Out of redes: ¿La vacuna de la felicidad?

La paranoia sobre el control mental que ejercen las redes sociales no sólo se reserva para series de ciencia ficción como Black Mirror. El gran desafío como seres humanos es poner las aplicaciones a nuestro servicio y aprender a lidiar con los intereses de las grandes empresas.

Alerta spoiler: no te va a gustar demasiado lo que vas a leer, pero contiene mucha verdad. ¿Qué está pasando que vivimos pendientes de nuestros dispositivos? ¿Por qué nuestro celular parece conocernos mejor que nosotros mismos? En algún momento, los seres humanos nos perdimos y dejamos de lado la creatividad y las cosas simples que nos proporcionaban satisfacción y pasamos a consumir y a producir cosas que nos generan necesidad y adicción. Pero no incurrimos solos en esta confusión, lo hicimos acompañados por los sistemas que rigen el mundo. 

Es sabido que las grandes corporaciones, como Google, Facebook y muchas otras, se basan en el espionaje de la conducta de las personas y que los datos que obtienen se utilizan para ganar dinero a través del hackeo de las emociones. Para esto, se valen del algoritmo: a través de él, saben que estamos pendientes del qué dirán, de los otros, de lo que nos gusta y de lo que no. Un dato importante a tener en cuenta es que, en el negocio virtual, los estímulos negativos son más baratos que los positivos, por ende, resulta mucho más fácil y económico hacer perder la confianza que construir amor, y para modificar las conductas, nada mejor que ofrecer placer a cambio. Ante este panorama, el usuario pasó a ser un producto a explotar en vez de un cliente al cual venderle cosas. 

Ya hay varios en la fila de los arrepentidos, sin ir más lejos, el primer presidente de Facebook, Sean Parker, contó que la compañía se fundó a sabiendas de todo esto. “Nos preguntábamos cómo podíamos consumir la mayor parte del tiempo consciente de las personas y nos dimos cuenta de que teníamos que dar un poquito de dopamina a cada rato, ya sea porque alguien había dado un ‘me gusta’ o comentado una foto o una publicación”. Otro de los ingredientes era el reconocimiento social. “La validación en bucle de los contactos es exactamente lo que se buscaba, eso explota la vulnerabilidad de la psicología humana y genera adicción. Los inventores de todo esto lo sabíamos y lo hicimos igualmente”, confiesa Parker. 

Ante esta lucha desigual, el estrés, la angustia y la depresión se hacen cada vez más presentes en la sociedad. En esta era de hipercomunicación, las estadísticas demuestran que la cantidad de gente que se siente sola nunca fue tan elevada: no hay peor soledad que la soledad rodeada de gente. 

Violencia es mentir

Las redes sociales nos quieren convencer de que la felicidad está en otra parte, nunca donde estamos nosotros. Y no se trata de alcanzarla, recordemos que el negocio para estas grandes compañías es que la busquemos y no la encontremos. 

Pero no todo está perdido, hay ciertos cambios que se empiezan a vislumbrar con algunos rebeldes que alzan su voz y nos hacen mirar con fe hacia el futuro. Tal es el caso de Jaron Lanier, el hombre de Silicon Valley, padre de la inteligencia artificial, filósofo de la tecnología y compositor musical, que viene desde hace tiempo hablando del concepto de “hipnosis cibernética” y sostiene que “la idea original con internet era que la influencia política y el poder se iban a distribuir mucho mejor y los individuos se iban a empoderar, y lo que está sucediendo es lo contrario: internet, tal y como la conocemos hoy, se basa en la manipulación de las personas”,y asegura: “Evito las redes sociales por la misma razón que evito las drogas: me hacen mal”.

Si bien reconoce que no está por fuera de todo esto, ya que estuvo en la génesis de la cultura digital y también le vendió una compañía a Google, entiende que hay que establecer algún mecanismo para evitar la concentración de poder alrededor de quienes controlan los inmensos equipos de computación, porque no hay sociedad que sobreviva a esto. 

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