Televisa leaks: verdades a la venta y mentiras por contrato
Una filtración, que hizo pública el portal mexicano Aristegui Noticias, y que prometía sacudir al poder terminó siendo otra herramienta más en la guerra por controlar la percepción pública.
Un joven llamado Germán entró a trabajar a una agencia de marketing digital con la ilusión, según sus propias palabras, de hacer telenovelas. Su tío, un conocido columnista de El Universal, lo recomendó con su colega columnista que es directivo de Televisa, la empresa de medios más poderosa de México. Un día, Germán descubrió que sus tareas no tenían nada que ver con la ficción sentimental, sino con la manipulación de la percepción pública en redes sociales: campañas negras, videos para atacar rivales, narrativas diseñadas para proteger aliados políticos y empresariales. Asegura que se sintió defraudado. Al descubrir «la verdad», decidió actuar y entregar un disco de diez terabytes (TB) con chats, capturas de pantalla y videos que revelan las trampas y las tramas de esa agencia.
Hasta ahí, el relato no desentona con otros casos famosos de filtraciones. Edward Snowden, probablemente el más célebre de los whistleblowers, entró a trabajar a una agencia de inteligencia y años después se dio cuenta —como si fuese una revelación inesperada— de que la agencia estadounidense de seguridad se dedicaba a espiar a personas. A nadie le resultó risible la tardía epifanía de Snowden. ¿Por qué habría de extrañarnos que Germán descubriera, luego de ocho años de trabajar ahí, que Televisa manipula la verdad?
El problema, quizá, está en los matices. Lo que sabemos hasta ahora es que Germán tuvo problemas con la agencia, les exigió una liquidación pero se la negaron. Al no obtenerla, amenazó con hacer público un disco donde tenía guardados varios años del chat de Telegram de la empresa. No le dieron nada y amenazaron con demandar. Entonces le ofreció el disco a TV Azteca, la empresa de Salinas Pliego, pero lo rechazaron (creo que más por torpeza del reportero contactado que por una cuestión ética). Después le entregó el disco al equipo de Aristegui Noticias —quienes, luego de analizarlo, solamente encontraron de utilidad la mitad, cinco TB—. Un equipo de reporteros con importante trayectoria se dio a la tarea de revisar miles de chats, cientos de imágenes y decenas de videos, así como de verificar y cotejar lo que ahí se decía. Cuatro meses después la empresa informativa Aristegui Noticias presentó una serie de entregas por capítulos con lo que encontraron en esos millones de kilobytes de chats. A esa serie de entregas la llamaron TelevisaLeaks.
Del 27 al 30 de abril, Aristegui Noticias publicó once entregas de esta serie, cada uno con un video y contenido de redes sociales, además de varias notas relacionadas, tres entrevistas con el whistlebower y cuatro aclaraciones de personas que ejercieron su derecho de réplica (acompañadas de la contrarréplica). Es difícil calcular la cantidad relativa de los cinco teras que corresponde a esas once entregas del megarreportaje, pero en términos efectivos lo publicado es a lo mucho diez megas. El resto permanece bajo llave. ¿Por estrategia periodística? ¿Por cálculo electoral? ¿Por razones técnicas? La anunciada transparencia que vendría a exponer las oscuridades de Televisa ha sido, hasta ahora, un serial programado, mediado por la oportunidad y la rentabilidad.
Se señala un gran silencio de otros medios y de figuras públicas. Más que intención de ignorarlo, quizá es prudencia, considerando la posibilidad de que esas figuras y medios podrían aparecer en próximas entregas. Hay expectativa, como en un juego del calamar donde nadie está seguro si será el próximo en estallar. Porque Televisa no es el grupo de medios más poderoso del país por su calidad informativa, sino por la cantidad de negocios y acuerdos que tiene con todos los poderes y sus personeros.
