Cerrando la brecha de representación
En una nota publicada por Social Europe en diciembre de 2020, Sheri Berman sostiene que el aburguesamiento de los partidos de centroizquierda ha fomentado una crisis de representación e insatisfacción con el orden democrático.
En las últimas décadas, la insatisfacción con la democracia ha aumentado de manera dramática. El más reciente informe Global Satisfaction with Democracy señala: «A mediados de la década de 1990, la mayoría de los ciudadanos (…) estaban satisfechos con el desempeño de sus democracias. Desde entonces, la proporción de personas que están «insatisfechas» con la democracia ha aumentado (…) del 47,9% al 57,5%. Este es el nivel más alto de insatisfacción mundial desde el inicio de la serie en 1995».
Quizás la forma más común de entender la insatisfacción con la democracia sea «de abajo hacia arriba», examinando las quejas económicas y/o socioculturales de los ciudadanos. Pero también es necesario examinar las fuentes «de arriba hacia abajo», las que se derivan de la naturaleza o el funcionamiento de las propias instituciones democráticas.
Es probable que el planteo más influyente de esta perspectiva sea el de Samuel Huntington en El orden político en las sociedades cambiantes (1968). Huntington argumentó que la decadencia y el desorden políticos eran el resultado de una brecha entre las demandas de los ciudadanos y la voluntad o capacidad de las instituciones políticas para responder a ellas. Aunque el libro de Huntington se centró en los países en desarrollo durante el período de posguerra, su marco puede ayudarnos a comprender la insatisfacción democrática en la Europa actual.
En las últimas décadas ha surgido en Europa una brecha de representación: un desface entre las preferencias de los votantes y los perfiles políticos y los llamamientos políticos de los partidos principales. Y, como Huntington predijo, cuando los ciudadanos ven a las instituciones políticas como reacias o incapaces de responder a sus demandas, el resultado probable es la insatisfacción y, junto con ella, el desorden político y la decadencia.
Perfiles desplazados
Los desplazamientos políticos y discursivos de los principales partidos de centroizquierda y centroderecha en Europa han cambiado sus perfiles políticos y sus llamamientos políticos de manera que los han alejado de las preferencias de muchos votantes. El giro de los partidos de centroizquierda es bien conocido.
«Huntington argumentó que la decadencia y el desorden políticos eran el resultado de una brecha entre las demandas de los ciudadanos y la voluntad o capacidad de las instituciones políticas para responder a ellas.»
Durante el período de posguerra, los partidos europeos de centroizquierda tenían perfiles económicos relativamente claros, basados en la opinión de que la tarea de los gobiernos democráticos era proteger a los ciudadanos de las consecuencias negativas del capitalismo. Concretamente, esto implicaba defender el estado de bienestar, la regulación del mercado, las políticas de pleno empleo, entre otros temas. Aunque los partidos de centroizquierda intentaron capturar votos adicionales fuera de la clase trabajadora tradicional, sus identidades y apelaciones permanecieron basadas en la clase.
A finales del siglo XX esto empezó a cambiar, cuando los partidos de centroizquierda se trasladaron al centro en términos económicos, ofreciendo una versión diluida o «más amable, más suave» de las políticas vendidas por sus competidores de centroderecha. A finales de la década de 1990, como lo expresó un estudio, «la socialdemocracia (…) tenía más en común con sus principales competidores que con sus propias posiciones de tres décadas antes». A medida que los partidos de centro izquierda diluían sus posiciones de política económica, también comenzaron a restar importancia a la clase en sus llamamientos y sus líderes provenían cada vez más no de los obreros sino de una élite altamente educada.
Aunque menos pronunciados y universales, aproximadamente al mismo tiempo que los partidos de centroizquierda se trasladaron al centro económicamente, muchos partidos de centroderecha moderaron sus posiciones sobre importantes cuestiones sociales y culturales, incluidos los valores «tradicionales», la inmigración y otras preocupaciones relacionadas con la identidad nacional, sobre las cuales los partidos de centroderecha en general habían adoptado posturas conservadoras sobre. Los partidos democristianos, por ejemplo, habían considerado que los valores religiosos y las opiniones tradicionales sobre el género y la sexualidad eran cruciales para su identidad. Además, muchos de estos partidos entendían la identidad nacional en términos culturales o incluso étnicos y sospechaban de la inmigración y el multiculturalismo. Pero a finales del siglo XX y principios del XXI, muchos se centraron en cuestiones de identidad nacional, moderando o abandonando los llamamientos comunitarios que habían hecho anteriormente.
