Adición a las pantallas, es el algoritmo

Las plataformas digitales están diseñadas para ser adictivas. Todo vale para maximizar sus beneficios.

Depresión, irritabilidad, dependencia, merma del rendimiento en los estudios o en el trabajo, ansiedad, trastornos alimentarios, baja autoestima, trastornos del control de impulsos… son algunas de las consecuencias que puede tener la adición a las pantallas, ya sean redes sociales, videojuegos o Internet en general. Una adición de la que, hasta hace muy poco, se culpaba al afectado.

Sin embargo, estudios recientes dejan claro que TikTok, Instagram, Netflix, YouTube están diseñadas para crear adicción en cualquiera, por muchas habilidades sociales que una persona tenga. Ya no basta con apelar al autocontrol del usuario, pues se trata de productos fabricados para crear dependencia.

Quienes siguen esta problemática señalan que no hay autodisciplina que pueda vencer los trucos de la industria tecnológica, impulsados por ejércitos de diseñadores y psicólogos para mantener a los usuarios pegados a la pantalla. Y alertan que, si no se actúa ahora, esto tendrá un impacto en la salud mental y en el desarrollo cerebral de las generaciones futuras.

Daños en el cerebro en crecimiento

Un importante estudio con 178 participantes de doce años, publicado el año pasado en Jama Pediatrics, deja claro que quienes usan más las redes sociales tienen afectadas las áreas cerebrales relacionadas con el refuerzo y el castigo. Esto se traduce en anestesia afectiva y menor capacidad de regular emociones..

También, en desborde emocional con cuestiones de la vida cotidiana porque no han desarrollado capacidad de gestionar la frustración. Si no gestionan sus emociones no es porque no quieran, es porque su cerebro está afectado estructuralmente.

Para un observador externo, tiene el mismo patrón que otras adicciones conductuales, como la compra compulsiva o el juego patológico. Cumple los criterios de dependencia psicológica y otros rasgos del síndrome de abstinencia si no se puede conseguir. Además, la persona adicta necesita cada vez más tiempo para satisfacer su ansiedad, experimenta distorsiones cognitivas (niega o minimiza el problema) o conflicto con el entorno familiar, social o laboral.

¿Por qué quieren las plataformas digitales causar ese daño?

La respuesta siempre es el dinero. Aunque, en este caso, el mecanismo es un poco más retorcido que en el caso del fumador que necesita comprar más cigarrillos.

Cuanto más tiempo una persona navega en Internet, interactúa en su red social, mira WhatsApp, vídeos o películas en YouTube, Netflix o TikTok más información sobre regala a esas plataformas. Sobre sus horarios, gustos, ubicación, aficiones, grupo de amigos, forma de relacionarte, intereses políticos, inclinaciones sexuales.

Todo eso, que a simple vista parecería que no interesa a nadie, es valioso para las plataformas, que la venden al mejor postor en el mercado de datos. Los compradores, que muchas veces son anunciantes, lo usarán para fines de todo tipo: para trazar estrategias de marketing a medida, de persuasión o manipulación personalizada —política, social o comercial— y otras oscuras intenciones que no conocemos.

El caso es que estos datos tienen valor. Tanto, que son la fuente de ingresos y el modelo de negocio de los gigantes de Internet. Por eso, cuanto más tiempo alguien pasa conectado, más datos suministra. Y más dinero ganan las plataformas.

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