Mario Riorda: el tribalismo tóxico y la hostilidad hacia los demás
Los votantes de Javier Milei le entregaron «una especie de gran martillo rompedor» para que desarme y disuelva el Estado, afirma el politólogo y académico Mario Riorda en una entrevista con Y Ahora Qué? Experto en Comunicación Política, opina que el gobierno mileísta es «un experimento a cielo abierto», con «una carga simbólica violenta» y una «idea de crueldad» que se ejecuta contra el que piensa distinto.
Ni motosierras ni licuadoras. El arma que los fieles de Milei pusieron en sus manos es una maza, según Riorda, licenciado en Ciencia Política ¿Con qué objetivo? Que rompa y desarme estructuras estatales que provocaron «un enojo histórico» en un sector de la sociedad. Magister en Política y Gestión Pública distinguido por la Georgetown University estadounidense, Riorda indica que la paradoja de las medidas es que desmejoraron la situación económica. Pero sostiene que quienes lo apoyan «sienten que está haciendo lo que venía a hacer».
¿No será Milei un fenómeno pasajero?
No creo que Milei sea un fenómeno ni pasajero ni único. Forma parte de un eje político contemporáneo.
¿Qué tipo de eje?
Está posibilitado a través de un discurso políticamente incorrecto. Desde mi perspectiva, ha nacido en términos internacionales. Es la propagación de un estilo del discurso de Donald Trump.
¿Cuál estilo, concretamente?
Cuando Trump instala la idea de lo políticamente incorrecto como válido.
¿Qué sería lo incorrecto?
Hace más de 20 años, en una conferencia, el filósofo italiano Umberto Eco definía que ser políticamente incorrecto es la capacidad de estigmatizar al otro.
Demonizarlo o injuriarlo.
Y me parece que, en este eje discursivo, las características dominantes de estos liderazgos es la capacidad de estigmatización como eje central argumental de un discurso contra-identitario.
¿Por qué contra-identitario?
Es decir que no tan solo asumen lo que son, sino que se asumen desde lo que no son. Es decir desde lo otro. Y esa otredad está básicamente ahí para ser denigrada, para ser negada, para ser pisoteada, para ser humillada.
Una violencia verbal explícita.
La idea de lo contra-identitario, además, tiene una carga simbólica violenta. Implica no tan solo ser distinto, sino preferentemente que lo distinto desaparezca.
La negación del otro.
Creo que entender estos fenómenos implica reconocer una nueva característica de la representación política. Se le llama ‘partido espejo’ o ‘mirror party’.
¿En qué consiste?
Básicamente, su característica es devolver políticas públicas concretas o simbólicas hacia un núcleo de votante afín. Ese núcleo funciona como un espejo como destinatario prácticamente excluyente de políticas.
¿Con qué consecuencias?
Esto implica la supresión de la idea del todo como pueblo. Como beneficiario en la política, en tanto y en cuanto todo aquel que no esté cerca de su punto de vista literalmente es un sujeto pasible de ser excluido de la realidad. Y mucho más en lo discursivo.
Al que no sea gente de bien, según Milei.
Entonces, desde esta perspectiva, la idea de la insolencia hostil o escatológica no es algo del todo malo para su propio núcleo de votantes. El núcleo se ve resguardado, fortalecido, y hasta diría envalentonado, por ese tipo de violencia discursiva.
Adhiere al insulto.
Evidentemente sí. Y produce en todo el sector contrario u opositor no tan solo un ejercicio de incomprensión o de sorpresa. En muchos estudios esto pudo demostrarse, especialmente en Estados Unidos. Fenómenos depresivos por parte de la sociedad que se siente víctima o atacada por parte de estos discursos.
Tribus tóxicas
Riorda, director de la Maestría en Comunicación Política y la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral, asegura que el trumpismo dio origen a una forma tribalista que se autocelebra y excluye al que no forme parte del clan.
¿Existe también un votante espejo?
La idea del votante espejo, de este votante súper fiel, implica una especie de autocelebración interna.
¿Cómo funciona eso?
Voy a citar un nuevo léxico que empezó a trabajarse en Estados Unidos desde la irrupción de Donald Trump. En el partido republicano, se llama tribalismo tóxico.
Como el que atacó al Congreso norteamericano.
El tribalismo tóxico, literalmente, es eso. Es la autocelebración interna en tanto y en cuanto esa autocelebracion tenga que ver con la hostilidad externa.
¿Por qué tóxico?
Se le llama tóxico cuando, además de hacer frente a tribus afuera del partido, funciona también en tribus adentro del partido.
¿Y la barbarie linguística de Milei?
Es muy interesante reconocer que discursivamente Milei ha sobrepasado lo que suele llamarse discurso de descortesía. Tiene que ver con la idea de un discurso muchas veces insultante, soez, desagradable, irrespetuoso.
No existía ni en forma marginal.
Es un discurso denominado de incivilidad. La idea de incivilidad, básicamente, podría ser adjetivada como de incivilidad democrática en tanto y en cuanto está sustentado en la idea de exclusión.
Un discurso de «barrabrava».
La idea de incivilidad genera estigmatizaciones o estereotipos sustentados en posturas misóginas. En posturas xenófobas, en posturas raciales y, en general, en cualquier tipo de denostación del pensamiento diferente.
¿No hay un abismo entre lo que dice Milei y lo que percibe la gente?
No sé si es tan sencillo ubicar mayorías, a favor o en contra de Milei. Ya sí está claro que hay una serie de aspectos que son importantes.
¿Cuáles?
Que tiene como mínimo un tercio que ha representado prácticamente su voto, con un nivel de representación sumamente consolidado. Está dispuesto a esperarlo desde su postura ideológica contra identitaria todo el tiempo que haga falta.
¿Y el resto?
Tiene un núcleo de votantes que empieza a desencantarse. O a preocuparse. No tan solo por las cuestiones discursivas sino particularmente por las consecuencias de sus políticas públicas.
Hay sectores con fuerte rechazo.
Tiene ya un diferencial negativo discreto. Es decir mayoría de rechazo antes que de apoyo a nivel nacional. Literalmente en posturas no de rechazo parcial sino prácticamente de rechazo total. Más bien en absoluto desacuerdo y muy consolidadas.
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