En conjunto, estos desplazamientos de los partidos de centroizquierda y centroderecha dejaron a muchos votantes, particularmente a aquellos con preferencias económicas de izquierda y con preferencias entre moderadas a conservadoras sobre inmigración sin un partido que represente sus intereses. Dichos votantes estaban fuertemente concentrados entre los menos educados y la clase trabajadora, abarcando alrededor del 20/25% del electorado en Europa, así como en los Estados Unidos.
Brecha de representación
Para usar categorías popularizadas por Albert Hirschman, cuando surge una brecha de representación y los votantes no están satisfechos con las opciones políticas que se les ofrecen, tienen dos opciones: abandonar la escena o hacerse escuchar. Y, de hecho, en las últimas décadas, los votantes menos educados y de la clase trabajadora han abandonado la escena absteniéndose de votar o de ejercer otra formas de participación política, o se han hecho escuchar trasladando sus votos a los partidos populistas de derecha. Lo hicieron porque esos partidos también cambiaron sus perfiles, ofreciendo una mezcla de «chovinismo de bienestar», políticas sociales y culturales conservadoras y la promesa de dar voz a los «sin voz», precisamente para atraerlos.
«Según Hirschman, cuando surge una brecha de representación los votantes que no están satisfechos con las opciones políticas tienen dos opciones: salida y voz. En las últimas décadas, los votantes menos educados y de la clase trabajadora han salido cada vez más absteniéndose de votar o trasladaron sus votos a los partidos populistas de derecha.»
El escritor francés Édouard Louis describió cómo la insatisfacción de su padre, de clase trabajadora y sin educación, con los partidos dominantes y, en particular, con la izquierda tradicional, lo llevó por ese sendero:
«Lo que las elecciones (llegaron a significar para) mi padre fue una oportunidad para luchar contra su sentido de invisibilidad (…) Mi padre se había sentido abandonado por la izquierda política desde la década de 1980, cuando ésta comenzó a adoptar el lenguaje y pensar en el libre mercado (…) y nunca más habló de clase social, injusticia y pobreza, de sufrimiento, dolor y agotamiento (…) Mi padre se quejaba: “Lo que sea, izquierda, derecha, ahora son todos iguales”. Ese “no importa cual” destilaba toda su decepción en esos quien, en su mente, debería haber estado defendiéndolo, pero no lo hacían. Por el contrario, el Frente Nacional arremetió contra las malas condiciones laborales y el desempleo, y echó toda la culpa a la inmigración o a la Unión Europea. En ausencia de cualquier intento por parte de la izquierda de explicar su sufrimiento, mi padre se aferró a las falsas explicaciones ofrecidas por la extrema derecha. A diferencia de la clase dominante, no tuvo el privilegio de votar por un programa político. Votar, para él, era un intento desesperado de existir a los ojos de los demás.»
En resumen, si bien examinar las cambiantes condiciones económicas, sociales y tecnológicas y las quejas que han generado es crucial para comprender los problemas contemporáneos de la democracia, también es necesario explorar por qué las instituciones democráticas existentes no respondieron a las preocupaciones de muchos ciudadanos. Una característica definitoria de la democracia, después de todo, es que se supone que el gobierno debe responder a los ciudadanos. Esto implica cierta correspondencia entre lo que quieren los votantes y lo que hacen realmente los políticos y los partidos.
En particular, cuando surge una brecha de representación —cuando un sector significativo de la población siente que sus intereses ya no están representados por políticos y partidos tradicionales—, deberíamos esperar un aumento en la insatisfacción y en el apoyo a los políticos y partidos antisistema. Para evitar esto se requiere cerrar la brecha de representación, lo que significa que es necesario que los partidos tradicionales vuelvan a alinearse con los votantes o que tendrán que convencer a los votantes de alinearse con ellos.
