POR ENRIQUE DANS | La inteligencia artificial (IA), como cualquier otra tecnología, tiene sus oportunidades y sus riesgos. En ambos casos, la ejecución de esas oportunidades y de esos riesgos corresponde a personas y compañías que apalancan esa tecnología para hacer con ella cosas buenas o malas, y la regulación debe funcionar para fomentar los buenos usos, impedir que se erijan en monopolios predatorios y, sobre todo, detener y desalentar de manera inmediata los usos perniciosos.
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