Sobre la desinformación y la enseñanza

Las iniciativas para el fomento del pensamiento crítico y la lucha contra la desinformación tienen que estar a todos los niveles, porque limitarse a la escuela, aunque suponga sembrar a largo plazo, equivale a dejar el camino libre para que las campañas de desinformación manipulen a varias generaciones.

La mayoría de los jóvenes está afectada por la desinformación. Imagen: Freepik

Una noticia de la edición australiana de The Guardian se pregunta si la desinformación debería ser una asignatura más en la educación en las escuelas, al mismo nivel que leer, escribir o matemáticas, y concluye que es crítico que los escolares del país desarrollen las habilidades para discernir hechos de ficción y mantenerse seguros y bien informados.

La llamada media literacy es, sin duda, una necesidad fundamental en los tiempos que vivimos. Se calcula que más de setenta países en todo el mundo han experimentado ya campañas organizadas de desinformación, en algunos casos con resultados desastrosos. La desinformación con respecto a las vacunas durante la pandemia, por ejemplo, provocó que la mortalidad en los estados de mayoría republicana fuese significativamente más alta que en los de mayoría demócrata, y los casos de manipulación electoral a lo largo del mundo son ya incontables y han dado lugar a toda una industria dedicada a ello.

Además, la popularización de la inteligencia artificial ha rebajado dramáticamente las barreras de entrada a la desinformación: simplemente, no estamos mentalmente preparados para asumir el mundo de la llamada post-verdad. Prácticamente cualquiera puede ser fácilmente engañado. Por otro lado, hay fuertes intereses en contra de la investigación o de la educación en desinformación: el auge de los populismos y la polarización que promueven intentan mantener una población más fácilmente manipulable, más influenciable por determinadas campañas de todo tipo.

Sin duda, la educación en la prevención de la desinformación y en el fomento del pensamiento critico es fundamental, y de hecho, hay países como Finlandia que llevan tiempo trabajando en ello a varios niveles con un éxito bastante importante: el país está primero en los rankings de resiliencia contra la desinformación, pero en muchos sentidos, es cierto que lo tiene más fácil que otros: por un lado, su prestigioso sistema educativo facilita que sus profesores introduzcan el tema en sus clases, y por otro, el hecho de que el finlandés sea un idioma minoritario hablado únicamente por 5.4 millones de personas en el mundo permite que los mensajes falsos escritos por no nativos sean en muchos casos fácilmente identificados debido a la presencia de errores gramaticales o de sintaxis. Además, Finlandia ha desarrollado iniciativas de alfabetización en pensamiento crítico a todos los niveles, desde las escuelas de Primaria hasta los cursos abiertos para adultos.

Ahora bien: en la aproximación a la enseñanza del pensamiento crítico y la prevención de la desinformación hay dos posibilidades: la vertical, en la que se introduce la desinformación como una «nueva asignatura» con contenidos desarrollados específicamente para ello, y la horizontal, en la que se forma a los profesores de todas las asignaturas para que enseñen con el foco puesto en hacer dudar a los alumnos de todo, en no crear expectativas de que toda la información que proviene de una fuente determinada es cierta, y en técnicas para encontrar la información más adecuada para aprender sobre un tema.

La segunda aproximación, la búsqueda del desarrollo del pensamiento crítico a lo largo de todo el currículum educativo y en todas las asignaturas, es desde mi punto de vista, muchísimo más eficiente. Para ello, sin embargo, hay muchas cosas que cambiar: en primer lugar, abandonar unos libros de texto que fomentan que el alumno piense que todo lo que está escrito en ellos es necesariamente cierto, algo que por un lado no siempre es verdad y, por el otro, fomenta la confianza ciega. Pero para sustituirlos, la solución no es simplemente convertir esos libros de texto en digitales, sino enfrentar a los alumnos con la información que está en la red, para que aprendan a separar la información correcta de la sesgada o editorializada.

Obviamente eso implica también una aproximación completamente distinta al uso de la tecnología en las aulas, algo que parece ir en contra de lo que la mayoría de los países pretenden actualmente. Si privamos a los niños de toda educación en el uso de sus dispositivos mediante prohibiciones, ¿cómo vamos a lograr que desarrollen pensamiento crítico cuando los utilizan? ¿Pintando smartphones en la pizarra y hablando en sentido figurado? Buena suerte con ello…

Finlandia tiene razón. Por un lado, las iniciativas para el fomento del pensamiento crítico y la lucha contra la desinformación tienen que estar a todos los niveles, porque limitarse a la escuela, aunque suponga sembrar a largo plazo, equivale a dejar el camino libre para que las campañas de desinformación manipulen a varias generaciones. Y por otro, no basta con que el profesor o profesora de una asignatura nueva te enseñe algo, la práctica de ese algo debe ser fomentado en todo el resto de tu formación.. Como bien dice el proverbio africano, «se necesita todo un pueblo para criar a un niño».

Pongámonos con ello.

Profesor de Innovación en IE Business School desde el año 1990 y bloguero. Comparte los contenidos de su blog por medio de una licencia de Creative Commons


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