la formación universitaria en comunicación precisa abarcar el tema de manera integral, articulando investigación, enseñanza, experiencia profesional, con el aporte de todas y todos los protagonistas del campo. Aun reconociendo que ello implica involucrarse en un escenario de tensiones y debates de no fácil discernimiento y resolución.
¿Comunicación? ¿De qué estamos hablando?
Pero volviendo al planteo central de este apartado. Para referirnos a las profesiones necesitamos clarificar a qué nos referimos cuando decimos comunicación por lo menos en lo atinente a este trabajo.
Desde una perspectiva humanista y basada en la tradición latinoamericana de los estudios comunicacionales, que Jesús Martín-Barbero (2002) recoge de manera magistral en Oficio del cartógrafo. Travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura, definimos la comunicación como interacción social y producción de sentidos en la sociedad, que contribuyen a la construcción colectiva de claves de interpretación que son base de la cultura. Decimos entonces que la comunicación es un proceso social que involucra no solo a quienes son reconocidos como profesionales del campo sino al conjunto de actores que interactúan para producir, intercambiar y negociar formas simbólicas que son parte integral del sujeto actuante en el escenario de las prácticas sociales.
La comunicación expresa el entramado de la relación productiva en la sociedad, que es además fundamento de la cultura, pero también de la institucionalidad colectiva para establecer coordenadas comunes que terminan configurando los modos de ser y actuar en la sociedad.
Teniendo en cuenta también el riesgo sobre el que alerta Martín-Barbero cuando afirma que «la comunicación ha dejado en suspenso su verdadera naturaleza, el diálogo». Porque «cuando dos hombres “comunican”, lo esencial es que el lenguaje está ahí como forma humana, indispensable, implicada en toda situación, en todo horizonte, en toda posibilidad de presencia del hombre en el mundo de cara a los otros».
«Todo es comunicación» se puede llegar a escuchar en el lenguaje cotidiano y en algunos ámbitos académicos no afines al campo específico. Es una forma poco ajustada pero reveladora de conceder que la comunicación es inherente a la condición humana y que se trata primero de una relación humana antes que una profesión en los términos que antes expusimos. Por ese mismo motivo la aceptación de que la comunicación es esencial a la condición humana no hace sino complejizar el acercamiento a las profesiones que de allí se derivan.
Sin embargo, problematizar la cuestión relativa a las profesiones en comunicación no debería hacer perder de vista este punto de partida. No hay ninguna profesión dentro de la gama de las relacionadas con la comunicación, que pueda dar cuenta de toda la complejidad del fenómeno comunicacional en sí mismo. Toda vez que nos estemos refiriendo a una de las profesiones en comunicación, cuales quiera de ellas que sea, estaremos hablando de una práctica profesional que supone un necesario recorte de lo que entendemos amplia y completamente por comunicación. De allí también que, como veremos más adelante, nos encontramos que asiduamente quienes ejercen la profesión lo hacen en varias de sus acepciones e incluso simultánea y complementariamente en varias de ellas. Sin perder de vista esa otra categoría que parece sintetizar todo lo anterior en la figura de los «comunicadores híbridos» como lo mencionan en sus trabajos Kaplún, Martínez y Martínez (2020) en la Universidad de la República, Uruguay.