Atlas Network, la red global que impulsa la agenda de la nueva derecha
Atlas Network, una estructura internacional que articula cientos de think tanks conservadores, se ha convertido en un actor central en la difusión del ideario neoliberal y en la consolidación de nuevas derechas en América Latina y Europa. En una larga nota, Diego Delgado y Julián Macías, de la redacción de CTXT, muestran que el poder de esta organización no gubernamental se basa en la capacidad de coordinar campañas digitales, financiar proyectos políticos y moldear el sentido común bajo el discurso de libertad individual, libre empresa y políticas de mercado.
El 10 de octubre de 2025, el Comité Noruego otorgó el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, figura clave de la oposición venezolana. En un contexto global de ascenso de las derechas, su elección generó polémica, dado que se trata de un galardón que, teóricamente, reconoce a personas que luchan por los derechos humanos y la democracia. Sin embargo, este año recayó en una figura de referencia dentro de la industria de la desinformación que promueve los nuevos autoritarismos. Machado, activamente vinculada a campañas de desinformación y operaciones políticas coordinadas con Estados Unidos, simboliza la intersección entre activismo político, influencia internacional y redes transnacionales de poder. Su trayectoria, desde la fundación de la asociación Súmate hasta su participación en estrategias de presión contra gobiernos progresistas, la coloca como un ejemplo de cómo actores locales se integran en un entramado global de ideología y financiamiento conservador coordinado por Atlas Network.
Atlas Network —señalan Delgado y Macías—se ha consolidado como una de las estructuras más influyentes en la expansión global de la derecha política. Con sede en Estados Unidos, la red articula más de quinientas organizaciones en más de cien países y actúa como plataforma de financiamiento, formación ideológica y coordinación de campañas mediáticas. Su objetivo declarado es «promover la libertad individual y los mercados abiertos», pero su acción concreta —según diversas investigaciones— ha contribuido a la consolidación de movimientos ultraconservadores y a la desestabilización de gobiernos progresistas en América Latina y Europa.
Fundada en 1981 por el economista británico Antony Fisher, Atlas Network nació en plena ofensiva neoliberal impulsada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Desde entonces, ha funcionado como una usina de pensamiento y estrategia para difundir el ideario del libre mercado, el individualismo competitivo y la reducción del Estado. En su entramado confluyen fundaciones empresariales, donantes privados, políticos neoliberales y consultores especializados en comunicación digital. A lo largo de las últimas décadas, su influencia ha crecido en paralelo al auge de la desinformación como herramienta política.
Según Delgado y Macías, Atlas Network actúa como una matriz ideológica global que provee recursos, asesoramiento y contenidos a organizaciones locales para amplificar mensajes de polarización. «No se trata solo de una red de think tanks—señalan—, sino de una estructura de inteligencia comunicacional con capacidad de intervención en campañas electorales y en la agenda pública».
Asimismo, destacan que las narrativas impulsadas por la red suelen centrarse en tres ejes: el descrédito del Estado, la demonización de los movimientos sociales y la reivindicación del orden moral neoliberal. Estas ideas se difunden mediante campañas aparentemente descentralizadas, pero coordinadas, que aprovechan el poder de las redes sociales, los influencers y los medios digitales de alcance local.
En América Latina, la incidencia de Atlas Network es visible en la articulación de fundaciones, centros de estudios y medios de comunicación que replican el discurso liberal-conservador. En Argentina, Brasil, Chile, Perú y Colombia, varias de las organizaciones vinculadas a Atlas han promovido reformas económicas orientadas a la privatización, campañas contra la «ideología de género» y operaciones mediáticas destinadas a erosionar la legitimidad de gobiernos progresistas.
Delgado y Macías advierten que estas estrategias responden a una lógica de colonización cultural, en la que los discursos económicos se combinan con valores morales y religiosos para construir un nuevo consenso autoritario. «No se trata solo de políticas de mercado —explican—, sino de un modelo civilizatorio que busca reemplazar la noción de derechos por la de mérito individual. La comunicación es el principal vehículo de ese proyecto».
En su investigación, los periodistas del medio español sostienen que la fuerza de Atlas radica en su capacidad de camuflar la ideología neoliberal bajo el lenguaje de la libertad y la eficiencia, presentando la desregulación y la competencia como soluciones naturales a todos los problemas sociales. Esta retórica, amplificada por los medios asociados, crea un clima de opinión donde las políticas públicas de redistribución o de justicia social aparecen como obstáculos al progreso.
En los últimos años, la red ha extendido su influencia hacia el terreno de la cultura digital. Por medio de programas de capacitación en redes sociales, Atlas forma a comunicadores, periodistas y militantes jóvenes en técnicas de storytelling y marketing político. El objetivo: convertirlos en «emprendedores de la libertad» capaces de disputar la conversación pública en los entornos digitales. Esa estrategia ha sido clave en la construcción de nuevas derechas mediáticas, que combinan provocación, ironía y agresividad como marcas identitarias.
En tal sentido, advierten que la utilización de bots, cuentas falsas y plataformas de mensajería encriptada es parte del arsenal de estos movimientos. «Lo que se busca —dicen— es crear una sensación de mayoría social, aunque los grupos que promueven esas ideas sean minoritarios. Las redes permiten simular consenso y difundir odio a gran escala con bajo costo y alto impacto».
Esa dinámica se vio con claridad en campañas como las de Jair Bolsonaro en Brasil, Javier Milei en Argentina o José Antonio Kast en Chile, todas atravesadas por redes de desinformación digital y apoyadas por think tanks vinculados a la red Atlas. En esos casos, los discursos de «anticasta», «anticomunismo» o «libertad económica» se transformaron en etiquetas emocionales que conectaron con sectores desencantados con la política tradicional.
A diferencia de las viejas derechas oligárquicas, estas nuevas coaliciones se presentan como insurgencias antisistema, pero su financiamiento y estructura revelan una sofisticada arquitectura de poder global. Atlas Network, junto con otras fundaciones como Heritage Foundation o Cato Institute, actúa como eje de coordinación y transferencia de recursos intelectuales y mediáticos.
Este modelo —señalan Delgado y Macías— ha logrado «privatizar la palabra pública», desplazando el debate político hacia plataformas corporativas y reduciendo la deliberación democrática a una guerra de relatos. En ese escenario, los medios tradicionales quedan atrapados entre la presión de las audiencias polarizadas y la dependencia de financiamiento privado.
El desafío, según ambos analistas, es reconstruir una esfera pública basada en información verificable y debate plural, donde las políticas sociales y ambientales no sean estigmatizadas como amenazas a la libertad. Para ello, resulta clave fortalecer el periodismo independiente y los espacios de comunicación capaces de contrarrestar la homogeneización discursiva promovida por estas redes.
En definitiva, la expansión de Atlas Network ilustra cómo el poder económico global ha aprendido a operar en el terreno simbólico con la misma eficacia con que lo hace en el financiero. Detrás del discurso de la libertad individual se despliega un sistema de influencia transnacional que redefine la democracia desde arriba, moldeando percepciones, emociones y decisiones políticas. Comprender su funcionamiento es un paso imprescindible para enfrentar el nuevo rostro del autoritarismo contemporáneo.
Fuente: CTXT
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