Los datos no son el nuevo petróleo

A pesar del atractivo que tiene la comparación entre los datos personales que signan al capitalismo de plataformas digitales y el petróleo en la era industrial, las diferencias son clave para descifrar las transformaciones de la presente era informacional.

Por su función medular en el funcionamiento del ecosistema digital, y por ser el insumo básico del modelo de negocio de las grandes plataformas de internet, se dice que los datos personales de los miles de millones de usuarios de aplicaciones y servicios virtuales serían el «nuevo petróleo» de la economía. El argumento, atractivo, no se corresponde con la realidad. La era de la información es bastante más compleja y contradictoria que lo que pretende captar la comparación entre datos y petróleo. La importancia de los datos es distinta a la del petróleo y la geopolítica, con la «guerra tibia» entre EE. UU. y China, es reflejo de esa distinción.

La reputada revista The Economist consagró la comparación entre datos y petróleo en un recordado informe especial publicado en 2017. Si hace un siglo la producción industrial se nutría de petróleo y carbón, argumentaba, hoy los datos son el recurso distintivo de la economía informacional. «Una nueva materia prima genera una industria lucrativa y de rápido crecimiento, lo que provoca que los reguladores antimonopolio intervengan para frenar a quienes controlan su flujo», advertía The Economist al informar un cambio de tendencia que efectivamente se registra en el último lustro: las autoridades de defensa de la competencia en los países centrales (en EE.UU. y Europa, pero también en China) se sacuden de la modorra, desempolvan los principios que fundaron la tradición antitrust a fines del siglo XIX y actualizan las herramientas teóricas y metodológicas poniendo el ojo en las prácticas de las big tech.

Finito e infinito

Pero si bien hoy los conglomerados más potentes y los de mayor valorización se abastecen de los datos personales —e institucionales, cabe agregar—, y un siglo atrás los emporios industriales precisaban petróleo y carbón, las semejanzas acaban allí. Los motivos son varios; es oportuno repasarlos en un momento en que el Estado argentino, a través de la Agencia de Acceso a la Información Pública, recoge aportes de organismos públicos, organizaciones de la sociedad civil, universidades y el sector privado con miras a modificar la Ley de Protección de Datos Personales sancionada en el año 2000 y que ha quedado desactualizada.

En primer lugar, hay diferencias sustantivas entre un recurso finito como el petróleo y el material inagotable de los datos personales. El capitalismo de plataformas saca provecho de ellas. Las inversiones para extraer, procesar y refinar una materia prima pesada con el petróleo difieren de las que requieren la extracción y procesamiento de datos por parte de las compañías tecnológicas y financieras.

El petróleo utilizable está delimitado geográficamente en pocas zonas del planeta con yacimientos, y es de existencia limitada, porque se agota. Se trata de un recurso que se destruye en el acto de consumo (el combustible consumido por un automóvil no puede ser reutilizado) y muchos de los productos y servicios basados en él sufren desgaste constante. La lógica de apropiación exclusiva del petróleo descansa en su escasez y en el costo de suministro y eventual reemplazo como recurso que mueve la energía de gran parte de las cosas. La escala de inversiones requerida para operar en este sector no solo motivó y motiva guerras, invasiones y curiosos alineamientos geopolíticos (como el reciente descongelamiento de las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela), sino también monopolios y oligopolios privados y estatales en la estructuración de los mercados de producción y distribución.

Pero los principios propios de la economía material no aplican a los datos: su extracción y procesamiento no generan el desgaste del dato mismo, que puede ser reutilizado cuantas veces se desee. De modo complementario, el hecho de que alguien posea un conjunto de datos no excluye la posibilidad de que pueda compartirlos sin alterar la esencia de dicho conjunto. Los datos no solo no se acaban: son infinitos. Si algo generan la captación y el tratamiento de los datos de personas y organizaciones, es su multiplicación y valorización. Por lo tanto, la apropiación exclusiva de los datos y la consecuente concentración de la estructura del mercado de compañías tecnológicas no encuentra un justificativo objetivo, en el sentido de material y tangible, como sí ocurre en el caso del petróleo.

En segundo lugar, el capitalismo de plataformas se distingue de otras etapas previas en que las big tech registran, almacenan y comercializan todos los datos que son capaces de extraer y procesar de sus usuarios individuales e institucionales. Las compañías petroleras no escudriñaban todas las interacciones de los distintos eslabones de la cadena productiva que originaban. No estaban interesadas en capturar ni en valorizar esos datos, no era ese su negocio, por lo que se desentendían del comportamiento de los usuarios finales de sus artículos, en tanto que individuos, siempre y cuando siguieran consumiendo petróleo y derivados de modo masivo. En cambio, el corazón del negocio de las plataformas digitales es auscultar cada movimiento de la cadena de producción y circulación de datos con el objetivo de predecir —que no es lo mismo que producir, aunque son verbos que riman— comportamientos a nivel capilar, es decir, personalizadamente.

Cambiar el chip

En tercer lugar, las crisis del petróleo de la década de 1970 y la reestructuración del capitalismo desde entonces tuvieron su revulsivo en la entonces flamante economía llamada «postindustrial» por Daniel Bell y basada en datos, con el toyotismo como relevo histórico del modo de organización productiva fordista de la industria y los servicios. La traducción de estos cambios a la geopolítica no habilita a pensar en oposiciones excluyentes y dicotómicas. Las potencias que pujan por el liderazgo planetario son a la vez industriales e informacionales, en el sentido de que explotan las tecnologías basadas en el petróleo como las tecnologías de información y comunicación basadas en los datos. Es imposible analizar la invasión estadounidense a Irak en pleno siglo XXI, o las relaciones estratégicas de EE.UU. con el reino de Arabia Saudita prescindiendo de la cuestión petrolera, al mismo tiempo que resulta imposible comprender el ascenso chino sin atender a su peculiar política en materia de TIC.

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Martín Becerra

Doctor en Ciencias de la Comunicación, investigador y profesor universitario. Es investigador principal en el Conicet y docente en diversas universidades nacionales. Es especialista en medios de comunicación e industrias culturales.

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