Vender información de tu cuerpo por criptomonedas: los gigantes tecnológicos hacen caja en el sur global

Los creadores de ChatGPT crean un proyecto de criptomoneda biométrica con reconocimiento de iris que recompensa a los usuarios con monedas digitales. El ciberactivismo alerta del peligro: Los datos biométricos son sensibles porque son inmutables.

Cualquier contraseña se puede cambiar, pero la información biométrica de tu cara, de tus ojos o de tu huella dactilar es inmutable y será la misma durante toda la vida. Ese es, precisamente, el principal riesgo al que se están exponiendo las millones de personas que se han ido registrando, desde hace algo más de un año, en Worldchain, una criptomoneda y plataforma blockchain desarrollada por los creadores de ChatGPT y que se ha ganado la atención del sector de las grandes tecnológicas y de una cantidad ingente de usuarias.

Lo que distingue a Worldcoin de otras criptomonedas es su enfoque en la identificación biométrica universal. En lugar de depender de la minería o de la compra en mercados, Worldcoin busca realizar un escaneo global utilizando tecnologías como la inteligencia artificial y la cámara de un dispositivo móvil para autenticar la identidad única de cada persona. Lo hacen escaneando el iris de los ojos de las personas que se registran. A cambio, en el proceso de identificación y replicando las dinámicas mercantiles de las casas de apuestas, las personas usuarias reciben un regalo de bienvenida en forma de criptomonedas. Es decir, venden de manera velada su información biométrica, que pasará a formar parte de una base de datos de una empresa privada.

Las criptomonedas biométricas son un concepto emergente en el mundo de las finanzas digitales que combina la tecnología de las criptomonedas con la autenticación biométrica, como huellas dactilares, reconocimiento facial, voz y otros rasgos físicos únicos. Si bien la mayor parte de la información divulgada sobre ellas se centra en lo prometedor de sus términos de seguridad y accesibilidad, por el mismo motivo presenta una buena recua de riesgos que agitan al ciberactivismo, cuyos ojos hace años que están puestos sobre las grietas de seguridad que deja su desarrollo.

Una de ellas es la relación desigual de clase entre las Big Tech y sociedades de países del sur global o empobrecidas en el norte global. El fenómeno tiene nombre: colonialismo digital. En muchas ocasiones, el desarrollo de estas tecnologías en países donde las fronteras legales a nivel digital son difusas o inexistentes, la implementación de estas tecnologías y estructuras ni siquiera ha sido consentida por las personas que comienzan a utilizarla. De hecho, Sam Altman, el directivo de la empresa OpenaAI que desarrolla ChatGPT y Worldchain, explicaba a comienzos de este verano que ya había registrado el iris de más de dos millones de personas con una esfera metálica situada en espacios públicos por todo el mundo, también en el Estado español.

«El primer problema que se plantea es que toda esa información recogida se guarda en algún sitio. Normalmente, en una base de datos de un servidor en un lugar remoto y además estás rompiendo el derecho al anonimato de los usuarios en internet», argumenta Paula de la Hoz, experta en ciberseguridad y activista en Interferencias, una asociación sin ánimo de lucro que lleva desde 2016 siendo un punto de encuentro de personas interesadas en derechos digitales y privacidad en internet para hacer posible la seguridad informática. Esos datos se guardan en un lugar privado propiedad de la empresa que los explote. «Están muy condicionados por aspectos legales que probablemente vayan cambiando a lo largo del tiempo dependiendo de la legislación de los Estados donde estén y de la propia política de datos de la empresa» ahonda De la Hoz. «Es una información relevante que desanonimiza a una persona y que incluso la representa legalmente», añade.

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