Fascismo mediático

Durante cuarenta años de democracia asistimos al traslado de la esfera pública a los sets televisivos, y ahora a un nuevo desplazamiento hacia las redes sociales pero también a la latencia del discurso fascista en los medios masivos que constituye una gran deuda que marca la agenda de la lucha cotidiana por la soberanía comunicacional.

Este 2023 viene marcado por la ineludible referencia a los cuarenta años de democracia que logramos construir, y las alarmas sobre los discursos de odio, su legitimación y contribución a los éxitos electorales de la derecha. Generosamente fui convocado a este espacio para compartir algunas reflexiones respecto de estos cuarenta años y las deudas del periodismo con la democracia (y viceversa).

Las deudas son múltiples, sin dudas la más importante de ellas tiene que ver con la precarización laboral imperante en un campo profesional cuyo rol social es central, pero se ve denostado con salarios insuficientes que contrastan con los «periodistas» mainstream millonarios. Situación que responde a un escenario de hiperconcentración mediática que hace ya tiempo se viene denunciando como contrario a toda posibilidad de construcción de una trama democrática.

Pero quiero puntualizar sobre otro aspecto que me parece clave en este contexto de catástrofe potencial. Se trata de la latencia del discurso fascista en los medios masivos durante la democracia, como deuda y explicación de buena parte del éxito electoral de las propuestas demenciales de individualismo caníbal.

Los fascistas europeos, en los que se inspiran estos casos criollos, aspiraban a «recobrar lo que consideraban el sentido verdadero de la naturaleza humana». Planteaban una preocupación por lo que consideraban la «decadencia de la sociedad y la cultura». Valoraban positivamente el uso de la violencia, con una tendencia a exagerar el principio masculino. Un fenómeno que se expandió al compás del desarrollo de una nueva cultura de masas, y la construcción de una nueva era visual, algo que el fascismo comprendió tempranamente.

Posteriormente en Argentina, la incorporación a la vida democrática de estos cuarenta años tuvo a la televisión como protagonista central del debate público, sosteniendo muchos de los preceptos antes mencionados. Sin dudas, la mesa televisada del almuerzo fascista es un emblema de la permanencia de este discurso de odio. La misma mesa que dicen fue el escenario para el nacimiento de una relación amorosa entre el candidato de moda y una conocida imitadora prodiscurso de odio.

Durante estos cuarenta años vivenciamos la agudización del traslado de la esfera pública a los sets televisivos, que ahora se lee en un nuevo desplazamiento hacia las redes sociales. La gira televisiva del candidato ganador de las PASO demuestra el carácter institucional que la televisión aún cumple en la escena neoliberal actual. Los sets televisivos continúan siendo un escenario ad hoc de la política donde se instalan temas y modos de conversación. Por supuesto, temas y modos de la derecha argentina que tantos lazos tiene con el discurso fascista.

En La construcción del enano fascista Daniel Feierstein (2023) le atribuye un peso importante a esta presencia de «microfascismos» mediáticos que se vieron actualizados con los temas y los tonos que construyó Daniel Hadad desde sus medios a partir de fines de la década de los noventa. Una actualización basada en la construcción de una negatividad («piqueteros», «planeros», «la política») que permitieron un corrimiento constante de las fronteras de lo políticamente aceptable en nombre de la libertad de expresión de las empresas.

Me hizo pensar en un breve ensayo de Horacio González titulado El arte de viajar en taxi que se publicó en 2009. A través de diferentes escenas se adentra en los mundos que conviven en ese habitáculo donde nos encontramos forzados a una convivencia necesaria para el desplazamiento de nuestros cuerpos. Allí, dice Horacio, «a la hora de mi viaje de ida habla, nos habla, me habla Baby Etchecopar ¿qué hago, salto del coche, cancelo el viaje?». Estos medios nos obligaron a convivir con el discurso fascista que debía aceptarse como parte del ejercicio de su libertad.

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