Transparencia radical vs. control editorial: WikiLeaks a través del espejo
El caso TelevisaLeaks revive el viejo debate: ¿deben las filtraciones publicarse íntegramente para permitir que el público forme su propio juicio, o deben dosificarse y ser curadas editorialmente, según criterios políticos o periodísticos? Esta discusión no es nueva. Julian Assange la enfrentó de manera frontal hace más de una década, al fundar WikiLeaks bajo una premisa clara: la transparencia debe ser total, y los medios no deben convertirse en custodios de la información, sino en facilitadores de su acceso.
Assange sostenía que la transparencia radical era un principio ético necesario en la era digital. «La información —sin filtrar, sin editar, lo que Assange llama «prístina»— es inherentemente buena», escribió Marc Fisher en The Washington Post al describir su filosofía. Assange lo decía sin rodeos: «Los documentos secretos pertenecen al público. Cuanto mayor es el poder, mayor es la necesidad de transparencia, porque si se abusa del poder, el resultado puede ser enorme» (Assange, 2011).
Esta concepción chocó rápidamente con las lógicas editoriales de los grandes medios. Cuando WikiLeaks colaboró con The New York Times, The Guardian, Der Spiegel y otros para liberar los llamados Cablegate o Afghan War Logs, Assange acusó a sus socios de actuar como filtros ideológicos, seleccionando qué cables publicar, qué nombres proteger y, sobre todo, en qué orden liberar la información, con base en sus propios intereses editoriales o presiones políticas. En un correo filtrado posteriormente, el propio Assange se quejaba de que «los periódicos están actuando como guardianes de la información, no como sus liberadores». En otro momento dijo: «La prensa tradicional ha fallado en su deber de exponer los abusos del poder. Se han convertido en parte del sistema que deberían vigilar».
Ese mismo esquema de dosificación, editorialización y control de los tiempos mediáticos es el que actualmente ejerce Aristegui Noticias con los TelevisaLeaks. A pesar de contar con más de cinco terabytes de información, solo han sido liberados hasta ahora unos cuantos megabytes —principalmente los que afectan a su propio medio, o a sus adversarios políticos, como el exministro Arturo Zaldívar o la candidata Dora Martínez. No hay una liberación sistemática, sino una publicación fragmentada, dirigida y acompañada siempre por el encuadre editorial de Carmen Aristegui y su equipo.
Aquí no se está apostando por la transparencia como un valor, sino por el control informativo como una herramienta de influencia. No se publica para que el público decida, sino para influir en su juicio. Eso reproduce, en un espejo curioso, los mismos mecanismos de los que Aristegui solía quejarse: la manipulación mediática, la falta de acceso pleno a la información, el uso político de las filtraciones.
Al controlar y dosificar la información filtrada Aristegui Noticias está reproduciendo los vicios que WikiLeaks trató de erradicar: los medios como curadores interesados de la verdad. Y así, el discurso de la transparencia radical choca con la práctica del periodismo táctico. En lugar de entregar al público el conjunto de los datos, se lo administra en cuotas, como si el acceso a la verdad fuera un recurso escaso, algo que se administra con fines de estrategia, no de ética.
Este enfoque no es solo una contradicción ética, sino también una forma de poder: quien controla el flujo de la información controla también el marco del debate público. En ese sentido, Aristegui —quien históricamente ha denunciado las prácticas opacas del poder político y mediático— se encuentra ahora en una posición que reproduce ese mismo esquema de privilegio informativo. No se trata de empoderar al público, sino de guiarlo a través de una narrativa seleccionada, secuenciada y acompañada de valoraciones políticas explícitas.
Julian Assange fue severo con ese tipo de prácticas. En una entrevista de 2011 declaró: «Los medios han convertido la filtración en un espectáculo, pero no han liberado la estructura del poder que la información revela. Al esconder parte de la verdad, prolongan la impunidad». En esa misma línea, señaló que «la censura no siempre se da con la omisión total, también se da con la dosificación estratégica».
Frente a eso, el caso TelevisaLeaks no representa una ruptura con el modelo tradicional de poder mediático, sino su reproducción con otros actores. Aristegui Noticias se presenta como el canal de una verdad filtrada, pero no liberada; una verdad que se administra, no que se entrega. En ese espejo lo que se refleja no es una ética de la transparencia, sino una táctica del control.
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